Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
9 de noviembre de 2015
Autoestima
Por María Antonieta
Campos Badilla
Algunas veces he publicado en
redes sociales frases como “soy pequeña” o “me siento pequeña”. Nunca falta
quien interprete que me falta autoestima y que debo hablar “en grande” sobre mí
misma.
Al respecto se me ha ocurrido
importante hacer una aclaración. Yo soy pequeña: mido menos de 1.5 metros,
mucho menos que el promedio de mujeres de mi edad. Si yo creyera que decir que
soy pequeña es tener baja autoestima, sería porque de fondo estaría operando la
creencia errónea de que ser alto es mejor que ser pequeño. ¿Quién podría
afirmar algo semejante? Ciertamente no lo harían quienes están seguros de que
el valor del ser humano es incondicional: Es tan importante aquel que mide más
de dos metros como el embrión más pequeño en el vientre de una madre.
Cuando digo soy pequeña sólo
señalo mi tamaño en comparación con la inmensidad de la creación. Y, por
supuesto que podría hacerlo al revés y sentirme grande; podría pensar que soy
más alta que una hormiga, ¡gigante en comparación con ella! Pero, aun así
pienso que cada hormiga tiene su lugar y su función importantes en el mundo.
¿No somos ambas parte de la creación? Ni la hormiga ni yo decidimos nacer; a
ambas la vida nos fue otorgada como un regalo y, en este cuerpo, la vida es para
ambas es un regalo temporal.
Entonces creo que no me falta
autoestima, yo simplemente me conozco bien y creo que eso es fundamental para
aceptarse y amarse.
Aquí les doy una breve descripción
de mí si la quieren leer, para que luego cada uno piense en sí mismo y en cómo
es. Es una descripción de cómo es mi cuerpo, cómo es mi carácter y de dónde
viene aquello que se hace evidente en mí:
Yo soy una
mujer pequeña, latinoamericana, con ascendencia española e indígena y,
probablemente, con algunas otras mezclas más. Soy hija, nieta y bisnieta de
mestizos.
Parece que, a
diferencia de mi hermana, yo heredé todas las curvas posibles de mis
ascendentes mujeres en una figura de poca altura. Tengo una bella figura que
parece un reloj de arena pequeño y de curvas anchas bien marcadas y tuve que
pasar algún tiempo tratando de entender por qué mi cuerpo es diferente a aquel
que los medios de comunicación admiran, cómo es y qué es lo hermoso de él.
También tuve
que entender que mi cabello no es el típico lacio oriental ni un abundante
crespo sensual. Tengo el cabello “lacio arrepentido” como dirían las abuelas,
esto es, medio ondulado en algunas partes, una especie de lacio despeinado que
cuando quiere se acomoda muy bien. Después de muchos intentos y cambios en el
salón de belleza, aprendí que este se muestra hermoso cuando lo dejo ser tal
cual es: castaño, delgado, brillante, sedoso al tacto y necesita
acondicionador.
Mi piel, no sé
cuál es su color; es medio amarillento, ¿un oliva desteñido o un moreno muy
pálido? ¡Yo qué sé! Es mi color, ¡tan único y tan bello como el de las otras
personas!, no requiero clasificarlo. El único color que tengo bien definido es el de
mis ojos; son color miel, grandes y almendrados. Soy eso, una mezcla de colores
hermosos.
Volviendo a
mis ojos, estos no son los típicos ojos pequeños indígenas, son definitivamente
más grandes; pero sí son brillantes como la luna, y de mirada profunda, como los de mi bisabuelo
Manuel, quien decían que era un hombre indígena de Agua Caliente de Cartago. Creo
que no heredé la piel de mi familia indígena, esa que no se mancha ni se arruga.
No, no todo en
mí es indígena, aunque mi dedo meñique en las manos está levemente torcido
hacia adentro; una característica típica del gen haplotipo A que es el de los
indígenas de América Central. ¡Yo me siento muy orgullosa de esa sangre!
También me siento muy orgullosa de las otras sangres que llevo dentro. Y más
orgullosa me siento de haber heredado la vida de Cristo tras su muerte y
resurrección.
En realidad me
siento orgullosa de todo en mí, todo viene de algún lugar muy honroso, porque
al ser humano Dios le dijo “has sido honorable y yo te he amado” (Isaías 43:4):
Tengo un lunar
cerca de la boca que heredé de mi abuela, aunque el mío está bien pintadito y
el de ella era blanco. Tengo las uñas de la tía abuela Estrella, de forma volada,
fuertes y de un color blanco envidiable. Tengo los dedos hermosos de mi madre,
la forma de su cara, la sensibilidad de su corazón y la pasión por enseñar.
Tengo la sonrisa de mi padre, su caminar, su autoridad, su carácter fuerte y
solidario, y su sentido de lealtad. Tengo la inteligencia sumada de todos mis
ancestros, y tengo la creatividad a flor de piel y brotando constantemente como
una fuente poderosa y sin fin. Así lo siento, y les confieso que mi inteligencia
es un regalo que a veces uso bien y a veces no, y mi creatividad no es
realmente mía sino que producto del amor de Dios brotando en mí.
Yo no soy
perfecta, no, ni engreída, sólo me conozco y me quiero, trato de describírmelo
todo, sea que otros lo consideren bueno o malo.
Sé que soy
distraída, demasiado callada a veces, seria y huraña con quien apenas conozco,
abierta y extrovertida cuando se me permite mostrar mi creatividad o hablar de
la profundidad del ombligo (así le llamo a la acción de reflexionar sobre alma
del ser humano).
No me gusta
saludar de beso ni conversar mucho y eso no se parece mucho a mi cultura
costarricense; pero me gusta que me abracen cuando me siento triste y a veces
lamento que mucha gente no lo sepa.
Mi ubicación y
coordinación espacial no son mis mejores habilidades, de hecho era de las que se
escondían en las clases de educación física. Pero me encanta bailar y practico
en mi casa un paso nuevo hasta que logro lo que quiero. Por otro lado, la
memoria que requieren las ciencias sociales tampoco parece ser lo mío; pero la
química, la física, la matemática y todo lo que requiere de lógica, esas sí podrían
ser mis habilidades fuertes porque tenía excelentes notas en el colegio; ¡eso
es!: yo soy muy lógica, sin embargo, no estudié ciencias exactas, estudié
psicología y educación. Y de todo esto simplemente he aprendido que hago lo que
me apasiona y no lo que me resulta fácil. Aunque no soy disciplinada parece que
sí soy perseverante porque he logrado terminar de estudiar.
He estudiado
por amor a mi familia. Ese es mi motor; ese es el conocimiento más valioso que
tengo sobre mí, que yo actúo por amor, y entonces para actuar sobre algo, tengo
que encontrar primero mi motivación de amor.
Conocerse a uno mismo—simplemente
hacer el ejercicio de describirse, y decidir aceptar y amar todo lo que allí
salga—puede hacer una gran diferencia en la forma en la que nos posicionamos
ante el mundo. A veces, cuando pensamos en el ombligo, el universo se aclara.
Sé que soy
pequeña por una simple razón: Es que así Dios me recuerda cada día, que lo que
haya grande en mí, viene de Él, y es un regalo.
Él, Dios, me
hizo como soy y mi única tarea en este mundo es SER.
Yo me conozco,
me amo, me apruebo y me disfruto como soy. Y cuando lo hago me abro a conocer,
amar, aprobar y disfrutar a los demás.
¿Ven?, cuando digo soy pequeña
sólo digo quién soy. Porque la autoestima no se trata de decirse las cosas que
todo el mundo considera “importantes”, autoestima significa decir tu realidad y
amarla, y disfrutarla y lucirla, o callarla y sentirla sin tener que dar
explicaciones por ella; lo que más te guste hacer.
Autoestima es ser quien eres,
compartir de ti lo que quieres, autoestima es sólo amar.
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