domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuento porque la vida es pública, simple y social; yo sé que no estoy sola

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
13 de diciembre de 2015


Cuento porque la vida es pública, simple y social; yo sé que no estoy sola

Por María Antonieta Campos Badilla


  A mis padres y hermanos por estar siempre a mi lado.
Y a mi esposo Édgar y a su hija Priscila, mis amados; los que llegaron a mi vida cuando yo ya sabía bailar en la pradera.



Ayer algunas amigas me preguntaban sobre mis publicaciones tan abiertas en las redes sociales y comentaban sobre lo importante que es saber que hay personas que están pasando por algo similar a lo que uno experimenta. A raíz de eso he pensado en contarles porqué es que cuento con tanta franqueza todo lo que me pasa.

Hay dos realidades que tuve que aprender mientras maduraba:

1.      La soledad es un engaño, una ilusión producto de la baja autoestima
2.      La vida es social, pública y simple

Advierto que a mí, particularmente, me costó mucho madurar. (Madurar es definir quién soy y sentirme feliz, satisfecha y segura con ello, tanto como para compartirme sanamente a los demás). Nunca fui una muchacha alocada, al contrario, podía ser bastante introvertida y, por lo mismo, no siempre tomé buenas decisiones cuando tuve la oportunidad de hacerme parte de un grupo más grande, que me diera lo que yo consideraba un mejor status social.

Mi familia tuvo siempre un estilo de vida tranquilo y valores fuertes. Tardé un tiempo en descubrir que cuando yo tomaba la clase de decisiones que no quería que ellos supieran, cuando yo quería defender a toda costa mi derecho a la intimidad y a la independencia, en esos momentos, de alguna manera me estaba engañando a mí y no a los demás: El hecho de creer que existe una vida privada ajena a las personas que siempre te han querido es un engaño a uno mismo. ¡Esas personas están ahí!, tan cerca de ti que si empujas ellos tienen que correrse con dolor. Si una persona sufre, las personas que la aman también sufren; y lo que hace sufrir es, por lo general, aquello que tenemos que ocultar, aquello por lo que tenemos que mentir.

Paradójicamente tendemos a mentir para no sentirnos solos. Pero la soledad es, en sí misma, un engaño a uno mismo, una ilusión, un producto de la baja autoestima. Cuando no tenemos pareja las personas pasamos mucho tiempo pensando en tener a alguien especial,  o amigos y amigas divertidos, en ser apreciadas y amadas socialmente. Cuesta mucho tiempo descubrir dos cosas: (1) Que uno ya es especial, maravilloso y suficiente sin necesitar pareja ni amigos, y (2) que aquellos que siempre han estado a nuestro lado son suficiente y, maravillosamente, más de lo que esperamos.

Después de un tiempo de buscar por aquí y por allá una compañía divertida que me hiciera sentir satisfecha con quien soy llegué a esa conclusión a la que llegamos todos al madurar (todos los que tuvimos el privilegio de madurar aunque fuera después de los 35 años): Me sirve más divertirme sola haciendo lo que es bueno para mí.

En el momento en el que concluí eso, como consecuencia natural, descubrí que no estoy sola, que nunca he estado sola, y que me puedo divertir con las personas que Dios puso cerca de mí: mi familia y los amigos de años, los no necesariamente fiesteros o divertidos, los que valoran más un rato sentados en un tranquilo café para poder escuchar con atención lo que yo tengo que decir.

Son las pocas personas que te acompañarían si estuvieras en un hospital. Y cuando digo acompañar, me refiero a visitarte todos los días y no sólo uno, te acompañarían a pesar de su cansancio, de que hayan tenido que trabajar o estudiar; son los que incluso estarían dispuestos a asistirte en las curaciones y a hacerte la comida o bañarte, los que cuando tengas que guardar cama por unas semanas se privarían a sí mismos de salir un día y otro y otro y más para estar contigo. Son esas personas que cuando no tienen mucho dinero hacen todo lo posible por darte lo mejor en vez de pedirte que los invites (esos son usualmente los papás), y esas personas que cuando tú no tienes dinero hacen lo posible para organizar tiempos bonitos en casa. Son las personas a las que puedes acudir cuando necesites que te lleven y te traigan repetidas veces. Son los que te ayudan a hacer tus trámites por primera vez y ponen su firma para respaldarte. Son las personas que llorarían amargamente si algo malo te pasara, los que no podrían reconstruir una vida igual de bonita si tú no estuvieras. ¡Esas personas están allí, junto a ti todo el tiempo! y, por lo tanto, tus decisiones les afectan directamente, todo el tiempo.

Cuando vives todas estas experiencias, cuando tienes que mirar a la gente que sí está a tu lado en el dolor, descubres que la soledad es un engaño, producto de una baja autoestima, te das cuenta de que tienes que tener algo muy bueno adentro, algo tan bueno que hay personas a tu lado a pesar de todo; te de das cuenta de que eres lo que Dios formó en ti y no producto de tu propio esfuerzo, y decides que eres suficiente para tu propio bienestar y para procurar la alegría y bienestar de los que te aman y están cerca. En ese momento descubres que aquellos que están tan juntitos se duelen cuando empujas pero bailan contigo cuando te meces con suavidad.

Eso fue lo que descubrí en mi camino y por eso voy contando con apertura lo que me pasa: No estoy sola, no me muevo sola ni aunque quiera, estoy tan acompañada que mi vida es pública, simple y natural, no me hace falta buscar amigos, ni pareja, ni aprobación, no necesito buscar nada ni ocultar nada, todo lo que necesito venía en el paquete desde el principio.

El amor de mi familia me ha hecho sentir como una flor hecha por Dios, rodeada de flores y en medio de una pradera. Las flores no hacen esfuerzos para ser admiradas ni para bailar ni para estar acompañadas, el viento las mueve y cuando lo hace se mecen las compañeras que están a su lado.

Todo lo que yo hago mueve a mi familia y a mis amigos, todo lo que hago es público y les afecta (lo quiera o no), ese es el precio de no vivir en soledad y debo decirlo: ¡soy muy feliz por eso!

Ellos, los más cercanos, los que di por obvios y garantizados, los que en mi inmadurez me parecieron insuficientes para que yo fuera completamente feliz, ellos fueron los que usó Dios para saberme amada, así que el día en que maduré decidí hacer mi vida pública, digna y hermosa para ellos, para que se sientan felices de bailar a mi lado. Esta fue mi decisión, este mi regalo para ellos: Si lo puedo contar, entonces puedo hacerlo, entonces estoy protegida de mil maneras y me siento digna de ellos. Y si lo hice y no era digno entonces enmiendo y cuento mi aprendizaje, porque la humildad me dignifica y refleja el gran amor incondicional que he recibido de aquellos que Dios puso a mi lado.

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