Psique&Salud: Reflexión semanal
EL DERECHO A NO CONFIAR Y SER FELIZ
Por María Antonieta
Campos Badilla
Cuando una persona es abusada
sexualmente (léase la reflexión anterior “SUPERAR UN ABUSO SEXUAL: RECONOCIENDO
EL DAÑO”), su forma de ver el mundo cambia de manera dolorosa.
En primer lugar surge la culpa,
una fuerza extraña que te hace cuestionarte en qué fallaste, si no te cuidaste
bien, si hiciste algo que provocara, si debiste estar allí, si debiste ser más
firme y alejarte, si debiste vestirte diferente… tantas ideas falsas sobre la
responsabilidad de un acto que fue un abuso hacia ti. ¡Falsas, sí!, te lo
aseguro. Por alguna razón nuestra necesidad inconsciente de volver a tomar el
control nos hace buscar qué fue lo que hicimos mal para no volverlo a hacer y
volver a estar seguras. ¡Cuidado! Si no hay que llamar bueno a lo malo ni malo
a lo bueno, entonces hay que dejar que la responsabilidad recaiga sobre quien
la tiene: quien tenía el poder, la fuerza, la autoridad, el conocimiento, la
ventaja (cualquiera que fuera) en ese momento.
Lo segundo que surge es una
necesidad de demostrarte que todo está bien, que nada pasó, que puedes
continuar viviendo una vida normal. Lo mejor—creemos erróneamente—será mantenerlo
todo en silencio para que el juicio de los demás sobre lo ocurrido no repercuta
en nuestras vidas. Y entonces, ocurren varias cosas: que la persona abusadora
usualmente sale impune, nadie sabe lo que hizo y todos los demás continúan
confiando en “sus buenas intenciones y conducta” (este es un tema sobre el que
podríamos hablar en otra ocasión: la importancia de denunciar; sin embargo, en
la reflexión de hoy quiero centrarme en tu propio proceso de sanidad). Más
grave que eso, tu propia vida sigue en peligro porque sigues sin reconocer que
hubo un daño y porque en adelante vas a tratar de demostrarte a ti misma que
todo está bien cuando no lo está.
Los intentos por demostrar que
todo está bien pueden incluir involucrarte en relaciones afectivas y hacer un
esfuerzo por confiar y actuar “normal”, aun cuando la confianza no sea la mejor
opción. Eso que creemos es actuar “normal” podría incluir “ser complaciente”, “ser
alegre y divertida(o)”, “ser sexualmente ardiente o excesivamente recatada(o) y
controlada(o)”. Las personas que han sido abusadas una vez con mucha frecuencia
se revictimizan por múltiples procesos inconscientes y, sin darse cuenta, en
muchas ocasiones están de nuevo en una situación en la que el contacto o
acercamiento sexual que obtienen no es el que querían, no les provoca bienestar
ni satisfacción, ni las hace sentirse amadas.
Al respecto, uno de los
aprendizajes más importantes que hay que hacer en este proceso de sanidad es: ¡No
te entregues!, ¡no confíes! No necesitas demostrarle nada a nadie, y lejos de
ello, estás en todo el derecho de demandar que las personas se ganen tu
confianza antes de permitirles acercarse. No te manda nadie a confiar, ni
siquiera Dios mismo (Jeremías 17:5), no te piden que seas “normal”, te piden
que seas “genuina(o)”, que te conozcas y te afirmes como la persona que eres,
que te ames (Mateo 22:39) y seas feliz.
¿Sabes? Lo “normal” no existe,
nadie dice cómo tiene que ser una persona sexual sana excepto el amor propio.
No es en la complacencia al otro en donde vas a encontrar tu plenitud, es en el
conocimiento y reconocimiento de ti misma(o); es en el respeto a lo que vas
sintiendo y necesitando cada día para sentirte amado(a), y en la medida en la
que te ames, vas a poder amar a los demás con seguridad, pero nunca en un acto
que te denigre, que te quite valor o que te haga sentir mal.
La sexualidad es eso: un acto de
amor. Para amar bien, debes primero amarte bien, cuidarte bien. Hay un pasaje
en la Biblia que lo explica de forma poética; en Cantares 8:8-9 dice: “Tenemos
una pequeña hermana, Que no tiene pechos: ¿Qué haremos a nuestra hermana cuando
de ella se hablare? Si ella es muro, edificaremos sobre él un palacio de
plata: Y si fuere puerta, La guarneceremos con tablas de cedro”. La expresión “no
tiene pechos” es un símbolo de vulnerabilidad e inocencia, es una forma de
representar a una persona que en su situación actual en la relación con otra
persona podría ser sometida fácilmente; ¿qué hacer con esta persona?, pues
cubrirla, protegerla. La plata y el cedro en la Biblia representan a Jesús, su
pureza, su majestad, su poder, su fuerza, su honra, su fineza y alto valor; ese
es el valor con el que las enseñanzas de Dios mandan a recubrir a una persona
vulnerable: con fuerza, con alto valor, con honra, con poder, con majestad, con
pureza.
¡Cúbrete, ámate! No te rodees de
nada que no sea puro y majestuoso. El trato de amor, reconocimiento, respeto y
valor que le dio Jesús en su vida a la mujer y al ser humano en general, ese es
el trato que mereces de todas las personas que están a tu alrededor y sobre
todo, ese es el trato que mereces darte.
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