viernes, 23 de abril de 2021

En Busca de Un Lugar Seguro

El 2020 cuestionó un poco la garantía de seguridad en el entorno. Veamos un poquito de teoría sobre el estrés, antes de crearnos un nuevo lugar seguro para seguir caminando:

Cuando las personas están ante una situación adversa (ya sea una situación adversa en el momento presente, o recordando una situación adversa del pasado); la amígdala cerebral se activa con todos sus mecanismos de defensa y protección.

Nuestro organismo no cuenta con mecanismos de protección diferentes para cada tipo de emergencia. Nuestro cuerpo y nuestra mente no saben diferenciar entre emergencias presentes y emergencias pasadas que se recuerdan,  ni entre los riesgos materiales o las percepciones cognitivas de riesgo, ni tampoco entre peligros físicos o emocionales; así que; cuando se activa la alarma corporal, todas las defensas se activan por igual. Veamos:

En la adversidad, el corazón late más rápido y se respira a más velocidad y de manera entrecortada para proveer oxígeno al cuerpo, se dilatan las pupilas de los ojos para aumentar el rango de visión, se produce lactato en los músculos para reaccionar con rapidez, se libera adrenalina para reaccionar con valentía y fuerza, se contraen los vasos capilares de la piel para que la sangre se dirija hacia los músculos y les provea de oxígeno, se paraliza la digestión para que la energía y recursos del cuerpo sean usados en resolver la emergencia y, así como estos, hay otros muchos mecanismos que ayudaran a provocar una reacción veloz que se enfoque de manera prioritaria y exclusiva en estar a salvo.

Todas estas reacciones son automáticas e instintivas, y no pasan por el lenguaje, es decir, no se piensan, ni se planifican; ¡no hay tiempo de analizar!, ¡hay que sobrevivir! Veamos cuatro casos diferentes de supervivencia:

1.       Hay situaciones adversas que se viven una sola vez, el organismo activa sus defensas para resolverlas, y tan pronto se está fuera de peligro, el organismo logra relajarse y volver a su nivel de activación normal.  Este es el caso de una persona que cruza la calle, ve venir un automóvil, y acelera su paso o corre para llegar a la acera y ponerse a salvo. Llega a la acera jadeando un poco, pero unos metros después de su caminata ya se encuentra tranquila otra vez.

 

2.       Hay situaciones adversas que se viven una sola vez pero son muy intensas y dolorosas. Ante estas el cuerpo vive la experiencia y reacciona automáticamente para sobrevivir, y como no se pensó nada, ni hubo tiempo para explicar lo que pasó, el registro de memoria que queda no es algo que se pueda relatar fácilmente, sino que se graban sensaciones, emociones y reacciones que no son procesadas cognitivamente y que vuelven a aparecer en otras ocasiones con estímulos similares, por falta de una significación adecuada. Es decir, si ocurre algo que se parece a la experiencia dolorosa, aunque no haya riesgo real, se vuelven a sentir las mismas reacciones corporales y emocionales, sin que la persona sea consciente de por qué le sucede esto. Tal sería el caso de una persona que fue atacada al ir caminando por la calle, y que en ese momento reaccionó para sobrevivir y lo logró, a pesar de los daños, pérdidas y heridas sufridas; más adelante, cuando pasa cerca de aquel lugar o de uno similar, aunque vaya en automóvil, o acompañada y segura, esa persa empieza a sudar, se asusta, se pone ansiosa, tiembla, se le entrecorta la respiración o le da taquicardia, y ella no sabe explicar por qué. Racional y cognitivamente, ella sabe que está protegida, pero su organismo activa los mecanismos de defensa de forma automática. El organismo se está asegurando de sobrevivir.

 

3.       Hay momentos de emergencia que no son tan agudos, que pasan pronto y que permiten que el organismo vuelva a su nivel de energía regular, pero luego se repiten; a algunas personas les sucede que hay peligros que permanecen  en su entorno y les demandan niveles de sobreactivación de manera repetitiva que con el tiempo se tornan desgastantes. Tal es el caso de las personas que viven en un hogar disfuncional en donde se experimentan agresiones frecuentes y ciclos de violencia recurrentes, o aquellos que sufren bullying (acoso y agresiones en la escuela) o mobbing (acoso y agresiones en su trabajo), sin tener la posibilidad de cambiar de ambiente o recibir protección, y deben pasar meses o años sobreviviendo a esta situación. Para estas personas que durante largos períodos de tiempo se encuentran en situación de alarma, el desagaste del organismo es tal que pueden desarrollar en depresiones, síndrome de burnout (o agotamiento) y trastornos de ansiedad o afectivos diversos, adicciones, entre otros. En estos casos, no hay que olvidar que todos estos diagnósticos van a la par de una historia de trauma que debe tratada, incluso, una historia de trauma complejo.

 

4.       En otros casos, aunque ya no se viva la situación adversa, los recuerdos permanecen muy presentes, y hacen que las personas experimenten una sobreactivación crónica. Me refiero a quien conscientemente recuerda las situaciones dolorosas vividas, y las revive una y otra vez: Las piensa, las relata y se enfoca más en ellas que en su presente “seguro”. Tal es el caso de quienes piensan una y otra vez en los abusos que sufrieron en la infancia a pesar de vivir en condiciones presentes “seguras” y afectivamente sanas; igual les pasa a quienes llegan a casa a recordar todos los obstáculos y problemas del trabajo sin poder soltarlos de su pensamiento para disfrutar de las bendiciones de su tiempo libre. Incluso hay quienes anticipan el dolor y lo viven como si fuera real; por ejemplo, quienes piensan en el dolor que sentirán en el futuro cuando alguno de sus ancestros fallezca, y los lloran de manera anticipada, sin que haya ninguna enfermedad o situación de riesgo presente. El pensamiento sobre situaciones adversas pasadas o presentes, activa las respuestas de supervivencia, de la misma manera que en los casos anteriores. Debo aclarar, que este caso también es común en personas con una historia de experiencias adversas; la diferencia con el caso del punto 2, es que la activación de defensa no se da de manera automática o inconsciente a partir de estímulos externos, sino que ocurre por el pensamiento de la persona: el recuerdo consciente que sí pasa por el lenguaje. Es decir, la persona elije pensar en ello. ¿Y por qué una persona elige pensar en algo doloroso? Puede ser que su organismo se ha hecho dependiente de ciertas sustancias químicas que se producen en la tristeza y que se requiera aprender a disfrutar la intensidad de emociones positivas (es decir, que se necesita entrenar al cuerpo y a la mente para enfocarse en lo que le hace sentir bien); o puede ser que la intensidad de ese dolor disimule otro dolor en el que no se quiere pensar y entonces se requiera un proceso de terapia para resolver eso que está oculto; o puede ser que una crisis emocional autoprovocada sea un mecanismo inconsciente o una oportunidad para resolver memorias implícitas que necesitan ser resignificadas.  Las explicaciones pueden variar tanto como teorías de la psicología se refieran a este tema, porque cada teoría tiende a abordar una arista diferente del tema.

 

Lo cierto es que en el momento en que se enfrenta la experiencia adversa (en el entorno físico, en el pensamiento o en recuerdo), las reacciones físicas que se explican arriba aparecen para responder con velocidad; y si esta activación es frecuente, crónica o muy aguda, puede desgastar o dañar las funciones del organismo.

Por otro lado, las reacciones conductuales que devienen de esta activación pueden ser tres:

1.       Lucha: La persona usa sus mecanismos de defensa para pelear por su bienestar: ataca o se defiende.

2.       Huída: La persona corre para ponerse a salvo, busca un refugio, pide ayuda.

3.       Parálisis: La persona se inmoviliza, no sabe ni qué decir, ni qué hacer, no se defiende ni huye; como el animal que se queda quieto, casi muerto, hasta que el “enemigo” sienta que no vale la pena atacarle y se aleje.

Una persona emocionalmente sana, con una historia de vida favorecedora, con un organismo saludable, y que se encuentre ante una situación adversa “manejable”, sabrá discriminar cuándo luchar, cuánto y cómo, o cuándo huir y cómo encontrar un lugar seguro, si es que existen los recursos disponibles en el entorno; es decir, esta persona podrá regular su propio nivel de activación y encontrar recursos internos y externos para protegerse.

Pero cuando la experiencia adversa es demasiado intensa y dolorosa, o cuando es crónica, cuando no hay recursos de protección en el entorno, o cuando la persona tiene una historia de trauma o experiencia adversas que no han sido adecuadamente resignificadas y no cuenta con recursos internos de autorregulación; entonces, será más probable ver reacciones de hiperactivación (por ejemplo, violencia) o hipoactivación (parálisis).

Y ¿hasta cuándo prevalecerán las emociones de enojo, miedo o desesperanza y las conductas violentas o la indefensión? Pues hasta que el organismo perciba que se encuentra en un lugar seguro (en una situación agradable y feliz).

(Este tema continuará en las siguientes publicaciones).

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