De Benito Pérez Galdós, en su novela Marianela (1878), he aprendido a entender la meditación como la observación (sin juicio y sin apuro) de los propios pensamientos.
En este texto, cuando Pablo (el muchacho ciego) conduce a
Teodoro (el médico recién llegado) por una de las galerías de las minas, tiene
lugar este diálogo (pp.,26-27):
–Para el que posee el reino desconocido de la luz, estas galerías deben ser tristes, pero yo, que vivo en tinieblas, hallo aquí cierta conformidad con mi propio ser. Yo ando por aquí como usted por la calle más ancha… preferiría estos lugares subterráneos a todos los lugares que conozco.
–Esto es la idea de la meditación.
–Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por él corren mis ideas, desarrollándose magníficamente.
En la era de la “información tecnológica, la inteligencia artificial, la producción de videos en masa y los estímulos abundantes, breves y siempre cambiantes de las pantallas”, con mucha facilidad, los pensamientos del ser humano se acumulan en la mente sin notarlos siquiera; quedan como guardados en una cueva oscura a la que sólo observando en la quietud podemos hacer llegar la luz para liberar la densidad que enlentece nuestro desarrollo espiritual.
Sólo en la quietud, en la soledad, en el silencio y
observando hacia adentro encontramos la Luz Divina; a aquel que dice:
“Estad quietos y ved que yo soy Dios”.
¿Cómo podríamos escuchar al Creador, si ni siquiera aguzamos
el oído para escuchar nuestros pensamientos?
Pero hay quienes temen apartarse y escuchar aquello que
ellos mismos han dejado abrumar con aires espesos y turbios; hay quienes niegan
la presencia de temores, prejuicios, envidias, celos, avaricias, enojos, y todo
aquello que nos separa de lo Divino, pero que todos tenemos.
Sólo la luz, sólo la verdad, sólo el mirar hacia adentro amándonos
al mismo tiempo con el Amor heredado de Cristo, puede disipar la oscuridad; porque,
sólo entonces reconocemos la necesidad de la Gracia; sólo entonces vemos el Regalo
del amor; y sólo allí Agradecemos en toda su manifestación la Presencia en
Dios.
Recuerdo a los misioneros que conocí cuando niña diciendo: A
Dios se le encuentra detrás de la puerta del closet.
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