martes, 29 de marzo de 2016

SABER AYUDAR Y RECIBIR AYUDA

Saber Ayudar y Recibir Ayuda

Una de las dificultades más grandes cuando se enfrentan los problemas cotidianos, los comunes a la vida del ser humano, es saber reconocer cuándo se requiere ayuda, cómo recibirla y cómo darla.
En menos de una semana he tenido tres experiencias que me han ayudado a pensar en esto.

Primera experiencia
Terminé mi Semana Santa descansando y recuperándome de las noticias mal manejadas de nuestro sistema de salud estatal (véase la reflexión “Llorar para no arrancarse el corazón”).  Mi esposo con gran atino decidió pagar la habitación de un hotel cerca de la casa de paseo de mis padres. Pasamos un tiempo con ellos y otro tiempo a solas.
Invertí cada mañana en dormir hasta tarde, en tomar un desayuno delicioso, y luego refrescarme en la piscina del hotel. ¡Refrescarme!, porque ni siquiera tenía energía para nadar. Dediqué horas a consumirme y flotar, con un dedito pegado a la orilla para levantar mi cabeza de cuando en cuando y respirar para luego seguir flotando. No sé por qué, pero cuando uno está flotando en el agua, totalmente sumergido en ella, parece que el tiempo se detiene y no está ocurriendo nada más. Es como volver al inicio de la vida.
Pues bien, en uno de esos momentos en que levanté mi cabeza para tomar aire, vi frente a mí, flotando, “ahogada”, una pequeña libélula azul. Me dio tristeza, porque las libélulas por nuestra historia familiar me recuerdan a mi abuelo; casi siempre las veo y pienso en alguna buena noticia, porque mi abuelito Hernán era muy alegre. Pero esta estaba “ahogada”, o eso creí. Decidí sacarla del agua para que por lo menos pudiera descansar dignamente en la tierra, pero cuál fue mi sorpresa que al acercar mi mano, ella se aferró con sus patitas a mi dedo y parpadeó.
La subí y la puse en la barra del bar de la piscina. Donde se paró sin poder abrir sus cuatro alitas empapadas que estaban pegadas como si fueran una sola. No podía volar así. Entonces, decidí quedarme a su lado un rato. Le dije que tuviera paciencia que yo la acompañaría hasta que se secaran sus alas para que volviera a volar. (Se lo dije porque creo que todos los seres vivos sienten y entienden los mensajes de amor).
Soplé con mucha suavidad las alas de la libélula para que se secaran más rápido. Me quedé con ella por un rato soplando, hasta que ella caminó hacia mi mano, se subió y se sostuvo en ella con seguridad. Por un momento sentí que la pequeña estaba confiando en mí. Así, la llevé hasta unos crotos (arbustos con hojas coloradas) que se encontraban al lado de la piscina, dejé que ella se agarrara de una hoja y seguí soplando sus alas.
Las alitas se fueron secando y se soltaron una por una. En cuestión de media hora sus cuatro alas estaban libres y mi nueva amiga salió volando. 
Cuando se había ido me pregunté: ¿Cuál sería el aprendizaje que esta vez me traían las libélulas?

Segunda experiencia
De regreso al trabajo y en vísperas de una nueva cita médica (con el estrés o el terror que me implicaba por la desagradable experiencia que tuvimos doce días atrás), me llamó una amiga querida para preguntarme cómo abordar el duelo de una niña por la muerte de su hermanito.  Lo que pude darle en ese momento fue una breve idea de cómo explicar la vida y la muerte: Una analogía concreta de las orugas, los capullos y las mariposas, los cambios en el estado de vida, el espíritu y el cuerpo.
Para poder dar una explicación a una pequeña esto servía, pero el acompañamiento en el dolor era otra cosa. Así que tuve que ir a mis archivos a buscar material de apoyo para los niños y niñas que están en duelo.
Encontré un pequeño libro que les ayuda a trabajar ciertos temas importantes en el duelo (se los anoto por si les sirven):
1.       ¿Qué pasó? ¿Qué o a quién perdí? ¿Cómo era?
2.       ¿Cómo puedo recordarle siempre?
3.       ¿Qué es el duelo?
4.       ¿Cómo me siento? ¿Dónde y cómo siento esas emociones?
5.       Hay diversas razones, no es mi culpa
6.       Esto es lo que me hace falta
7.       Estos son mis temores. Así siento el enojo. Puedo tener estos sentimientos, puedo hablar de estos sentimientos, puedo escribir de estos sentimientos
8.       ¿Qué pienso de la enfermedad? ¿Qué pienso de la muerte? ¿Qué pienso de la vida?
9.       Lo que recuerdo de…, lo que aprendí de…, lo que me hizo enojar de…, lo que siempre amaré de…
10.   Puedo volver a estar mejor
11.   Puedo llorar, recordar, abrazar, preguntar, enojarme, ver fotos, amar…
12.   Estos son los recursos que tengo:
a.       Esta es mi familia
b.      Estos mis amigos
c.       Estos mis juguetes
13.   Esta es la gente que me cuida y se preocupa por mí
Recordé en un pequeño libro de trabajo para niños que hay un listado de elementos que le dan sentido a nuestra existencia y que nos ayudan a superar toda clase de dolor. El amor, es el primero de ellos.

Tercera experiencia
Hoy fuimos a una segunda consulta oncológica, con un médico diferente, en un centro de salud privado: una muchacha muy amable que sacó tanto tiempo como necesitamos para aclarar nuestras dudas. Le pregunté tantas veces lo mismo y las mismas veces y con la misma amabilidad contestó hasta aclararnos.
Hubo una clara explicación de la enfermedad: el cáncer de vejiga, y del caso particular que nos interesaba. Hubo clarificación de los tratamientos, sus riesgos y sus oportunidades. Lo más enriquecedor: Hubo una identificación de los recursos con que se cuenta para salir adelante. Y hubo una excelente combinación entre la realidad científica y la esperanza.
Al terminar la cita teníamos algo más de criterio, algo de control, algo para decidir, algo por qué esforzarse.

Mi conclusión a partir de estas tres experiencias
La vida es adquiere su sentido cuando se ama y se recibe amor, cuando con amor se dan explicaciones claras de los procesos que se están viviendo, cuando con amor se acompaña al que espera y se le anticipa qué va a pasar y cómo puede estar mejor. 
Así es como se ayuda, como amor, tiempo y conversaciones bien pensadas, con sentido de trascendencia.
Y así también es como se mejora, reconociendo y buscando la ayuda cuando se requiere, confiando y tomando la mano de quien la extiende con ternura para levantarnos.

“En todo tiempo ama el amigo,
Y es como un hermano en tiempo de angustia”.
Proverbios 17:17
“El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo;
Y amigo hay más unido que un hermano”.
Proverbios 18:24


martes, 15 de marzo de 2016

LLORAR PARA NO ARRANCARSE EL CORAZÓN

Llorar para no arrancarse el corazón


La experiencia dolorosa

Sentados los tres en el consultorio de oncología, escuchamos los pasos de la doctora apresurados acercándose a nosotros. Al frente parecían estar una residente y dos estudiantes muy calladas, nunca llegaron a decirnos quiénes eran ni qué estaban haciendo allí. La doctora, de unos 30 años, piel blanca y cabello oscuro entró rápidamente y se sentó tras su escritorio, y, sin presentarse siquiera dijo con voz cortante y volumen bajo—Yo necesito que usted me aclare si en urología ya le dijeron que le van a hacer una cirugía posterior al tratamiento de quimioterapia para quitarle la vejiga.
—No— contesta él perturbado, totalmente abrumado por el golpe de información. En una breve pausa respira y dice—A mí muy al principio me hablaron de tres posibilidades, tres panoramas posibles.
—Ah bueno—lo interrumpe la doctora con el mismo tono inicial y sin dejarlo contar las tres opciones—es que a mí me parece que aquí hay una falta de comunicación entre urología y oncología.
—Sí  señorita—le dice mi hermano con vos amable sabiendo que al paciente no lo han dejado hablar—me parece que es una falta grave de comunicación.
Sin detenerse a pensar en lo que le dicen, sin mirarnos siquiera a los ojos, revisa el expediente, llena papeles tan rápido como puede y prosigue su regaño diciendo—Lo que yo necesito que le quede a usted bien claro es que lo recomendado para este tipo de cáncer es hacer una cirugía posterior para quitar la vejiga...
Ya para este momento se habían hecho dos cirugías, la primera fue exitosa, salió todo el tumor completo e incluso quitaron la base en la que estaba. La segunda fue para cerciorarse de que una manchita que se evidenciaba con los exámenes no era un tejido maligno, y no lo era, resultó ser un tejido quemado que había quedado de la cirugía anterior. Faltaba aún el resultado de una biopsia, y la doctora no tenía ninguna evidencia aún de que hubiera riesgo de metástasis. Pero ella afirmaba que su recomendación era la que se da a todos los pacientes alrededor del mundo.
Es la cita médica más extraña que he tenido; ella no preguntaba nada, no nos dijo nunca qué es el cáncer, cómo funciona, qué es lo que pasa en el cuerpo, qué tipos de cáncer hay, por qué razones hay riesgo, cuáles son los tratamientos posibles, y en qué consisten; no nos explicó nunca qué es lo que pasa en el cuerpo. Sólo insistió en que debían programar una cirugía para después y que, para esto, ella se reuniría con los médicos de urología esta semana. Si él, el paciente al que nunca preguntó el nombre, no quisiera operarse, podría decidir no hacerlo, pero decía que lo recomendado por estándares internacionales es extirparla.
De repente me sentí como sentada al frente de la Reina de Corazones de la película de Alicia en el País de las Maravillas (la de Tim Burton). Me miré como en frente de ese personaje odioso que grita carente de empatía: “¡Que le corten la cabeza, que le corten la cabeza!”
Pedí la palabra a la doctora en repetidas ocasiones, y a la tercera vez me volvió a ver con los músculos de la cara tensos, los dientes bien juntos y los ojos entre cerrados y me dijo: --Déjeme terminar—e insistió en lo mismo--, lo que necesito que tenga muy claro es que la recomendación es quitar la vejiga.
Cuando terminó de dar su repetida recomendación y se aseguró de que ya nadie quisiera protestar, entonces dijo—Ahora sí, ¿qué quiere decirme?
—Disculpe, es que nosotros no sabemos nada de la quimioterapia y de estos tratamientos, necesitamos que nos explique en qué consisten—. En  ese momento no se me ha ocurrido aún, que la primera información requerida era la explicación de en qué consiste la enfermedad, por eso no se lo pregunté también. Eso se me ocurrió hasta que llegué a mi casa por la noche y me aclaré un poco.
—Ahora  le voy a explicar, pero lo más importante es que al señor le quede clara cuál es mi recomendación.
—¿Y ustedes cuentan con datos estadísticos que puedan ayudar a valorar cuál es el pronóstico para estos casos cuando se aplica este tratamiento?—preguntó mi hermano.
—Aquí  en la caja no hay, no va encontrar nada con eso de la ley que desde hace diez años no permite hacer investigación en humanos, pero estos son los estándares internacionales—.  Le dirigió la misma mirada tiesa que me dirigió a mí y prosiguió diciéndole a su paciente—Se  le va a aplicar cistoplatino y gemcistabina durante tres ciclos y después usted decide si le hacen la cirugía. Son tres ciclos con tres sesiones, una cada semana y una semana de descanso. La quimioterpia da náuseas y vómitos; se le van a dar medicamentos para aliviar los síntomas secundarios de la quimioterpia. Puede comer lo que quiera, yo no le voy a dar una dieta.
No habíamos estado sentados más de 10 minutos, y ante semejante bomba de información y un absoluto rechazo del servicio al contacto humano-afectivo entre médicos y pacientes, a él sólo se le ocurrió preguntar—Esto es mucho más de lo que me habían planteado, ¿cómo voy a quedar yo después de esos tratamientos?, ¿voy a poder trabajar?
—¡No , no va a poder trabajar!—contesta la doctorcita con el mismo tono cortante y voz baja que ha mantenido todo el tiempo. Ella bajó la mirada un momento, siguió llenando papeles, y seguro pensó que ya no hacía falta poner más alertas rígidas, y dijo—Bueno, mídase usted, si siente que puede trabajar, hágalo.
La muchacha residente que se encontraba a la par de la doctora dijo con vos dulce:--Este es un consentimiento informado en el que usted indica si acepta el tratamiento o no, de igual manera, si usted lo firma puede dejar el tratamiento en el momento en que usted lo decida.
Fue la única voz dulce que escuchamos. Las dos estudiantes se mantuvieron calladas todo el tiempo, con la mirada hacia el suelo, con los hombros encogidos y las manos tensas sobre o debajo de sus regazos.
La primera frase de mi hermano al salir fue: --Esa doctora necesita terapia psicológica.


Mi reflexión al respecto

Por la noche, después de haberlo conversado con algunas personas, después de decidir con mi familia que no se haría ningún tratamiento antes de la biopsia y que no se accedería al tratamiento sin recibir las explicaciones necesarias sobre la enfermedad y los tratamientos disponibles, después de escribir y llorar hasta calmarme un poco, después de todo eso, pensé mucho en la doctora.

Siempre había escuchado que las personas que trabajan en oncología se vuelven duras, se desvinculan de la gente con la que trabajan para no sentir dolor; pero no sabía, no imaginaba cuánto puede disociarse una persona para no estar allí conversando con aquellos a quienes les habla.



Fue como ver a Davy Jones en persona; el personaje fantástico de Piratas de Caribe. Davy Jones y la diosa Calipso se habían enamorado. La diosa le encargó que dirigiera el Holandés Errante, el único barco capaz de llegar al fin del mundo para transportar las almas que se habían perdido en el mar. Davy Jones debía llevar a esas almas al más allá en paz. Él tenía también el poder de ampliar la vida o de postergar la muerte de los que aún no se habían marchado. Diez años tenía que cumplir esta misión sin tocar tierra, y después de este período, podía desembarcar por un día y encontrarse con su amor. Pero después de los primeros diez años no encontró a Calipso, y su dolor y enojo fue tal que se arrancó el corazón y se convirtió en un monstruo, abandonando las almas perdidas en las mareas profundas y aprisionando marinos a su servicio a cambio de unos años de vida más, una vida de dolor y esclavitud.

Así de doloroso y desprovisto de realidad me pareció aquella escena de hospital. ¡No la aguantan; los funcionarios del sistema de salud nacional no aguantan la carga de acompañar a las almas humanas en su postergación de la vida o en su traslado a otro lugar! ¡No saben qué hacer y se disocian, se separan de la realidad y la viven como si sólo se tratara de los números sin significado de un expediente y de las dosis de químicos administradas a un papel!

Mientras la recuerdo, con su cuerpo frente a nosotros y su corazón guardado en algún baúl escondido y lejano, pienso en mis años de psicoterapia, en que mi hermano dijo que ella necesita terapia psicológica. Pienso y recuerdo que el dolor para sanarlo hay que llorarlo porque si no uno termina arrancándose el corazón.

Sentir y llorar es necesario. Darle lugar al dolor, reconocerlo, conversarlo, compartirlo y acurrucarse o desplomarse en los brazos un ser amado. El dolor y la pérdida se resuelven con las lágrimas que bautizan una y otra vez nuestras vidas para darnos esperanza y sentido.

Cómo quise esa noche decirle a la doctora:

—¡Señorita, llore, asústese si quiere, diga no sé, diga no puedo, diga no tengo todas las respuestas pero juntos lo vamos a afrontar! Vaya usted pequeña doctora, vaya al psicólogo y llore, vaya a los grupos de apoyo y llore, vaya a la iglesia y llore, llore hasta venga a su consulta con lágrimas limpias, llenas de esperanza y de un sentido de trascendencia. Hay que llorar para sanar y no arrancarse el corazón.


lunes, 14 de marzo de 2016

DE VUELTA A MI PAZ

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
14 de marzo de 2016

De Vuelta a mi Paz

A mis estudiantes de doctorado con cariño.

Cuando una persona es pequeña y delicada, fácilmente es reconocida por el entorno como un blanco vulnerable. Pero cuando una persona está acompañada, cuando sus redes sociales son amplias y sus vínculos son fuertes, entonces esa persona deja de ser pequeña, se hace fuerte y se vuelve líder.
Este ha sido un año muy diferente a todos los que he vivido. En mi vida siempre ha habido una persona en particular que me ha dado su apoyo incondicional y seguridad suficiente para levantarme y salir triunfante aún del más profundo dolor.  Su fortaleza y dedicación absoluta a mí y a mi familia, hizo que yo viera siempre abierto mi camino de regreso a la esperanza y a la felicidad y que otros quisieran caminar conmigo por éste.
Sin embargo, somos espíritus  guardados en estuches de material perecedero, un material que en ocasiones se debilita y requiere de seguimiento para fortalecerse y lograr su estabilidad, y un material que algún día volverá a la tierra sin preguntarnos. Y en los momentos de debilidad y enfermedad de aquellas personas que amamos, es cuando la vida nos recuerda el carácter temporal de lo material, y es cuando se pone a prueba la permanencia de los vínculos afectivos y la trascendencia de lo espiritual.
Si amenazan con quitarte a quien te da seguridad, lo que sientes es temor, o ¡terror!  Pero ante el temor prevalece el amor, o como dice literalmente el texto bíblico “el perfecto amor echa fuera el temor” (I Juan 4:18).
Un par de meses después de iniciados los tratamientos contra la enfermedad de mi amado protector (después de evaluaciones varias y cirugías, antes de la quimioterapia), sin saber muy claramente la razón, acepté dar un curso sobre liderazgo en el Doctorado en Educación que yo misma había cursado un año atrás.
Yo soy andragoga y psicóloga, trabajo educando gente, no liderando masas, y aunque la psicología me da para entender los procesos de liderazgo social, la verdad es que no se trataba de un curso sobre mi campo de trabajo cotidiano. Además, lo acepté en un momento en el que más bien había cerrado la puerta a muchas otras actividades.
En esas fechas yo había quitado de mi agenda todo aquello que me demandara tiempo y esfuerzos extra. Yo quería que todo el tiempo y energía que tenía disponibles fueran sólo para cuidar a mi familia; además, como es natural, no tenía mucho ánimo para cuidar a otras personas con el cuidado y esmero con que siempre lo hago en la terapia. Hasta había cerrado por un tiempo las Tardes de Manualidades y Café que tanto disfruto y sólo les escribo de vez en cuando por este blog. No sentía valor para atender las necesidades de otros cuando las de mi propia familia se veían en riesgo.
Pero esta nueva oferta parecía zona segura: Enseñar a “gente adulta, estudiada, independiente, en control completo de sus vidas, personas que estaban obviamente en la cima de todo, llevando un doctorado, y que no necesitaba que yo tuviera energía extra para ayudarles a levantarse”. Así fue como acepté el reto.
Inicié el curso con la consigna de atenderlos con mucha estructura: Instrucciones y fechas claras para la entrega para cada tarea. De esta manera, hice un programa en el que sólo debía dejar las tareas con una rúbrica rígida de pasos a seguir en cada actividad, yo sólo debía  leerlas y calificarlas dentro de un margen de tiempo claramente establecido: no había riesgo.
Pero Dios siempre nos da lo que necesitamos, y si era el amor lo que echaría fuera el temor, entonces no era estructura lo que yo, ni mis estudiantes, estábamos necesitando.
Ya para la segunda y tercera semana del curso era claro que me encontraba ante un grupo de estudiantes excepcionales; estudiantes críticos, amplios en experiencias de vida, doctos en teorías sociales y con mucho para aportar, demasiado como para dejarlos amarrados a una estructura. También era evidente que su vida no era la vida perfectamente estable y acomodada que uno se imagina en la gente que tiene tiempo y recursos para estudiar. En diferentes formas, caminaban por el mundo con el corazoncito abierto de dolor, tan abierto como el mío, y con el deseo de que su esfuerzo les aportara un poquito de esperanza en su camino. Bonito reto para el curso: Los líderes de la educación caminando en busca de esperanza. ¡Líderes humanos al fin!
Uno de los primeros elementos que me hizo cuestionarme la forma en la que estaba estructurado el curso fue que una de las personas matriculadas dijo “no me gusta ir a los cursos a aprender lo que uno puede leer en Google”.  ¿Se dan cuenta de la dimensión de esa demanda?, ¡casi todo está disponible en Google!
Y lo que definitivamente me llegó al corazón fue  que su deseo de aprender más estaba basado en su disposición de trabajar por un mundo mejor.
Vi en cada uno de ellos su disposición de compartir sus vidas,  la pasión y el amor con el que se entregan para servir con el desarrollo de su profesión. No estaba tratando con profesionales que van a sus trabajos para ganarse el sueldo (a pesar de que  el salario es importante), no se trataba de personas con una mezquina necesidad de poder, más bien, se trataba de personas que trabajan para crearle mejores condiciones de vida a todos los que les rodean, de esas personas que además cargan sueños, anhelos, amores lejanos y cercanos, dolores de amor que los impulsan a querer ser excelentes en lo que hacen.
Sus historias en menos de un mes me obligaron a cambiar de rumbo, y a buscar en mi bagaje de recursos algo que tuviera para compartir y enseñar; algo que no estuviera en Google, aquello de lo que no hablan los libros de texto ni los artículos académicos.  No encontré mucho más para dar de lo que ya mis lectores han visto que tengo en este blog: mi historia, una historia de amor, de perdón, de gracia, de solidaridad, de redes y vínculos trascendentes. Eso hice, simplemente decidí compartirles un poco de mi historia y permitirles contarme la suya.
¿Liderazgo educativo?, ¿no es acaso eso? Abrir la puerta a las personas para que sean ellas mismas y se desarrollen. Abrir la puerta a la sociedad para construirse a sí misma genuina y sincera.
Pues este ha sido el mejor curso que he dado; el que más he disfrutado en mi vida; el mejor porque he derramado en estas personas mi energía y amor docente durante mi tiempo de espera. Decidí atenderlos, escucharlos y tratar de entenderlos, en vez de desesperarme en mis pensamientos sobre el futuro, pues de por sí, el futuro sólo lo conoce Dios
Además, en mis noches de desvelo, sin saber lo que ha de venir, y cuando espero que Dios me conceda mis deseos de salud y larga vida para todos los míos, en esas noches me pongo a leer lo que ellos escriben. Y me consuela el conocer las perspectivas de otras vidas y la esperanza y el dolor de quienes claman también por la gracia divina; me consuela el gran valor de su trabajo cotidiano, la buena voluntad de sus escritos,  la fortaleza de su fe, y la trascendencia de su mutua y evidente lealtad.
En sus palabras, en sus acciones y en sus vínculos he observado a Dios, al Amor, y a la Esperanza; y, sin notarlo, mi deseo y esfuerzo por impulsar sus barcos ha llevado el mío en un rumbo de paz.
Dando es como recibimos, y compartiendo mi vida de forma genuina encontré vida en aquellos que me escuchaban. ¡Qué cierto es!, el verdadero amor de Dios echa fuera el temor. El verdadero amor de Dios es aquel se manifiesta en el cuidado que tenemos unos para con los otros.
Eso y ninguna otra cosa merece el nombre del liderazgo, ese y no otro es el sentido de la influencia que unas personas pueden ejercer sobre otras. Amar. Porque sólo el amor puede transformar la vida y darle sentido, porque sólo el amor trasciende el tiempo, la distancia, el cuerpo y la vida.
Como siempre afirmo: Dios es bueno, y esta vez supo darme lo que necesitaba para lograr mi paz.