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Quinta reunión: Guadalupe,
14 de marzo de 2014
Trascender: Verdadera Esperanza y
Sentido de Vida
Por María Antonieta
Campos
Dedicado a Orlinda Zúñiga Zúñiga (04/jul/1927-10/mar/2014),
nuestra querida “Erlinda” como la conocimos en casa; nuestra amiga, nuestra
nana, nuestra abuela por derecho. Su amor trasciende en nuestros corazones y
hacia cada una de las personas con las que nos relacionamos cada día.
¿Por qué y para qué vivimos? Nuestra esencia nos
obliga a cuestionar el sentido de nuestra existencia.
Algunos viven con el deseo de que las personas los
recuerden al morir y, quizás, que sus méritos sean considerados en una futura condición
de vida. Otras personas queremos trascender, pensamos que nuestra vida debe
tener sentido más allá del paso por esta tierra.
¿Qué es trascender? y ¿por qué es el más allá el
que puede darnos sentido aquí?
Quizás porque nuestro ser interior tiene conciencia
de que pertenecemos a un gran todo, a una eternidad de universos, a una energía
en constante movimiento. Trascender, es
dejar de ser un pequeño y aislado ser entre las estrellas y planetas, y saberse
parte inseparable de la totalidad de la creación.
Al ser conscientes de nuestra naturaleza, de que
somos la naturaleza misma con aliento de vida divino, al ser parte del todo y
no un segmento aislado de la creación, entonces trascendemos: Sabemos que somos
más que el pequeño cuerpo que nos acoge; somos más y se sostiene nuestra
existencia en los vínculos de amor que establecemos con todo lo que también ha
sido creado.
Dios nos hizo una sola Iglesia, habló de un solo
cuerpo, porque con sus ojos, cuando Él nos mira, mira una gran red de amor que
se une e intercambia energía en muchos puntos de conexión. Dios no nos mira
aislados, porque no somos seres aislados, somos uno. Les doy un ejemplo: Dios
nos mira como mira al todo, con una voluntad propia y personal, sí, tan
personal como la voluntad de una neurona en el cerebro; la neurona hace
sinapsis con otras y es entonces cuando logra intercambiar información, es sólo
con la unión entre neuronas que nuestro cuerpo funciona. Así, es la Iglesia, un
solo cuerpo que funciona por las conexiones de amor que hay entre todos (entre
todos los seres creados). Trascender, es simplemente saberse parte de un
conjunto en el que si no hay conexión no pasa nada. Si no amo no existo, o me
parezco a una neurona que duerme mientras las demás se atreven a vivir.
Hay personas especiales que trascienden; no son las
que tienen grandes puestos laborales, no son las que tienen éxito en los
negocios, no son las que viajan por el mundo y alardean de interesantísimas
aventuras, ni las que al morir son recordados por las empresas transnacionales
en las esquelas. Trasciende sólo el que ama, el que logra que otros estén muy seguros
de ser amados por este.
Trasciende sólo el que sonríe al otro mientras le sirve,
el que sabe que debe servir aun cuando sea el jefe, el maestro o la autoridad,
el que se hace pequeño siendo el más grande. Entonces hay una gran conexión de
verdadero amor. Trasciende el que ayuda al otro a crecer, a estar mejor, a
tener salud, a prosperar, a ser mejor persona; le ayuda así sea el jefe, el
empleado, el alumno, el hijo, el padre… ayuda a todos por amor.
Se puede trascender y dar un especial sentido a
nuestra vida en nuestros roles familiares; así, trasciende el padre trabajador
que quiere que su familia esté unida, el que quiere que a sus hijos y a su
esposa no les falte nada, el que quiere que ellos puedan disfrutar de las
bendiciones materiales que ha logrado construir con sus manos y comparte todo
con ellos sin condiciones; trasciende el padre que da el dinero, pero el que lo da junto con el tiempo y el
amor. Trascienden los padres que educan, que ponen límites al tiempo que se recrean
con su familia por amor; aquellos que dicen no a sus hijos y se mantienen
firmes cuando prevén un riesgo, pero a cambio dedican tiempo de juego, compañía
y atención para suplir “conexiones”—vínculos de amor— que darán estabilidad a
la vida de ellos. Trascienden los hijos con su ejemplo cuando sus padres
aprenden de ellos, no por sus palabras sino porque sus hechos confrontan la
moral del mundo. Y trasciende la mujer que ama con sabiduría, que guía y dirige
a su familia y seres queridos a formas de interacción colaborativas y de
consideración mutua.
También podemos encontrar sentido de vida en las
jerarquías; en ellas trascienden los que callan cuando se les agravia, cuando
callan para no lastimar a su ofensor que es evidentemente más débil; y de
manera opuesta trasciende el que habla con autoridad para detener la injusticia
del que desde arriba trata de aplastarle, trasciende porque marca un límite que
garantizará justicia para otros. Trasciende el que en medio de las relaciones
verticales se ubica en un punto horizontal de interacción y enseña que el valor
del ser humano es incondicional.
De la misma manera se encuentra sentido en las
relaciones difíciles: Aquí, trasciende el que pone la otra mejilla sin
resentirlo porque se sabe superior en honor y nobleza, el que sonríe ante el que
de forma egoísta pelea para tratar de quitarle su puesto y sonríe porque sabe
que su valor es mayor que una función laboral transitoria; trasciende el que
reacciona ante la competencia sin valores del mundo material con nobleza y
dignidad, el que demuestra compromiso y capacidad sin necesidad de disminuir el
valor de los que se imaginan en una lucha contra él.
Y hasta en el resentimiento y los malos entendidos
hay sentido de vida, pues allí trasciende el que ve al que reclama sin saber
las razones de lo acontecido y tiene paciencia sin juzgarlo; trasciende el que
no ha sido escuchado con justicia pues se le juzgaba con prejuicios mientras estaba
hablando, ese que sabe que su verdad saldrá a luz pronto porque la verdad
pronto es conocida por todos. El que ama la verdad encuentra libertad, el que
ama la justicia encuentra paz.
Se encuentra mayor sentido cuando se dedica tiempo al
conocimiento de uno mismo; en este acto trasciende el que está tan seguro de sí
mismo, de su esencia, de su lugar y su valor en el universo, que ama y valora a
otros con la misma fuerza. El que ama trasciende porque marca la vida de
aquellos con los que ha vinculado. “No hay más grande amor que este, que uno ponga
su vida por sus amigos” y “al que más se le perdona más ama”.
Sólo el que ama encuentra un sentido de vida
trascendente, uno que se mantiene en su punto y al mismo tiempo abarca el
universo. El que ama tiene esperanza, esperanza porque conoce su condición
eterna e infinita en los vínculos de Amor.
Dios es amor y se manifiesta cada vez que vinculamos
con otros; cuando los amamos, existimos en Dios y es entonces, sólo entonces
que nuestra vida adquiere sentido, cuando comprendemos que el mensaje de Cristo
no es una lista de reglas sin sentido sino que es la vida misma, la esencia de
nuestra esperanza de trascender y vivir eternamente.
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ResponderEliminarEn esta reflexión, Antonieta sostiene que Dios existe, es real, y tiene existencia tanto dentro como fuera de nosotros. Dios es ese Ser que da sentido a nuestra vida. Y, lo más importante: Dios se revela a través de un individuo en concreto: Jesucristo. El centro del cristianismo es el amor, y es este amor el que dota de significado a nuestras vidas, en el tanto se convierte en el elemento que permite la interacción solidaria entre los seres humanos.
ResponderEliminarSi bien casi todas las religiones contienen elementos de la “Regla de Oro”, es decir, el amor al prójimo, en el cristianismo esta es su más pura esencia. Todo el magisterio de Jesús gira alrededor de este principio. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mateo 25:40). Aquí Jesús deja ver que el amor al prójimo remite directamente a nuestra relación con Dios.
Antonieta equipara trascendencia con interrelación, conexión, diálogo entre las personas. Quien se encierra en sí mismo no trasciende. Lo hace quien se reconoce como parte de la creación. En este sentido, veo claramente que la idea de Dios siempre remite a un vínculo entre los seres humanos. El discurso sobre Dios nos lleva también a una antropología filosófica, o una concepción sobre ser humano; mas no sobre el individuo aislado, sino en su constante interacción con los demás. Esto es patente en el mensaje del Evangelio, centrado en el amor entre todas las personas.
Buscar a Dios, lo cual no es posible sino a través de Jesús ("Yo soy el camino, la verdad y la vida...", Juan 14:6), es apegarnos a sus enseñanzas de amor. Por lo tanto, cobra sentido lo que nos recuerda María Antonieta: nadie puede trascender si no ama, si no establece una conexión desinteresada, solidaria, respetuosa y transparente con los demás. Si Dios es trascendencia, y si Jesús es el camino, uno con el Padre, el amor es la llave de la trascendencia del hombre. En consonancia con lo anterior, decía San Pablo, en I Corintios 13:1:
“Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada!”
Concluyo estos comentarios trayendo a colación la réplica de Jesús a un grupo de judíos con los que dialogaba: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Sus interlocutores le cuestionaron que ellos, como descendientes de Abraham, “no eran esclavos de nadie”. Ante lo cual Jesús les responde que su libertad les será dada de las cadenas del pecado.
En mi opinión, pecado es todo aquello que impide la conexión entre las personas por el amor; todo lo que se interpone, que está en nosotros, y que nos desliga de los demás, de la naturaleza, de la creación. La verdad que proclamó Jesús es su doctrina , que encuentra su asidero en el concepto de amor. Y como hemos visto, inspirados en las palabras de Antonieta, Dios es no solo la fuente, sino también el destino del amor. Solo a través del amor trascendemos, ya que este nos acerca a Dios, nuestra vida cobra sentido y nuestra esperanza se renueva cada día.