Pensando
un poco en la muerte y resurrección de Jesús, y reflexionando en el sentido de
esta Obra, recuerdo que la ascensión desde la vacía oscuridad de la muerte
hasta la absoluta Luz de Vida Eterna, nos abrió para siempre un camino de
vuelta a nuestra Fuente Creadora: Ese que algunos llaman Padre Celestial, otros
le dicen Padre-Madre Dios, y otros lo llaman Amor.
Dios es Amor. Y Dios es la Fuente.
Entonces, el camino de la resurrección es un camino al Amor y es darnos cuenta que estamos hechos de Amor y que somos uno con el Amor. Si todos somos Amor somos uno con todos.
Por eso la Biblia habla de que Jesús quitó la pared de separación y nos hizo un solo pueblo, y cuando murió en la cruz se rasgó el velo de entrada al Lugar Santísimo en el Templo, es decir, se abrió el acceso a nuestra Fuente Creadora.
En días anteriores he dicho que somos uno como un concepto de responsabilidad por el cuidado del prójimo, pero hoy hablo de este concepto como una bendición y una realidad de existencia ineludible.
Cuando yo tenía dos años me hablaron de Jesús. Me dijeron que Él me amaba y que siempre estaría a mi lado. Desde entonces me enamoré de Él. Desde entonces le siento junto a mí y veo su mano protectora y de bendición para mí. Y no me he sentido sola, algunas veces, quizás, he anhelado algún abrazo de Él (uno físico y no solo espiritual) pero, de alguna manera, este abrazo siempre ha llegado a mí a través de alguna persona.
Con el tiempo me he dado cuenta de que Jesús (el Amor que se hizo hombre, murió y resucitó dándonos vida eterna) tiene muchas formas de manifestarse a las personas.
Algunas veces habla al corazón directamente, otras veces se ayuda con mensajeros: sacerdotes, pastores, familiares, vecinos, la naturaleza, los ángeles... Y cada vez que habla su mensaje trae paz y libertad.
De estos, el mensajero más sutil es aquel que está a mi lado y me ama y me recuerda la Fuente de la que provengo y soy parte. Cada vez que mi vida se tambalea recibo una mano de Amor (o muchas) extendiéndose en mi ayuda. Cada vez que hiero a alguien (queriendo o sin querer) siento el dolor en mi propia piel, y siento el deseo de ser perdonada, y cuando recibo tal dicha me veo en el compromiso profundo de perdonar toda deuda de otros. Cada vez que alguien me ofende o me amenaza, hay otro que me abraza y el perdón al primero me sana a mí. Entonces, me voy dando cuenta de que realmente somos un solo cuerpo, y que mi ser trasciende y se hace parte de todos los otros seres hechos a imagen del Amor, en esos momentos resucito en los demás.
Dios es Amor. Y Dios es la Fuente.
Entonces, el camino de la resurrección es un camino al Amor y es darnos cuenta que estamos hechos de Amor y que somos uno con el Amor. Si todos somos Amor somos uno con todos.
Por eso la Biblia habla de que Jesús quitó la pared de separación y nos hizo un solo pueblo, y cuando murió en la cruz se rasgó el velo de entrada al Lugar Santísimo en el Templo, es decir, se abrió el acceso a nuestra Fuente Creadora.
En días anteriores he dicho que somos uno como un concepto de responsabilidad por el cuidado del prójimo, pero hoy hablo de este concepto como una bendición y una realidad de existencia ineludible.
Cuando yo tenía dos años me hablaron de Jesús. Me dijeron que Él me amaba y que siempre estaría a mi lado. Desde entonces me enamoré de Él. Desde entonces le siento junto a mí y veo su mano protectora y de bendición para mí. Y no me he sentido sola, algunas veces, quizás, he anhelado algún abrazo de Él (uno físico y no solo espiritual) pero, de alguna manera, este abrazo siempre ha llegado a mí a través de alguna persona.
Con el tiempo me he dado cuenta de que Jesús (el Amor que se hizo hombre, murió y resucitó dándonos vida eterna) tiene muchas formas de manifestarse a las personas.
Algunas veces habla al corazón directamente, otras veces se ayuda con mensajeros: sacerdotes, pastores, familiares, vecinos, la naturaleza, los ángeles... Y cada vez que habla su mensaje trae paz y libertad.
De estos, el mensajero más sutil es aquel que está a mi lado y me ama y me recuerda la Fuente de la que provengo y soy parte. Cada vez que mi vida se tambalea recibo una mano de Amor (o muchas) extendiéndose en mi ayuda. Cada vez que hiero a alguien (queriendo o sin querer) siento el dolor en mi propia piel, y siento el deseo de ser perdonada, y cuando recibo tal dicha me veo en el compromiso profundo de perdonar toda deuda de otros. Cada vez que alguien me ofende o me amenaza, hay otro que me abraza y el perdón al primero me sana a mí. Entonces, me voy dando cuenta de que realmente somos un solo cuerpo, y que mi ser trasciende y se hace parte de todos los otros seres hechos a imagen del Amor, en esos momentos resucito en los demás.
Así, la obra de Jesús se torna, no en una carga de responsabilidades y reglas, sino en una consciencia de unidad y de Amor: una simple existencia en la realidad en la que todo lo que hago con el otro se lo hago a mi propio ser, y la dicha de saber que nunca he estado ni nunca estaré sola ni vacía porque donde esté el otro ahí también estoy yo.
Así pues, las otras
personas son parte de mí ya sea que yo me deje acompañar por ellas o no. Y
puedo vivirlas con consciencia o puedo ignorar su existencia dentro de mí, pero
al final, lo que es real es que esas personas me constituyen, y lo mejor que
puedo hacer es crecer en Amor con ellas para crecer en Amor por mí.
Hoy en mi país
estamos a las puertas de las Celebración del Domingo de Resurrección y de las
Elecciones por la Presidencia de la República. Hemos tenido semanas de una dura
contienda social; de palabras y opiniones fuertes sobre temas sociales, morales
y religiosos que se han mezclado de formas diferentes en la campaña política.
En el mismo momento de ejercer nuestro voto presidencial, quienes celebramos la
resurrección de Cristo, supondríamos una reflexión sobre esta necesaria
resurrección nuestra en el amor a las demás personas. Al final del día, alguno
será presidente, el gobierno seguirá su curso y el poder corromperá a algunos
como es natural; y al resto, ¿qué nos depara?, ¿una vida con consciencia de
unidad o el resentimiento y dolor que nos hemos provocado a nosotros mismos
tratando de herir al “otro-que-soy-yo”?, ¿la muerte de nuestra consciencia
espiritual o la resurrección en el Amor?
Hoy mi oración a
Dios es por un milagro de Amor para mi país, un milagro de unión y paz, un
milagro de resurrección.
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