viernes, 4 de septiembre de 2015

Conectarse con los Sentidos, III Parte: Un Paladar Exquisito

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
4 de setiembre de 2015

CONECTARSE CON LOS SENTIDOS
III PARTE

Un Paladar Exquisito

Las abuelas decían que había personas con un buen paladar, refiriéndose a aquellas que disfrutaban del comer y se deleitaban con todos los sabores, y no sólo esto, sino que ante una comida elaborada eran capaces de distinguir los ingredientes utilizados por ellas en menor cantidad. También establecían una clara diferencia entre las personas agradecidas por la comida y las personas que se alimentaban con disgusto.

Dado el rol social relacionado con la unión familiar que para las generaciones atrás tenía la comida; estas abuelas sabían poner las reglas bien claras: había un tiempo para comer, se comía lo que había y se daba gracias por la comida.

He visto que quienes se estresan con más facilidad tienden a quejarse de que las comidas no les saben bien, a pesar de que en las generaciones actuales la disponibilidad y variedad de alimentos tiende a ser mucho mayor. Estas personas simplemente no disfrutan la comida, ¡nada les sabe bien! La alimentación se convierte para ellas en una obligación, en una tarea complicada, o en una forma de manejar su ansiedad, sin que por ello puedan decir que cuando comen están disfrutando verdaderamente del sabor.

Es paradójico que en una sociedad en donde se trabaja estimulando a los niños más pequeños para que aprendan a degustar, diferenciar y disfrutar los sabores, a los adultos se les pide en sus trabajos que no tomen más de media hora de almuerzo; tan pronto como terminen de tragar deberán dirigirse a sus escritorios para continuar con el proceso de producción económica. Aún los chefs que antes se dedicaban por horas a elaborar una receta, “chinéandola” y dándole tiempo para sacar lo mejor de sus sabores, ahora compiten en “reality shows” por presentar un platillo colorido en menos de media hora; deben tratar de combinar bien lo sabores, deben dar una buena presentación y, sobre todo, deben ser rápidos.

El paladar ha sido reprimido como ha sido reprimido todo aquello que no represente un crecimiento económico para alguien. Como se ha escrito en reflexiones anteriores, se vive para trabajar y no se trabaja para vivir.

Salomón escribió en el capítulo 9 de Eclesiastés (vrs. 7-9): Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol”.

Es decir, que la razón de trabajar no es otra que la de disponer de la comida, el vestido y los recursos de recreación necesarios para disfrutar con la familia.

Se debería comer en familia (“con la mujer que amas”), se debería asumir el tiempo de alimentación como un momento sagrado en el que hasta la actitud es sacra (“sean blancos tus vestidos”) porque ¡la comida es buena!, y se debería comer disfrutando (“con ungüento”), disfrutando de cada bocado, de cada sensación, de cada sabor… aún del precioso ratito de saciedad y satisfacción que queda después de terminar.

Pero cuando la sociedad ya nos ha convencido de que “el tiempo es oro”, de que comer despacio es desperdiciar ese tiempo, de que es mejor el movimiento constante que la quietud y el sabor, entonces es difícil cambiar nuestros mandatos más profundos e inconscientes para poder detenernos ante un platillo y respirar.

¿Respirar? Pero si estábamos hablando del paladar.

Sí, respirar. Así es como empieza una buena comida: respirando despacio para que nuestro corazón se apacigüe, inhalando el vapor de la comida caliente, la acidez de los cítricos, la diversidad de olores que se esparcen en nuestra mesa. Un buen porcentaje del sabor de nuestras comidas lo percibimos al inhalar; y es por esto que cuando las personas se resfrían el gusto de los alimentos disminuye.

¡Interesante!, ¿verdad? Nuevamente la conexión con nosotros mismos, en este caso, con nuestros sentidos, vuelve a facilitarse a partir de la respiración.

Habiendo respirado, relajado nuestro cuerpo y distinguidos los olores, podemos proceder a comer despacio. ¿Lo has intentado? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que lograste masticar y saborear despacio aunque el hambre y el tiempo disponible te dijeran que debías apurarte? Esto es comer conscientemente, no en modo automático.

Te aseguras de que todo lo que vas a ocupar está servido en la mesa y a la mano, te sientas, tu servilleta bien puesta en tu regazo, respiras, tomas los cubiertos despacio, observas tu plato, escoges el bocado inicial, lo partes en una porción pequeña, lo llevas a tu boca despacio y respirando de nuevo, lo colocas en tu boca y comienzas a masticar muy despacio.  La clave aquí está en que, en ese preciso momento, tu atención esté enfocada en el sabor, en separar los sabores, las texturas y aún la temperatura, distinguir los sabores, contarlos si quieres, ordenarlos, y volverlos a armar hasta que estés satisfecho de ese bocado, entonces, y sólo entonces, darte permiso de tragar.

Una nueva respiración lenta y profunda. Date un tiempo para conversar un poco, el tiempo de la comida es un momento especial para vincular afectivamente con los demás.

De nuevo, un bocado esta vez de otro tipo de alimento, otro sabor. ¿Sabías que los platillos de alta cocina se sirven en porciones pequeñas que alternan diferentes sabores? Eso es para que el paladar no se acostumbre, que no pierda el deleite que le da el asombro; al variar la percepción del sabor con cada bocado se asegura que el siguiente sea igual de intenso, igual de suculento.

¿Quieres mejorar tus oportunidades para deleitarte en el sabor de tus comidas? Escoge por lo menos dos sabores que te gusten mucho, prepara un plato fuerte que puedas alternar con otros sabores interesantes entre las guarniciones. Come despacio, alterna los sabores en los bocados que eliges, escoge dejar un bocado de tu sabor predilecto para el final, puede ser un pequeño postre, y recuerda: ¡no comas demasiado!

Todas las personas sabemos cuánto podemos comer y disfrutar, y a partir de qué punto ya estamos comiendo de más en una cantidad que nos hará sentir mal dentro de un rato. ¡No te sirvas de más, ni siquiera cocines de más! Escoge la sensación que quieres tener después de la comida: ¿saciedad o saturación? Si escoges la saciedad estarás conectándote de nuevo con tu paladar.

Al terminar de comer continúa respirando despacio, conversa, disfruta unos minutos con la gente alrededor, cuando tu cuerpo esté listo para seguir adelante con el día te lo hará saber sin cargas.

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