Cuando la yunta de los bueyes que jala la carreta se rompe en
una cuesta empinada, y urge llevar la carga a la cima para poder prosperar,
entonces hay que empezar a empujar. Puedes empujar con fuerza o puedes empujar
con amor.
Cuando yo era una adolescente solía preparar algunas reflexiones para los campamentos de colegio a los cuales yo asistía como parte del grupo de líderes. Mi mejor amigo me reclamaba porque decía que yo siempre escribía sobre el amor; a mí, en mi preciada inocencia, no se me ocurría que pudiera haber un tema más interesante, pues el amor es aquella fuerza que impulsa todo.
Ya en edad universitaria escuché cualquier cantidad de reflexiones sobre el pasaje de I Corintios 13 que habla sobre el amor. Estas eran, básicamente charlas manipuladas (por hacer más énfasis en unas partes del pasaje y no en otras, y por añadirle lo que nunca fue dicho), charlas promotoras de la tolerancia incondicional y, en algunos casos, promotoras de la sujeción de la mujer. Parecía que el pasaje dijera: el amor es sufrido, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, así que aguante las malacrianzas de su marido y no se irrite.
¡Horrible malversación! Y más horrible que la sociedad aprendiera a juzgar a los cristianos interpretando con error que todos los seguidores de Cristo promovían tal estilo de vida.
En mi vida adulta, sin embargo, he escuchado a muchas personas expresarme con dolor que no quiere oír nunca más ese pasaje, que no quieren que les digan que tienen que sufrir porque ya han sufrido mucho.
Pongamos el pasaje en contexto; se supone que es un pasaje que fue escrito a la luz del evangelio de Cristo. ¿Acaso alguien puede decir que Jesús sanó a alguno de sus seguidores y lo envió luego a sufrir?, ¿acaso él dejó que apedrearan a aquella mujer a la que los demás condenaban por adúltera? y ¿será que cuando las multitudes tenían hambre las dejó sin comer y les reclamó por no estar trabajando? No, todo lo contrario, Jesús alimentó, sanó, perdonó, ayudó, restauró; les dio un lugar digno a las mujeres, a los pobres, a los que con su corazón buscaban compasión; comprendió su pasado, sus motivos, sus necesidades y perdonó todo aquello que los líderes religiosos de la época jamás hubieran perdonado.
No trató Jesús igual a los fariseos ni a los mercaderes del templo. A estos los cuestionó, los ubicó y les puso límites; le señaló puntualmente lo que no estaban haciendo bien, precisamente, no actuar con amor sino de forma legalista. Y nadie puede decir que sus regaños y sus calmas o intensas verdades hacia ellos iban carentes de amor.
Así, en ese espíritu y con esa visión debería leerse el pasaje completo y tal cual está escrito:
1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo
a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
2 Y si tuviese
profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la
fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiese
todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para
ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
4 El amor es
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece;
5 no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
6 no se goza de la
injusticia, mas se goza de la verdad.
7 Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
8 El amor nunca
deja de ser
Hasta aquí, el pasaje sólo está diciendo que aquello que ha sido especialmente valorado por las altas jerarquías sociales no es el fundamento firme del ser humano, no es lo que nos da valor. Los primeros cuatro versos indican que no son tan valiosos los conocimientos y poderes espirituales, no son tan importantes las ciencias ni la visión de mundo que nos permiten hacer negocios y enriquecernos, tampoco es tan honroso el desprendimiento ni la generosidad, ni mucho menos es deseable el ascetismo, ahí lo dice: no se trata de entregar el cuerpo para ser quemado, no se trata de soportar dolor.
Entonces, ¿a qué clase de sufrimiento
se refieren el verso 4 y el 7? Al más
simple, al más sano, al que se vive de manera natural y en libertad cuando
una persona con buena autoestima se
enamora de otra persona con igual cualidad. Al dolor que siente la novia (y que
incluye palomitas en el estómago) cuando el novio se va y promete regresar a
visitarla al día siguiente. A la angustia que siente la madre cuando ve a su
hijito enfermo y se queda junto a su cama acompañándolo por la noche, la madre
no querría estar en ningún otro lugar si su presencia es esencial para el
bienestar del niño y si lo ama de manera sana. Este sufrimiento se refiere a la
tristeza de ver al amado agobiado o en
problemas y hacer lo que pueda para que esté mejor. Se refiere a ese
sufrimiento que impulsa a la compasión y a hacer un esfuerzo por empujar la
carreta juntos pero sin lastimarnos la espalda; para que la carreta llegue a la
cima ninguno de los dos debe lastimar su espalda; los dos deben empeñar igual
esfuerzo, los dos deben ponerse de acuerdo, deben buscar los mejores recursos a
la mano, pero ninguno debe salir lastimado porque el amor es benigno, y ese
es quizás el tema que olvidaron mencionar aquellas reflexiones que escuché en
mi época universitaria. El amor es benigno y lo es para mí también; es benigno
con todos.
Además, en el mismo verso 4 dice que el amor no tiene envidia, y esto es fácil de
entender, porque no tiene envidia el que tiene suficiente autoestima (amor propio).
Y en la misma línea también dice que no es jactancioso porque quien se ama
suficiente a sí mismo y no depende de la aprobación de otros, ni se envanece,
sino que sabe que el valor de todos los seres humanos es el mismo, excelso; el valor
del amor que Jesús nos proclamó, el valor de Su vida misma; porque este pasaje,
al fin y al cabo, se comprende sólo a la luz de su evangelio por el cual fue
escrito.
En el verso 5 se nos hace ver que el
amor discrimina lo bueno de lo malo y no hace nada indebido, pone límites, no
permite nada indebido hacia uno mismo ni hacia los demás. Y este mismo verso nos hace ver que el amor no
busca lo suyo porque no somos seres aislados. La conciencia de que somos parte
de nuestro entorno y nuestro entorno de nosotros, y de que nuestras acciones
nos afectan al mismo tiempo a quienes nos rodean como a nosotros mismos, es una
conciencia inherente al amor. Esa conciencia del propio ser, el saberse parte del todo, la conciencia de que
todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno, esa conciencia engendra en
nosotros paz que sobrepasa todo entendimiento y nos permite actuar buscando el
beneficio de todos; por eso, el amor no se irrita.
El amor comprende, porque se basa en
la verdad completa y no en partes de ella; por eso el verso 6 dice “se goza de
la verdad”. Esto quiere decir que el amor establece un balance entre la
compasión y el perdón y así busca la justicia de la que habla este mismo pasaje,
y por ello se reitera lo que dice el verso 5: “no guarda rencor”, pero establece
la justicia a través de la verdad.
En el verso 7, de nuevo dice “todo lo
sufre”. Sí, se puede empujar la carreta en los momentos más difíciles si se hace
con amor, porque el amor genera esperanza (“todo lo espera”), genera convicción
(“todo lo cree”) para actuar de acuerdo a nuestro sentido de vida y a nuestros
valores, para esforzarnos hasta alcanzar nuestras metas y aún superar los
obstáculos que la vida presenta (“todo lo soporta”).
“El amor nunca deja de ser”, dice en
el verso 8. Y yo recuerdo que “ni lo alto, ni lo profundo, ni la vida, ni la
muerte, ni el mal podrán separarme del amor de Dios”. (Romanos 8:39)
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