Hace tres años hice la anterior entrada a este blog. Había reflexionado entonces sobre la necesidad de contar con un lugar seguro, y quedé con este tema en mi mente dando vueltas como un satélite todo este tiempo. Mientras me dedicaba a otras cosas, supongo que lo resolví:
Tras los cambios en el funcionamiento social, laboral y económico que implicó la pandemia, hubo tiempo de encierro y reflexión suficientes para poder reconocer en mí dos cosas:
- Que me gusta trabajar ayudando a otros, poder salir un rato de casa, interactuar con personas de forma pacífica, alegre y segura.
- Que lo que más he disfrutado en la vida es trabajar con niños, aunque hice mi doctorado con personas mayores.
Un día, mientras estaba de viaje en NY me hicieron una llamadita de una escuela cristiana para ofrecerme un puesto como psicóloga educativa y dije que sí.
Empecé mis labores en este pequeño faro de luz en noviembre de 2021. Era un puesto para licenciados, usualmente recién graduados por el salario que pagaban. Pero se requería cierta experiencia para abordar la gran diversidad y complejidad de problemas psicoeducativos que afrontaban los niños que pasaron meses recibiendo lecciones virtuales encerrados en sus casas con sus familias. Entonces, acepté un puesto que no pagaría mi doctorado, pero que prometía devolverme a lo que amo: la ternura de la humanidad en su máximo esplendor; es decir, la ternura de la niñez.
En estos tres años, en esa escuelita, he enfrentado muchos más retos profesionales que en toda mi carrera, y he tenido que estudiar, investigar, esforzarme y responder de maneras muy creativas a estas situaciones. Los siguientes temas han sido recurrentes en mi trabajo:
Sentido de vida y fe: He atendido un alto porcentaje de niños con ansiedad y depresión, que han manifestado su deseo de morir; he tenido que dar tales noticias a sus padres y recibir de vuelta todo tipo de reacciones violentas de negación y ataques culpabilizantes: "Eso no es cierto; los psicólogos no saben nada; usted debió hacer esto o aquello...", para luego irse calmando y aceptar la referencia a profesionales en medicina, psiquiatría o psicología clínica que pudieran dar apoyo de emergencia. Y por supuesto, estos casos demandaron mucho trabajo espiritual en relación con el desarrollo de un sentido de vida y fe; así que el acompañamiento en la escuala para estos niños debía estar cargado de mucho amor y mensajes coherentes entre la fe cristiana y la conducta solidaria en la cotidianidad. Después de estos esfuerzos, he visto a estos niños mejorar, levantarse, y alegrarse en su cotidianidad de nuevo.
Seguridad en lo social: He atendido también a muchos niños con sed de atención y protección, niños que prefieren encerrarse en cuatro paredes de una oficina con tal de estar acompañados de un adulto protector que salir a jugar al patio de la escuela; niños que tienen miedo de enfrentar, confrontar, equivocarse o ser criticados; son niños que creen que requieren de la estructura inflexible del mundo adulto para hacer las cosas bien. He aprendido a recibir a estos niños y jugar, jugar y jugar, modelando la infinita flexibilidad creativa que les ha sido otorgada y la multiplicidad de posibilidades en los juegos de roles que escojan; en donde no hay una única forma buena de hacer las cosas, sino muchas, y en donde cada quien puede escoger que rol desempeñará en el juego y eso está bien. Dios nos hizo a todos distintos y así, como cada uno es, está bien; respetar esa gran diversidad está bien.
Organización, concentración y logro: He visto también muchísimos niños que nos saben en qué concentrarse, a cuál de todas las informaciones atender, cómo organizarse para aprender. Papá y mamá no son pedagogos, en casa ayudaron a los niños a seguir sus estudios virtuales, sin conocimiento alguno de mnemotécnicas, estrategias de aprendizaje, balance en la rutina, etc. Un momento para sentarse con ellos y dar instrucciones individuales: Sacar primero el cuaderno y el lápiz, sentarse bien, mirar hacia el frente, ¿cuál es la instrucción? (hacerse preguntas), una vez claro el objetivo avanzar hasta alcanzarlo, concentrarse, concentrarse, concentrarse (aunque a veces requiera un recordatorio del profesor para retomar). Una actividad académica bien terminada alegra el corazón de un niño. La sensación de logro ayuda a los niños a sentirse en control de sus vidas. Enseñar valores de disciplina y esfuerzo en estrategias para el aprendizaje (en cualquier campo), eso también es alimento positivo a la fe.
Autorregulación: Muchos niños no logran discriminar los niveles adecuados en su volúmen de voz, amplitud del movimiento propio en el espacio disponible, velocidad, precisión y fuerza en la competencia y en la colaboración; es más, muchas veces no logran discriminar cuándo se espera de ellos que compitan y cuándo se espera que colaboren. Para esto, la estrategia que más me ha servido es la aplicación de juegos rítmicos: Volver a cantar rondas, cantos con las manos, bailes sincronizados, etc. Y a la par de estos juegos, me ha ayudado mi preciosa compañera Mía: una hámster hembra, que en mi oficina enseña a los niños a regular sus impulsos con tal de poder levantarla en sus manos y disfrutar su ternura. Así como tratamos a Mía tratamos a los demás, porque somos criaturas vulnerables y todos necesitamos amor.
Supongo que muchos otros temas que he trabajado valdría la pena mencionar aquí; pero estos cuatro se repiten una y otra vez, caso tras caso; y pensé que quizás algunos que también trabajen con niños querrían reflexionar en ello.Al regresar a las escuelas los niños necesitaban sentirse seguros, había que construirles un lugar seguro.
Trabajando con los niños no hubo más remedio que definir claramente cuál es el lugar seguro que prefiero y, por supuesto, no encontré mejor respuesta que esta: mi lugar seguro es, definitivamente, la fe: Fe en Dios, fe en la propia capacidad de regulación, fe en las propias habilidades de interacción, fe en el sentido bueno y positivo de la vida y de todo lo que pueda ocurrir en ella.
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