lunes, 13 de marzo de 2017

¿Y qué si te equivocas?

¿Y qué si te equivocas?
Por María Antonieta Campos Badilla

¿Y qué si te equivocas? ¿Qué importa si cometes un error? ¿Qué de malo o extraño hay en no ser perfecta? ¿Acaso hay alguien que sí lo sea?
¿Y qué si te equivocas cuando los demás no lo han hecho? ¿No se aprende más del error que del acierto?
¿Cuánto importaría -cuánto impactaría- si reconocieras que no supiste cómo actuar o cómo resolver? ¿Cuántas puertas se abrirían si dijeras que aún no has comprendido? ¿Cuán alto podrías llegar si decidieras quitarte de encima el peso de ser perfecta?
Estoy hablando de esos pesos emocionales de perfección que te impiden trasladarte con fluidez en el campo de la vida. ¿Cuánto realmente pesa el caerse, o el confundirse, o el no llegar a tiempo, o ni siquiera llegar, o no saber qué decir o decirlo mal?
El peso real de las acciones humanas “incorrectas” es el valor que tú le has dado a la “equivocación”. Entonces, la pregunta oportuna sería ¿cuánto valor le has asignado a esta acción y por qué se lo has asignado así?
¿Qué lleva a las personas a igualar su valor inmensurable al resultado de una acción medible y falible?, ¿qué las hace sufrir desmedidamente cuándo no cumplen con sus propios estándares de acción? Eso es, para mí, “vender la primogenitura por un plato de lentejas”.
Si fueras un diamante sabrías que vales mucho independientemente de que sobre ti hubiera tierra, cenizas o carbón. ¡Pues vales más, mucho más que un diamante! Tus acciones no aumentan tu valor ni lo disminuyen porque hay un solo valor para todos; el mismo valor para cada persona.
¿Te ensuciaste? ¡Límpiate! Pide perdón, perdónate, aprende y busca hacerlo mejor la próxima vez.

Entonces, si puedes hacer bien, ¡hazlo!, pero no con la falsa idea de que por tus buenas acciones vales más. Nunca valdrás más que lo que vales ahora (¡eres invaluable!), nunca podrás valer más de lo que valen los demás. En consecuencia, tampoco puedes disminuir tu valor al cometer un error.
Si no puedes hacer las cosas tan bien como quisieras, esfuérzate y aprende. Pero no sufras ni hagas sufrir a los demás con tus exigencias. Disfruta el proceso.
Todas las acciones encomendadas en tus manos son temporales, y en ellas se espera que yerres, que construyas y deshagas, que intentes, que corrijas, que aprendas, que perfecciones, y que hagas todo esto con amor.


“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. (II Corintios 12:9)

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