viernes, 5 de junio de 2015

Sabiduría del Mar

PSIQUE&SALUD
Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
3 de junio de 2015

Sabiduría del Mar
Por María Antonieta Campos Badilla

Hace unas semanas tuve la dicha de ir a las playas del Caribe. Disfruté muchas horas observando las olas ir y venir; algunas veces con calma, otras veces con fuerza respetable. Como si el mar conociera mi deseo de descansar a su lado me permitió muchas horas de calma para remojarme los pies en él, y de manera intermitente, cuando mi esposo y yo nos dirigíamos al pueblo, al restaurante y aún por las noches a la hora de descansar, entonces llovía de manera incesante.

La última madrugada de nuestro viaje llovió muchísimo, aún a la hora de desayunar llovía, pero apenas mi corazón deseó volver a la playa las precipitaciones disminuyeron tanto que unas gotitas apenas perceptibles me besaban la cara. Esa mañana observé como a lo lejos, en la desembocadura de un río se extendía una mancha café. Esta se hacía cada vez más grande y contrastaba con los azules, turquesas y platas que había observado en el agua hasta ese momento. La mancha creció y creció hasta que a la playa comenzaron a llegar troncos, palos, hojas, barro y, lamentablemente, algunos desechos humanos que habían bajado desde las montañas por los ríos.

Yo amo el mar. Corrí para tratar de sacar de él los desechos no biodegradables que lo ensuciaban; pero el mar fue fuerte y se los llevó antes de que yo me adentrara entre los arrecifes donde me podía lastimar. Luego, con la fuerza de las olas los depositó en otra parte de la playa donde se podían recoger sin peligro. Era como si el mar me estuviera mostrando su habilidad para limpiarse a sí mismo. El buen mar me cuidó y me enseñó su belleza sin reclamar el descuido y daños que le ocasionan los de mi propia especie. Ese día me despedí del mar con más amor.

Llegué a San José esperanzada, llena de energía y feliz. El mar me había deleitado con una interesante combinación de belleza natural y fuerza. Llegaba a iniciar un nuevo proyecto de investigación en una universidad estatal a la cual había querido entrar hace tiempo, también era la semana en la que me entregarían mi primer traje de danza para el cual había cuidado muchos detalles a la hora de hacer el encargo.

Llegó el jueves. Inicié la mañana con mucha ilusión. Me recibieron en el recinto universitario como a una experta en psicometría y me sentí halagada. Me pidieron que diera mis recomendaciones sobre un instrumento de evaluación particular.

¡El encargo fue enorme!, me pareció que esperaban que en cinco horas yo resolviera un tema que otros habían estado trabajando durante un año. Yo no quería ser irrespetuosa del esfuerzo de los demás. Durante cuatro días leí y leí todo lo que podía sobre el proyecto.

En los primeros dos días me comenzó a atacar la ansiedad porque pensé que quienes habían trabajado tanto haciendo el instrumento se iban a sentir mal si yo proponía cualquier cambio. Cuando una empieza en un puesto de trabajo nuevo desea que las personas con las que va a trabajar le abran las puertas y le permitan ser parte de ellos; y por otro lado, el compromiso con la ciencia reclama opiniones sinceras.

El sábado y el domingo fueron difíciles. Yo tenía algunas recomendaciones que dar y no sabía bien cómo. Hasta pensaba que el viernes me había adelantado dando algunas que ahora quería cambiar porque estaba encontrando información nueva en los documentos que me entregaron para revisión.

De forma paralela se dio lo del traje. El jueves por la noche llegaron a la academia a entregar los encargos. Me puse el traje. No lloré ahí para que nadie cuestionara mi habilidad de controlarme emocionalmente, pero me veía como si me hubiera puesto encima una carpa de circo.

Yo soy pequeña; mi atractivo, creo yo, no se encuentra en mi altura o en ser estilizada, pero tengo curvas lindas y hubiera preferido un vestido que las hiciera notar. Ese traje sólo le serviría a una muchacha muy alta y muy delgada que quisiera pretender que tiene caderas anchas. Yo soy pequeña, gruesita y ya tengo caderas; el vestido me hacía ver como un tapón de corcho con tres enaguas de baile típico encima. De feria, la muchacha que hizo el encargo metió el sostén a la máquina de coser y, sin cuidado, le aplastó totalmente las copas. En vez de lucir un busto hermoso parecía que me vendé con ropa vieja. En vez de lucir su forma de reloj de arena mi cuerpo parecía una bolita con un tutú largo que no le quedaba.

NO ESTOY EXAGERANDO, fui directo a la casa de mi mamá para que me viera y me ayudará y ella se rio muchísimo al verme. Pero claro, las mamás siempre ayudan. Me explicó cómo estaba hecha la enagua, cómo podía deshacerla, cortarla y volverla a hacer.  Me fui para mi casa con tristeza  (más la preocupación de la consigna que me hicieron en el proyecto de investigación), pero con un poquito de esperanza por las palabras de consuelo de mi mamá.

El viernes por la tarde-noche arreglé la enagua. Por fin sonreí y les envié una foto a mis compañeras para que se animaran también porque a ellas tampoco les había gustado el traje que les entregaron. Ahora quedaba pendiente resolver lo de la investigación y arreglar el sostén.

Por la noche tuve una revelación, una epifanía, un insight o como ustedes deseen llamarle. Recordé al mar, a mi hermoso mar, y por alguna razón pensé que cuando un barco se hunde, el mar sufre, se contamina, pero también usa su fuerza y todos los recursos que tiene para limpiar lo que puede limpiar y para cubrir todo lo que puede con hermosos corales y mucha vida.


Así resolví mis dos problemas:

Tomé otro sostén; tomé la tela que me había sobrado de la enagua y lo forré; corté el sostén feo que me habían entregado y rescaté algunas partes y materiales bonitos; y estos y otros materiales que yo ya tenía los usé para decorar el nuevo traje.

En cuanto a la investigación, rescaté todo lo positivo, valioso y de gran calidad científica que era producto del trabajo de mis nuevas compañeras; lo escribí en un correo electrónico que le envié a mi jefa y a otra compañera con sólo dos sugerencias que aclaré que podían aceptar o no con libertad.

Me abrí a la idea de que los materiales que ya tenía eran buenos y suficientes para hacer un traje hermoso como el que se hace el mar a sí mismo. Me abrí también a las ideas de nuevas compañeras de trabajo, las valoré, las acepté y las hice parte mía para empezar una nueva etapa laboral que creo que puede embellecer mucho mi vida.

Eso, creo, es ser flexible, es adaptarse, es animarse a ser feliz. Recordé algunas de las recomendaciones que escribió Salomón en libro de Eclesiastés donde dice:  

No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo… Goza  de la vida con la persona que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. (Eclesiastés 2:24 y 9:9)

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