Hace poco vi un video de un pastor de ovejas que iba por la noche a buscar a su ovejita más pequeña que se había perdido. El video, por supuesto, ilustraba la conocida parábola de Jesús.
Me llamó la atención la ternura de la ovejita negra; lucía tan chiquita y vulnerable; se veía tan amorosa y agradecida con aquél que arriesgó su vida por ella.
Pensé en la realidad de algunos rediles cerca de aquí, donde las ovejitas a veces se pierden en la oscuridad de la ansiedad, la depresión, las crisis de identidad y las situaciones de desesperanza. Pero esas ovejitas abrumadas en sentimientos turbios no siempre muestran ternura, agradecimiento o admiración por la mano que se les tiende. Con frecuencia, se enojan, reclaman a todos todas las facturas que sienten que se les deben desde muy niños, se las reclaman incluso a quienes no tienen relación alguna con ellos; acusan, denuncian, resisten, ponen a prueba, retan y provocan toda clase de reacciones incómodas en quienes están a su alrededor. Sin siquiera ser conscientes de ello, se la pasan lanzando un grito de profundo pesar interno.
Y allí, en ese mismo entorno, hay unas ovejitas disque blanquísimas, y las que no lo fueran, aprenden el arte del maquillaje desde pequeñas. A estas pequeñitas sus familias han otorgado toda clase de atenciones cariñosas y lujosas desde antes de nacer. Las hijas de esas familias son bien educadas: piden las cosas por favor, dan las gracias, ponen atención a las maestras, siguen instrucciones, hacen sus tareas con diligencia, usan internet con perfectos controles parentales, van a la iglesia los domingos y otros días por semana, escogen bien a sus amiguitas del rebaño y practican la amabilidad de la mejor manera que pueden según les hayan enseñado.
A las ovejitas claras, sin embargo, no les gustan las acciones punzantes de las que se pierden con frecuencia a causa de su dolor; y a los padres y madres de las ovejitas bienamadas les preocupa mucho que sus pequeñuelas vayan a sufrir algún peligro en compañía de la impulsividad de aquellas a las que llaman "pares" de sus tesoros.
--¿Pares?, si no las educan igual, ¿cómo considerarlas pares?--piensan las familias ascendencia blanquecina--El color no importa, si nuestra Lanita también tiene unas manchitas, pero sí que importa la "educación".
Entonces vi el video y observé al pastor y a la ovejita rescatada, perniquebrada, bien vendada y atendida, ¡los dos se veían tan felices!. Inmediatamente, pensé que apenas entrara la convaleciente al redil, las otras se enojaría o se indignarían de que su pastor anduviera cansado, mojado, con frío o herido por haber salido tarde, a campo traviesa, a buscarla. Y luego los padres de las pequeñitas les dirían: "Córranse, no vayan a contagiarse de cualquier enfermedad, no vayan a sufrir ningún peligro con las ideas raras de su amiga; recuerden que ayer les pegó, que fue grosera con sus palabras, que fue desobediente con los adultos; aléjense, mejor aléjense en silencio".
Y pensé que podría ser que en la mañana, llegaran a la junta de padres del rebaño infantil y solicitaran al pastor que, por favor, apacentara a sus ovejas lejos de la inquieta ovejita "desubicada".
Por dicha, el pastor es amoroso, no va a dejar a la ovejita 99 abandonada, ni aunque le falte más tiempo para aprender a actuar con prudencia y gentileza; porque entonces, la ilustración de la parábola de Jesús, no tendría sentido de ser.
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