jueves, 28 de enero de 2016

EL DERECHO A NO CONFIAR Y SER FELIZ

Psique&Salud: Reflexión semanal
EL DERECHO A NO CONFIAR Y SER FELIZ
Por María Antonieta Campos Badilla

Cuando una persona es abusada sexualmente (léase la reflexión anterior “SUPERAR UN ABUSO SEXUAL: RECONOCIENDO EL DAÑO”), su forma de ver el mundo cambia de manera dolorosa.
En primer lugar surge la culpa, una fuerza extraña que te hace cuestionarte en qué fallaste, si no te cuidaste bien, si hiciste algo que provocara, si debiste estar allí, si debiste ser más firme y alejarte, si debiste vestirte diferente… tantas ideas falsas sobre la responsabilidad de un acto que fue un abuso hacia ti. ¡Falsas, sí!, te lo aseguro. Por alguna razón nuestra necesidad inconsciente de volver a tomar el control nos hace buscar qué fue lo que hicimos mal para no volverlo a hacer y volver a estar seguras. ¡Cuidado! Si no hay que llamar bueno a lo malo ni malo a lo bueno, entonces hay que dejar que la responsabilidad recaiga sobre quien la tiene: quien tenía el poder, la fuerza, la autoridad, el conocimiento, la ventaja (cualquiera que fuera) en ese momento.

Lo segundo que surge es una necesidad de demostrarte que todo está bien, que nada pasó, que puedes continuar viviendo una vida normal. Lo mejor—creemos erróneamente—será mantenerlo todo en silencio para que el juicio de los demás sobre lo ocurrido no repercuta en nuestras vidas. Y entonces, ocurren varias cosas: que la persona abusadora usualmente sale impune, nadie sabe lo que hizo y todos los demás continúan confiando en “sus buenas intenciones y conducta” (este es un tema sobre el que podríamos hablar en otra ocasión: la importancia de denunciar; sin embargo, en la reflexión de hoy quiero centrarme en tu propio proceso de sanidad). Más grave que eso, tu propia vida sigue en peligro porque sigues sin reconocer que hubo un daño y porque en adelante vas a tratar de demostrarte a ti misma que todo está bien cuando no lo está.

Los intentos por demostrar que todo está bien pueden incluir involucrarte en relaciones afectivas y hacer un esfuerzo por confiar y actuar “normal”, aun cuando la confianza no sea la mejor opción. Eso que creemos es actuar “normal” podría incluir “ser complaciente”, “ser alegre y divertida(o)”, “ser sexualmente ardiente o excesivamente recatada(o) y controlada(o)”. Las personas que han sido abusadas una vez con mucha frecuencia se revictimizan por múltiples procesos inconscientes y, sin darse cuenta, en muchas ocasiones están de nuevo en una situación en la que el contacto o acercamiento sexual que obtienen no es el que querían, no les provoca bienestar ni satisfacción, ni las hace sentirse amadas.

Al respecto, uno de los aprendizajes más importantes que hay que hacer en este proceso de sanidad es: ¡No te entregues!, ¡no confíes! No necesitas demostrarle nada a nadie, y lejos de ello, estás en todo el derecho de demandar que las personas se ganen tu confianza antes de permitirles acercarse. No te manda nadie a confiar, ni siquiera Dios mismo (Jeremías 17:5), no te piden que seas “normal”, te piden que seas “genuina(o)”, que te conozcas y te afirmes como la persona que eres, que te ames (Mateo 22:39) y seas feliz.

¿Sabes? Lo “normal” no existe, nadie dice cómo tiene que ser una persona sexual sana excepto el amor propio. No es en la complacencia al otro en donde vas a encontrar tu plenitud, es en el conocimiento y reconocimiento de ti misma(o); es en el respeto a lo que vas sintiendo y necesitando cada día para sentirte amado(a), y en la medida en la que te ames, vas a poder amar a los demás con seguridad, pero nunca en un acto que te denigre, que te quite valor o que te haga sentir mal.

La sexualidad es eso: un acto de amor. Para amar bien, debes primero amarte bien, cuidarte bien. Hay un pasaje en la Biblia que lo explica de forma poética; en Cantares 8:8-9 dice: “Tenemos una pequeña hermana, Que no tiene pechos: ¿Qué haremos a nuestra hermana cuando de ella se hablare? Si ella es muro, edificaremos sobre él un palacio de plata: Y si fuere puerta, La guarneceremos con tablas de cedro”. La expresión “no tiene pechos” es un símbolo de vulnerabilidad e inocencia, es una forma de representar a una persona que en su situación actual en la relación con otra persona podría ser sometida fácilmente; ¿qué hacer con esta persona?, pues cubrirla, protegerla. La plata y el cedro en la Biblia representan a Jesús, su pureza, su majestad, su poder, su fuerza, su honra, su fineza y alto valor; ese es el valor con el que las enseñanzas de Dios mandan a recubrir a una persona vulnerable: con fuerza, con alto valor, con honra, con poder, con majestad, con pureza.



¡Cúbrete, ámate! No te rodees de nada que no sea puro y majestuoso. El trato de amor, reconocimiento, respeto y valor que le dio Jesús en su vida a la mujer y al ser humano en general, ese es el trato que mereces de todas las personas que están a tu alrededor y sobre todo, ese es el trato que mereces darte. 

jueves, 21 de enero de 2016

SUPERAR UN ABUSO SEXUAL: RECONOCIENDO EL DAÑO

Psique&Salud: Reflexión Semanal
SUPERAR UN ABUSO SEXUAL: RECONOCIENDO EL DAÑO
Por María Antonieta Campos Badilla

Cuando nos hablan de abuso sexual, pensamos inicialmente en historias de horror, en el abuso crónico de una persona malvada que vive y te encierra en casa, o en violaciones violentas y dolorosas.

Pero abuso sexual, como todo, viene en muchos paquetes, no siempre ocurre en casa, puede ocurrir una vez, puede tratarse de un simple beso forzado, de una caricia íntima de una figura de autoridad con la amenaza de no contar, de un matrimonio obligado en el que hay que “cumplir con la labor” sexual, de los mensajes denigrantes continuos de alguien que te quiera hacer pensar que eres un objeto sexual, una prostituta o un depósito de su deseo. Es abuso que alguien te toque en la calle, que te asusten con sus palabras, gestos, miradas, sonidos. Es abuso sexual cuando alguien con autoridad, con poder o con mayor conocimiento que tú te lleva a una situación en la que cedes al contacto sexual sin que eso te provoque bienestar.

Y vivimos las mujeres cargando historias dolorosas sin saber, muchas veces, que esas historias se constituyen en una forma de agresión. Ignoramos que las espinas que se clavaron tan sutilmente en nuestra piel (con aquellos actos que la sociedad nos enseña a minimizar) se quedan por dentro provocando una infección emocional, social y sexual.

Violento o crónico, sutil o pasajero, cuando esa voz o esa mirada que nos degrada toca nuestro corazón, lo hiere como si una pluma tocara la niña de nuestro ojo. El corazón es delicado, sólo resiste el roce de otro corazón lleno de amor, de lo contrario se duele, sangra, se infecta, se cubre con una costra para que no lo vean de afuera, pero se enferma y sufre por dentro.

Así, lo primero que necesita hacer una persona que ha sufrido un abuso es reconocer que lo ha sufrido, que lo ocurrido dolió mucho y aún duele, sea que otros lo consideren importante o no. Hay que ponerle nombre al acto ocurrido: “Esa persona abusó”, “agredió”, “abusó de la confianza”, “abusó con su fuerza”, “abusó de su poder”, “se aprovechó de lo que sabía y yo no sabía aún”, “se aprovechó de que yo estaba sola”, “me denigró”, “me engañó”, “me hizo sentir sucia, mala o culpable en la sexualidad, cuando en realidad la sexualidad es el acto más puro de amor, y me quitó por un tiempo la posibilidad de disfrutarlo de esta manera”.

Cuando los actos de maldad se nombran obtienes la capacidad de dominarlos. Cuando los logras reconocer y descubres la intención, la maldad contenida o el mal que dejaron clavado adentro, entonces activas en tu interior un sistema de autoprotección y sanación que terminará por sacar de ti las espinas y te permitirá construir un mundo nuevo para ti.

El corazón de una mujer es resiliente; tiene la capacidad de reconstruirse con nuevos tejidos de amor aún después de maltratos atroces. Con el amor que dediques a tu propio corazón este sanará sin duda.



Isaías 35:1-2 tiene una hermosa promesa que he visto cumplirse en cientos de mujeres que creen y esperan, dedicándose a cuidar sus propias vidas con tanto amor como el que anhelaron de parte de otros por mucho tiempo: “Se alegrarán el desierto y la soledad: el yermo se gozará, y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo: la gloria del Líbano le será dada, la hermosura de Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro”.