Saber Ayudar y Recibir Ayuda
Una de las dificultades más grandes cuando se enfrentan los
problemas cotidianos, los comunes a la vida del ser humano, es saber reconocer
cuándo se requiere ayuda, cómo recibirla y cómo darla.
En menos de una semana he tenido tres experiencias que me
han ayudado a pensar en esto.
Primera experiencia
Terminé mi Semana Santa descansando y recuperándome de las
noticias mal manejadas de nuestro sistema de salud estatal (véase la reflexión “Llorar para no arrancarse el corazón”). Mi
esposo con gran atino decidió pagar la habitación de un hotel cerca de la casa
de paseo de mis padres. Pasamos un tiempo con ellos y otro tiempo a solas.
Invertí cada mañana en dormir hasta tarde, en tomar un
desayuno delicioso, y luego refrescarme en la piscina del hotel. ¡Refrescarme!,
porque ni siquiera tenía energía para nadar. Dediqué horas a consumirme y
flotar, con un dedito pegado a la orilla para levantar mi cabeza de cuando en
cuando y respirar para luego seguir flotando. No sé por qué, pero cuando uno
está flotando en el agua, totalmente sumergido en ella, parece que el tiempo se
detiene y no está ocurriendo nada más. Es como volver al inicio de la vida.
Pues bien, en uno de esos momentos en que levanté mi cabeza
para tomar aire, vi frente a mí, flotando, “ahogada”, una pequeña libélula
azul. Me dio tristeza, porque las libélulas por nuestra historia familiar me
recuerdan a mi abuelo; casi siempre las veo y pienso en alguna buena noticia,
porque mi abuelito Hernán era muy alegre. Pero esta estaba “ahogada”, o eso creí.
Decidí sacarla del agua para que por lo menos pudiera descansar dignamente en
la tierra, pero cuál fue mi sorpresa que al acercar mi mano, ella se aferró con
sus patitas a mi dedo y parpadeó.
La subí y la puse en la barra del bar de la piscina. Donde
se paró sin poder abrir sus cuatro alitas empapadas que estaban pegadas como si fueran una sola. No
podía volar así. Entonces, decidí quedarme a su lado un rato. Le dije que tuviera
paciencia que yo la acompañaría hasta que se secaran sus alas para que volviera
a volar. (Se lo dije porque creo que todos los seres vivos sienten y
entienden los mensajes de amor).
Soplé con mucha suavidad las alas de la libélula para que se
secaran más rápido. Me quedé con ella por un rato soplando, hasta que ella
caminó hacia mi mano, se subió y se sostuvo en ella con seguridad. Por un
momento sentí que la pequeña estaba confiando en mí. Así, la llevé hasta unos
crotos (arbustos con hojas coloradas) que se encontraban al lado de la piscina,
dejé que ella se agarrara de una hoja y seguí soplando sus alas.
Las alitas se fueron secando y se soltaron una por una. En
cuestión de media hora sus cuatro alas estaban libres y mi nueva amiga salió
volando.
Cuando se había ido me pregunté: ¿Cuál sería el aprendizaje
que esta vez me traían las libélulas?
Segunda experiencia
De regreso al trabajo y en vísperas de una nueva cita médica
(con el estrés o el terror que me implicaba por la desagradable experiencia que
tuvimos doce días atrás), me llamó una amiga querida para preguntarme cómo
abordar el duelo de una niña por la muerte de su hermanito. Lo que pude darle en ese momento fue una breve
idea de cómo explicar la vida y la muerte: Una analogía concreta de las orugas,
los capullos y las mariposas, los cambios en el estado de vida, el espíritu y
el cuerpo.
Para poder dar una explicación a una pequeña esto servía,
pero el acompañamiento en el dolor era otra cosa. Así que tuve que ir a mis
archivos a buscar material de apoyo para los niños y niñas que están en duelo.
Encontré un pequeño libro que les ayuda a trabajar ciertos
temas importantes en el duelo (se los anoto por si les sirven):
1.
¿Qué pasó? ¿Qué o a quién perdí? ¿Cómo era?
2.
¿Cómo puedo recordarle siempre?
3.
¿Qué es el duelo?
4.
¿Cómo me siento? ¿Dónde y cómo siento esas
emociones?
5.
Hay diversas razones, no es mi culpa
6.
Esto es lo que me hace falta
7.
Estos son mis temores. Así siento el enojo. Puedo
tener estos sentimientos, puedo hablar de estos sentimientos, puedo escribir de
estos sentimientos
8.
¿Qué pienso de la enfermedad? ¿Qué pienso de la
muerte? ¿Qué pienso de la vida?
9.
Lo que recuerdo de…, lo que aprendí de…, lo que
me hizo enojar de…, lo que siempre amaré de…
10.
Puedo volver a estar mejor
11.
Puedo llorar, recordar, abrazar, preguntar,
enojarme, ver fotos, amar…
12.
Estos son los recursos que tengo:
a.
Esta es mi familia
b.
Estos mis amigos
c.
Estos mis juguetes
13.
Esta es la gente que me cuida y se preocupa por
mí
Recordé en un pequeño libro de trabajo para niños que hay un
listado de elementos que le dan sentido a nuestra existencia y que nos ayudan a
superar toda clase de dolor. El amor, es el primero de ellos.
Tercera experiencia
Hoy fuimos a una segunda consulta oncológica, con un médico
diferente, en un centro de salud privado: una muchacha muy amable que sacó
tanto tiempo como necesitamos para aclarar nuestras dudas. Le pregunté tantas
veces lo mismo y las mismas veces y con la misma amabilidad contestó hasta
aclararnos.
Hubo una clara explicación de la enfermedad: el cáncer de
vejiga, y del caso particular que nos interesaba. Hubo clarificación de los
tratamientos, sus riesgos y sus oportunidades. Lo más enriquecedor: Hubo una
identificación de los recursos con que se cuenta para salir adelante. Y hubo
una excelente combinación entre la realidad científica y la esperanza.
Al terminar la cita teníamos algo más de criterio, algo de
control, algo para decidir, algo por qué esforzarse.
Mi conclusión a partir de estas tres experiencias
La vida es adquiere su sentido cuando se ama y se recibe
amor, cuando con amor se dan explicaciones claras de los procesos que se están
viviendo, cuando con amor se acompaña al que espera y se le anticipa qué va a
pasar y cómo puede estar mejor.
Así es como se ayuda, como amor, tiempo y
conversaciones bien pensadas, con sentido de trascendencia.
Y así también es como se mejora, reconociendo y buscando la
ayuda cuando se requiere, confiando y tomando la mano de quien la extiende con
ternura para levantarnos.
“En todo tiempo ama el amigo,
Y es como un hermano en tiempo de angustia”.
Proverbios 17:17
“El hombre que tiene
amigos ha de mostrarse amigo;
Y amigo hay más unido que un hermano”.
Y amigo hay más unido que un hermano”.
Proverbios 18:24