Programa Manualidades y Arte para la
Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
Décima sexta reunión: Guadalupe, 12 de julio de 2014
Hacer un plan de salida y dejar las cargas atrás
Por
María Antonieta Campos Badilla
Hace unos días me preguntaban, sobre el pasado, que
si era necesario perdonar y seguir atendiendo y cuidando a las personas que nos
han hecho daño. Recordé entonces una encíclica del Papa Juan Pablo II en el que
él definía el perdón como la decisión de no cobrar (o vengarse) por un daño
recibido.
Estoy muy de acuerdo con esta visión y, en oposición, suelo contradecir a algunos líderes religiosos que
dicen que perdonar es lo mismo que olvidar; esto no es cierto, porque como
vimos en nuestras reflexiones pasadas, el pasado está allí para darnos
sabiduría. ¿Cómo vamos a aprender a cuidarnos a nosotros mismos si no
recordamos lo que ha pasado?
Perdonar tampoco implica esconder lo que ha pasado;
al contrario, en la medida en la que podemos hablar de las experiencias
dolorosas hacemos justicia: Recordemos que la verdad liberta, que la libertad
trae justicia y la justicia produce paz. También, recordemos que fuimos
llamados a paz, a vivir una vida abundante y en libertad; esta fue la obra de
Cristo.
Así, cuando alguien nos ocasiona un daño hay dos
acciones fundamentales a las que estamos obligados:
En primer lugar, debemos protegernos y para
ello es necesario evaluar nuestros puntos vulnerables, fortalecerlos,
reubicarnos en una posición segura y cerrar puertas. Algunas veces debemos
ubicar los recursos que tenemos, acudir a las personas que nos aman, a las que
pueden ser objetivas y nos pueden tender la mano. En ocasiones para protegernos
debemos sacar a la luz lo ocurrido porque esta es la única forma en la
nuestra red de apoyo social servirá como un verdadero elemento protector,
y también porque el riesgo para otras personas disminuirá. Esto no es vengarse,
de hecho, el confrontar a una persona por el agravio, mediante las vías
apropiadas, puede ser una oportunidad para que mejore su camino y se libere de
sus acciones. Pero hablar es difícil, sobre todo al principio, y más cuando lo
vivido no se comprende bien. En esos momentos hay que recordar que no
estamos solos en el mundo, que no nos toca resolver en soledad, que comunicarse
es posible, y que siempre habrá alguien que sí quiera y pueda tendernos
la mano. A esto es a lo que yo llamo "protegernos".
En segundo lugar, cuando ya estamos seguros
físicamente es necesario sanar y fortalecer nuestra alma. Esto se logra buscando
personas sabias con las que podamos conversar, de preferencia profesionales
bien preparados cuando el daño ocasionado ha sido muy profundo, personas
capacitadas para ayudarnos a comprender de forma racional lo ocurrido, aprender
de la experiencia, sanar y organizar un futuro seguro y esperanzador.
Este proceso de análisis puede ser doloroso si la experiencia fue dolorosa pero
es liberador, y sólo requiere animarse a revivir con las palabras lo ocurrido
para poder analizarlo y darle una nueva comprensión, una que sea más objetiva y
sana, esto es “hacer duelo”, "resolver", "sanar y fortalecer nuestra alma"; esto es un proceso en el que es permitido enojarse, llorar, reclamar y descubrir que se
merece mucho más; este es el momento en que es posible hacer un plan para obtener todas aquellas bendiciones que
fueron preparadas por Dios para nosotros en esta vida.
Pero entonces, volviendo a la pregunta que me hacían, yo contesto con otra pregunta: ¿Qué es el perdón? Yo creo que es, para fines
prácticos, una forma de acomodar las vivencias del pasado, la manera más práctica
de liberarnos de la carga del recuerdo; no es olvidar, es comprender
(racionalmente) lo que ocurrió, y decidir no juzgar (esto es, no asignarle un valor negativo que se carga sobre nuestras espaldas todo el tiempo), es no vengar o no
desquitarse por el agravio cuando se comprende que nada de lo que se haga
contribuirá a tener un mundo mejor. Perdonar es decidir estar bien, sin albergar rencores y
recuerdos devastadores que nos ubican en una posición de víctimas; es no cargar más con el otro en nuestra mente como si estuviera aquí siempre presente, es dejarlo atrás. Perdonar, también es
decidir actuar con amor a la humanidad, tomar las acciones más sanas posibles,
hacer aquello que hará de nuestro entorno, nuestra vida y la de los demás (en la medida de lo posible), un ambiente seguro, de libertad y de
paz.
De esta manera, perdonar no es una tarea tan fácil
de realizar, pero, insisto, sí es una tarea liberadora.
No es fácil porque perdonar no necesariamente
significa hacerse el bueno o atender a quien no merezca ser atendido; al contrario,
nuestro llamado a la justicia muchas veces demanda una denuncia o un
replanteamiento de los límites y para ello hay que ser fuerte y confrontar a
pesar de las presiones sociales.
Tampoco es fácil porque hay un tiempo para el
perdón (Eclesiastés 3), no se perdona en cualquier momento sino en el momento
oportuno. Cuando las personas se encuentran en circunstancias de vulnerabilidad
o cuando aún no han pasado por un proceso liberador y terapéutico, cuando su
enojo o su dolor son tales que apenas tienen energía para protegerse, cuando
están de duelo, ese no es el tiempo de perdonar, es el tiempo de hablar, de
llorar y de acomodar cognitivamente lo ocurrido (véase la reflexión anterior).
Aquellas personas que perdonan pueden hacerlo porque ya se encuentran caminando
sobre las circunstancias, ya están seguras. Y reitero que perdonar solamente
significa que estas personas deciden no cargar con el rencor o el dolor del
pasado, dejan a un lado el juicio y construyen una vida propia, esperanzadora y
segura.
Entonces y sólo entonces, cuando una persona
descubre todo lo que vale y lo que merece, entonces es que es capaz de
perdonar; sólo entonces puede escoger los mejores sentimientos para su diario
vivir, sólo entonces se siente tan alto que puede caminar sin ser víctima de
nuevo, caminar con compasión hacia el otro, caminar de manera independiente y
sin culpas que le obliguen a cargar con su pasado.
Hacer un plan de salida y dejar las cargas atrás,
es todo este proceso que va desde la autoprotección, pasando por la sanidad
hasta llegar a la libertad que permite dejar el dolor y el rencor atrás, es el proceso en el que ya no se es víctima
sino en el que se camina sobre las circunstancias y se le dice al mundo cuáles
son las reglas de nuestra vida.
¡Ánimo! Cuando la Biblia dice “Más vale
conquistarse a uno mismo que conquistar naciones”, o cuando afirma que fuimos
creados para “ser cabeza y no cola, para estar arriba y no abajo, para dar a
prestar y no pedir prestado”, nos está
diciendo que estamos encargados de señorear nuestra vida y que podemos vencer y
estar por encima de toda circunstancia.
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