Psique&Salud: Reflexión Semanal
SUPERAR UN ABUSO SEXUAL: RECONOCIENDO EL DAÑO
Por María Antonieta
Campos Badilla
Cuando nos hablan de abuso
sexual, pensamos inicialmente en historias de horror, en el abuso crónico de
una persona malvada que vive y te encierra en casa, o en violaciones violentas
y dolorosas.
Pero abuso sexual, como todo,
viene en muchos paquetes, no siempre ocurre en casa, puede ocurrir una vez,
puede tratarse de un simple beso forzado, de una caricia íntima de una figura
de autoridad con la amenaza de no contar, de un matrimonio obligado en el que
hay que “cumplir con la labor” sexual, de los mensajes denigrantes continuos de
alguien que te quiera hacer pensar que eres un objeto sexual, una prostituta o
un depósito de su deseo. Es abuso que alguien te toque en la calle, que te
asusten con sus palabras, gestos, miradas, sonidos. Es abuso sexual cuando
alguien con autoridad, con poder o con mayor conocimiento que tú te lleva a una
situación en la que cedes al contacto sexual sin que eso te provoque bienestar.
Y vivimos las mujeres cargando
historias dolorosas sin saber, muchas veces, que esas historias se constituyen
en una forma de agresión. Ignoramos que las espinas que se clavaron tan
sutilmente en nuestra piel (con aquellos actos que la sociedad nos enseña a
minimizar) se quedan por dentro provocando una infección emocional, social y
sexual.
Violento o crónico, sutil o pasajero,
cuando esa voz o esa mirada que nos degrada toca nuestro corazón, lo hiere como
si una pluma tocara la niña de nuestro ojo. El corazón es delicado, sólo
resiste el roce de otro corazón lleno de amor, de lo contrario se duele,
sangra, se infecta, se cubre con una costra para que no lo vean de afuera, pero
se enferma y sufre por dentro.
Así, lo primero que necesita
hacer una persona que ha sufrido un abuso es reconocer que lo ha sufrido, que
lo ocurrido dolió mucho y aún duele, sea que otros lo consideren importante o
no. Hay que ponerle nombre al acto ocurrido: “Esa persona abusó”, “agredió”, “abusó
de la confianza”, “abusó con su fuerza”, “abusó de su poder”, “se aprovechó de
lo que sabía y yo no sabía aún”, “se aprovechó de que yo estaba sola”, “me
denigró”, “me engañó”, “me hizo sentir sucia, mala o culpable en la sexualidad,
cuando en realidad la sexualidad es el acto más puro de amor, y me quitó por un
tiempo la posibilidad de disfrutarlo de esta manera”.
Cuando los actos de maldad se
nombran obtienes la capacidad de dominarlos. Cuando los logras reconocer y
descubres la intención, la maldad contenida o el mal que dejaron clavado
adentro, entonces activas en tu interior un sistema de autoprotección y
sanación que terminará por sacar de ti las espinas y te permitirá construir un
mundo nuevo para ti.
El corazón de una mujer es
resiliente; tiene la capacidad de reconstruirse con nuevos tejidos de amor aún después
de maltratos atroces. Con el amor que dediques a tu propio corazón este sanará
sin duda.
Isaías 35:1-2 tiene una hermosa
promesa que he visto cumplirse en cientos de mujeres que creen y esperan,
dedicándose a cuidar sus propias vidas con tanto amor como el que anhelaron de
parte de otros por mucho tiempo: “Se alegrarán el desierto y la soledad: el
yermo se gozará, y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y
también se alegrará y cantará con júbilo: la gloria del Líbano le será dada, la
hermosura de Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura
del Dios nuestro”.
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