martes, 15 de marzo de 2016

LLORAR PARA NO ARRANCARSE EL CORAZÓN

Llorar para no arrancarse el corazón


La experiencia dolorosa

Sentados los tres en el consultorio de oncología, escuchamos los pasos de la doctora apresurados acercándose a nosotros. Al frente parecían estar una residente y dos estudiantes muy calladas, nunca llegaron a decirnos quiénes eran ni qué estaban haciendo allí. La doctora, de unos 30 años, piel blanca y cabello oscuro entró rápidamente y se sentó tras su escritorio, y, sin presentarse siquiera dijo con voz cortante y volumen bajo—Yo necesito que usted me aclare si en urología ya le dijeron que le van a hacer una cirugía posterior al tratamiento de quimioterapia para quitarle la vejiga.
—No— contesta él perturbado, totalmente abrumado por el golpe de información. En una breve pausa respira y dice—A mí muy al principio me hablaron de tres posibilidades, tres panoramas posibles.
—Ah bueno—lo interrumpe la doctora con el mismo tono inicial y sin dejarlo contar las tres opciones—es que a mí me parece que aquí hay una falta de comunicación entre urología y oncología.
—Sí  señorita—le dice mi hermano con vos amable sabiendo que al paciente no lo han dejado hablar—me parece que es una falta grave de comunicación.
Sin detenerse a pensar en lo que le dicen, sin mirarnos siquiera a los ojos, revisa el expediente, llena papeles tan rápido como puede y prosigue su regaño diciendo—Lo que yo necesito que le quede a usted bien claro es que lo recomendado para este tipo de cáncer es hacer una cirugía posterior para quitar la vejiga...
Ya para este momento se habían hecho dos cirugías, la primera fue exitosa, salió todo el tumor completo e incluso quitaron la base en la que estaba. La segunda fue para cerciorarse de que una manchita que se evidenciaba con los exámenes no era un tejido maligno, y no lo era, resultó ser un tejido quemado que había quedado de la cirugía anterior. Faltaba aún el resultado de una biopsia, y la doctora no tenía ninguna evidencia aún de que hubiera riesgo de metástasis. Pero ella afirmaba que su recomendación era la que se da a todos los pacientes alrededor del mundo.
Es la cita médica más extraña que he tenido; ella no preguntaba nada, no nos dijo nunca qué es el cáncer, cómo funciona, qué es lo que pasa en el cuerpo, qué tipos de cáncer hay, por qué razones hay riesgo, cuáles son los tratamientos posibles, y en qué consisten; no nos explicó nunca qué es lo que pasa en el cuerpo. Sólo insistió en que debían programar una cirugía para después y que, para esto, ella se reuniría con los médicos de urología esta semana. Si él, el paciente al que nunca preguntó el nombre, no quisiera operarse, podría decidir no hacerlo, pero decía que lo recomendado por estándares internacionales es extirparla.
De repente me sentí como sentada al frente de la Reina de Corazones de la película de Alicia en el País de las Maravillas (la de Tim Burton). Me miré como en frente de ese personaje odioso que grita carente de empatía: “¡Que le corten la cabeza, que le corten la cabeza!”
Pedí la palabra a la doctora en repetidas ocasiones, y a la tercera vez me volvió a ver con los músculos de la cara tensos, los dientes bien juntos y los ojos entre cerrados y me dijo: --Déjeme terminar—e insistió en lo mismo--, lo que necesito que tenga muy claro es que la recomendación es quitar la vejiga.
Cuando terminó de dar su repetida recomendación y se aseguró de que ya nadie quisiera protestar, entonces dijo—Ahora sí, ¿qué quiere decirme?
—Disculpe, es que nosotros no sabemos nada de la quimioterapia y de estos tratamientos, necesitamos que nos explique en qué consisten—. En  ese momento no se me ha ocurrido aún, que la primera información requerida era la explicación de en qué consiste la enfermedad, por eso no se lo pregunté también. Eso se me ocurrió hasta que llegué a mi casa por la noche y me aclaré un poco.
—Ahora  le voy a explicar, pero lo más importante es que al señor le quede clara cuál es mi recomendación.
—¿Y ustedes cuentan con datos estadísticos que puedan ayudar a valorar cuál es el pronóstico para estos casos cuando se aplica este tratamiento?—preguntó mi hermano.
—Aquí  en la caja no hay, no va encontrar nada con eso de la ley que desde hace diez años no permite hacer investigación en humanos, pero estos son los estándares internacionales—.  Le dirigió la misma mirada tiesa que me dirigió a mí y prosiguió diciéndole a su paciente—Se  le va a aplicar cistoplatino y gemcistabina durante tres ciclos y después usted decide si le hacen la cirugía. Son tres ciclos con tres sesiones, una cada semana y una semana de descanso. La quimioterpia da náuseas y vómitos; se le van a dar medicamentos para aliviar los síntomas secundarios de la quimioterpia. Puede comer lo que quiera, yo no le voy a dar una dieta.
No habíamos estado sentados más de 10 minutos, y ante semejante bomba de información y un absoluto rechazo del servicio al contacto humano-afectivo entre médicos y pacientes, a él sólo se le ocurrió preguntar—Esto es mucho más de lo que me habían planteado, ¿cómo voy a quedar yo después de esos tratamientos?, ¿voy a poder trabajar?
—¡No , no va a poder trabajar!—contesta la doctorcita con el mismo tono cortante y voz baja que ha mantenido todo el tiempo. Ella bajó la mirada un momento, siguió llenando papeles, y seguro pensó que ya no hacía falta poner más alertas rígidas, y dijo—Bueno, mídase usted, si siente que puede trabajar, hágalo.
La muchacha residente que se encontraba a la par de la doctora dijo con vos dulce:--Este es un consentimiento informado en el que usted indica si acepta el tratamiento o no, de igual manera, si usted lo firma puede dejar el tratamiento en el momento en que usted lo decida.
Fue la única voz dulce que escuchamos. Las dos estudiantes se mantuvieron calladas todo el tiempo, con la mirada hacia el suelo, con los hombros encogidos y las manos tensas sobre o debajo de sus regazos.
La primera frase de mi hermano al salir fue: --Esa doctora necesita terapia psicológica.


Mi reflexión al respecto

Por la noche, después de haberlo conversado con algunas personas, después de decidir con mi familia que no se haría ningún tratamiento antes de la biopsia y que no se accedería al tratamiento sin recibir las explicaciones necesarias sobre la enfermedad y los tratamientos disponibles, después de escribir y llorar hasta calmarme un poco, después de todo eso, pensé mucho en la doctora.

Siempre había escuchado que las personas que trabajan en oncología se vuelven duras, se desvinculan de la gente con la que trabajan para no sentir dolor; pero no sabía, no imaginaba cuánto puede disociarse una persona para no estar allí conversando con aquellos a quienes les habla.



Fue como ver a Davy Jones en persona; el personaje fantástico de Piratas de Caribe. Davy Jones y la diosa Calipso se habían enamorado. La diosa le encargó que dirigiera el Holandés Errante, el único barco capaz de llegar al fin del mundo para transportar las almas que se habían perdido en el mar. Davy Jones debía llevar a esas almas al más allá en paz. Él tenía también el poder de ampliar la vida o de postergar la muerte de los que aún no se habían marchado. Diez años tenía que cumplir esta misión sin tocar tierra, y después de este período, podía desembarcar por un día y encontrarse con su amor. Pero después de los primeros diez años no encontró a Calipso, y su dolor y enojo fue tal que se arrancó el corazón y se convirtió en un monstruo, abandonando las almas perdidas en las mareas profundas y aprisionando marinos a su servicio a cambio de unos años de vida más, una vida de dolor y esclavitud.

Así de doloroso y desprovisto de realidad me pareció aquella escena de hospital. ¡No la aguantan; los funcionarios del sistema de salud nacional no aguantan la carga de acompañar a las almas humanas en su postergación de la vida o en su traslado a otro lugar! ¡No saben qué hacer y se disocian, se separan de la realidad y la viven como si sólo se tratara de los números sin significado de un expediente y de las dosis de químicos administradas a un papel!

Mientras la recuerdo, con su cuerpo frente a nosotros y su corazón guardado en algún baúl escondido y lejano, pienso en mis años de psicoterapia, en que mi hermano dijo que ella necesita terapia psicológica. Pienso y recuerdo que el dolor para sanarlo hay que llorarlo porque si no uno termina arrancándose el corazón.

Sentir y llorar es necesario. Darle lugar al dolor, reconocerlo, conversarlo, compartirlo y acurrucarse o desplomarse en los brazos un ser amado. El dolor y la pérdida se resuelven con las lágrimas que bautizan una y otra vez nuestras vidas para darnos esperanza y sentido.

Cómo quise esa noche decirle a la doctora:

—¡Señorita, llore, asústese si quiere, diga no sé, diga no puedo, diga no tengo todas las respuestas pero juntos lo vamos a afrontar! Vaya usted pequeña doctora, vaya al psicólogo y llore, vaya a los grupos de apoyo y llore, vaya a la iglesia y llore, llore hasta venga a su consulta con lágrimas limpias, llenas de esperanza y de un sentido de trascendencia. Hay que llorar para sanar y no arrancarse el corazón.


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