El 2020 cuestionó un poco la
garantía de seguridad en el entorno. Veamos un poquito de teoría sobre el
estrés, antes de crearnos un nuevo lugar seguro para seguir caminando:
Cuando las personas están ante
una situación adversa (ya sea una situación adversa en el momento presente, o
recordando una situación adversa del pasado); la amígdala cerebral se activa
con todos sus mecanismos de defensa y protección.
Nuestro organismo no cuenta con
mecanismos de protección diferentes para cada tipo de emergencia. Nuestro
cuerpo y nuestra mente no saben diferenciar entre emergencias presentes y emergencias
pasadas que se recuerdan, ni entre los
riesgos materiales o las percepciones cognitivas de riesgo, ni tampoco entre
peligros físicos o emocionales; así que; cuando se activa la alarma corporal,
todas las defensas se activan por igual. Veamos:
En la adversidad, el corazón late
más rápido y se respira a más velocidad y de manera entrecortada para proveer
oxígeno al cuerpo, se dilatan las pupilas de los ojos para aumentar el rango de
visión, se produce lactato en los músculos para reaccionar con rapidez, se
libera adrenalina para reaccionar con valentía y fuerza, se contraen los vasos
capilares de la piel para que la sangre se dirija hacia los músculos y les
provea de oxígeno, se paraliza la digestión para que la energía y recursos del
cuerpo sean usados en resolver la emergencia y, así como estos, hay otros
muchos mecanismos que ayudaran a provocar una reacción veloz que se enfoque de
manera prioritaria y exclusiva en estar a salvo.
Todas estas reacciones son
automáticas e instintivas, y no pasan por el lenguaje, es decir, no se piensan,
ni se planifican; ¡no hay tiempo de analizar!, ¡hay que sobrevivir! Veamos
cuatro casos diferentes de supervivencia:
1. Hay situaciones adversas que se viven una
sola vez, el organismo activa sus defensas para resolverlas, y tan pronto se está fuera de peligro, el
organismo logra relajarse y volver a su nivel de activación normal. Este es el caso de una persona que cruza la
calle, ve venir un automóvil, y acelera su paso o corre para llegar a la acera
y ponerse a salvo. Llega a la acera jadeando un poco, pero unos metros después
de su caminata ya se encuentra tranquila otra vez.
2. Hay situaciones adversas que se viven una
sola vez pero son muy intensas y dolorosas. Ante estas el cuerpo vive la
experiencia y reacciona automáticamente para sobrevivir, y como no se pensó
nada, ni hubo tiempo para explicar lo que pasó, el registro de memoria que
queda no es algo que se pueda relatar fácilmente, sino que se graban sensaciones,
emociones y reacciones que no son procesadas cognitivamente y que vuelven a
aparecer en otras ocasiones con estímulos similares, por falta de una
significación adecuada. Es decir, si ocurre algo que se parece a la experiencia
dolorosa, aunque no haya riesgo real, se vuelven a sentir las mismas reacciones
corporales y emocionales, sin que la persona sea consciente de por qué le
sucede esto. Tal sería el caso de una persona que fue atacada al ir caminando
por la calle, y que en ese momento reaccionó para sobrevivir y lo logró, a
pesar de los daños, pérdidas y heridas sufridas; más adelante, cuando pasa
cerca de aquel lugar o de uno similar, aunque vaya en automóvil, o acompañada y
segura, esa persa empieza a sudar, se asusta, se pone ansiosa, tiembla, se le
entrecorta la respiración o le da taquicardia, y ella no sabe explicar por qué.
Racional y cognitivamente, ella sabe que está protegida, pero su organismo
activa los mecanismos de defensa de forma automática. El organismo se está
asegurando de sobrevivir.
3. Hay
momentos de emergencia que no son tan agudos, que pasan pronto y que permiten
que el organismo vuelva a su nivel de energía regular, pero luego se repiten; a
algunas personas les sucede que hay peligros
que permanecen en su entorno y les demandan niveles de sobreactivación de
manera repetitiva que con el tiempo se tornan desgastantes. Tal es el caso
de las personas que viven en un hogar disfuncional en donde se experimentan
agresiones frecuentes y ciclos de violencia recurrentes, o aquellos que sufren bullying (acoso y agresiones en la
escuela) o mobbing (acoso y
agresiones en su trabajo), sin tener la posibilidad de cambiar de ambiente o
recibir protección, y deben pasar meses o años sobreviviendo a esta situación.
Para estas personas que durante largos períodos de tiempo se encuentran en
situación de alarma, el desagaste del organismo es tal que pueden desarrollar
en depresiones, síndrome de burnout
(o agotamiento) y trastornos de ansiedad o afectivos diversos, adicciones,
entre otros. En estos casos, no hay que olvidar que todos estos diagnósticos
van a la par de una historia de trauma que debe tratada, incluso, una historia
de trauma complejo.
4. En
otros casos, aunque ya no se viva la
situación adversa, los recuerdos permanecen muy presentes, y hacen que las personas experimenten una
sobreactivación crónica. Me refiero a quien conscientemente recuerda las
situaciones dolorosas vividas, y las revive una y otra vez: Las piensa, las
relata y se enfoca más en ellas que en su presente “seguro”. Tal es el caso de
quienes piensan una y otra vez en los abusos que sufrieron en la infancia a
pesar de vivir en condiciones presentes “seguras” y afectivamente sanas; igual
les pasa a quienes llegan a casa a recordar todos los obstáculos y problemas
del trabajo sin poder soltarlos de su pensamiento para disfrutar de las
bendiciones de su tiempo libre. Incluso hay quienes anticipan el dolor y lo
viven como si fuera real; por ejemplo, quienes piensan en el dolor que sentirán
en el futuro cuando alguno de sus ancestros fallezca, y los lloran de manera
anticipada, sin que haya ninguna enfermedad o situación de riesgo presente. El
pensamiento sobre situaciones adversas pasadas o presentes, activa las respuestas
de supervivencia, de la misma manera que en los casos anteriores. Debo aclarar,
que este caso también es común en personas con una historia de experiencias
adversas; la diferencia con el caso del punto 2, es que la activación de
defensa no se da de manera automática o inconsciente a partir de estímulos
externos, sino que ocurre por el pensamiento de la persona: el recuerdo
consciente que sí pasa por el lenguaje. Es decir, la persona elije pensar en
ello. ¿Y por qué una persona elige pensar en algo doloroso? Puede ser que su
organismo se ha hecho dependiente de ciertas sustancias químicas que se
producen en la tristeza y que se requiera aprender a disfrutar la intensidad de
emociones positivas (es decir, que se necesita entrenar al cuerpo y a la mente
para enfocarse en lo que le hace sentir bien); o puede ser que la intensidad de
ese dolor disimule otro dolor en el que no se quiere pensar y entonces se
requiera un proceso de terapia para resolver eso que está oculto; o puede ser
que una crisis emocional autoprovocada sea un mecanismo inconsciente o una
oportunidad para resolver memorias implícitas que necesitan ser
resignificadas. Las explicaciones pueden
variar tanto como teorías de la psicología se refieran a este tema, porque cada
teoría tiende a abordar una arista diferente del tema.
Lo cierto es que en el momento en
que se enfrenta la experiencia adversa (en el entorno físico, en el pensamiento
o en recuerdo), las reacciones físicas que se explican arriba aparecen para responder
con velocidad; y si esta activación es frecuente, crónica o muy aguda, puede
desgastar o dañar las funciones del organismo.
Por otro lado, las reacciones
conductuales que devienen de esta activación pueden ser tres:
1. Lucha:
La persona usa sus mecanismos de defensa para pelear por su bienestar: ataca o
se defiende.
2. Huída:
La persona corre para ponerse a salvo, busca un refugio, pide ayuda.
3. Parálisis:
La persona se inmoviliza, no sabe ni qué decir, ni qué hacer, no se defiende ni
huye; como el animal que se queda quieto, casi muerto, hasta que el “enemigo”
sienta que no vale la pena atacarle y se aleje.
Una persona emocionalmente sana,
con una historia de vida favorecedora, con un organismo saludable, y que se
encuentre ante una situación adversa “manejable”, sabrá discriminar cuándo
luchar, cuánto y cómo, o cuándo huir y cómo encontrar un lugar seguro, si es
que existen los recursos disponibles en el entorno; es decir, esta persona
podrá regular su propio nivel de activación y encontrar recursos internos y
externos para protegerse.
Pero cuando la experiencia
adversa es demasiado intensa y dolorosa, o cuando es crónica, cuando no hay
recursos de protección en el entorno, o cuando la persona tiene una historia de
trauma o experiencia adversas que no han sido adecuadamente resignificadas y no
cuenta con recursos internos de autorregulación; entonces, será más probable
ver reacciones de hiperactivación (por ejemplo, violencia) o hipoactivación
(parálisis).
Y ¿hasta cuándo prevalecerán las
emociones de enojo, miedo o desesperanza y las conductas violentas o la
indefensión? Pues hasta que el organismo perciba que se encuentra en un lugar
seguro (en una situación agradable y feliz).
(Este tema continuará en las siguientes publicaciones).