Soy libélula
Por María Antonieta Campos Badilla
He escrito ya muchas veces sobre el alto valor de las
libélulas en la vida de nuestra familia. En su representación de un amor
eterno, uno que no se va nunca, uno que trasciende el plano material y
temporal, las libélulas llegan a nosotros con mensajes de esperanza y libertad.
Hoy me siento así, libre para ir y venir, libre para estar
con los míos con todo mi amor, sin tener que explicar a nadie de dónde vengo ni
a dónde voy. Eso decía, hacía y vivía mi abuelito Hernán. Eso dice, hace y vive
en nuestro corazón aún.
Hoy no tengo que reír para nadie, ni correr a trabajar, ni
producir, ni ser excelente, ni explicar, ni brillar. Hoy sólo vuelo en la dirección
que me place y es el sol quien brilla en mis alas. Vuelo rodeando el jardín de
los míos, el espacio de deleite de aquellos a quien amo; ese espacio que está
lejos de los lujos de las ciudades, de las compras, de la vida laboral y de la
producción académica. Ese espacio en donde la sociedad ni me nota, pero me nota
el amor de mi gente.
Sólo eso quiero, libertad, sol y aire fresco para estar con
ellos.
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