miércoles, 2 de octubre de 2019

Metamorfosis, Parte 2


Observar la propia esfera

¡Te sentaste!, aún sin respuestas que den sentido completo al movimiento de la vida. Te quedaste quieto. La gente continuará dándote sugerencias sin descanso sobre cómo deberías empezar a moverte de nuevo; pero ninguno de sus consejos tiene sentido. Lo único que te tranquiliza es sentarte.
Te observas. Te sientes cargado y algo culpable por no hacer caso, por estar quieto mientras los otros se mueven. Observas a tu alrededor, y algunos te dicen lo que “¡no lograrás!”.
—¿No lograré? ¿No lograré qué?
Observas tus logros; cuando estás quieto se ven más grandes y se disfrutan más. Y también, cuando estás quieto, te das cuenta de que todo lo que necesitabas llegó en su momento. ¿Es que acaso no es el logro mayor el conquistarte a ti?
En fin; si el alma no quiere mover la esfera hacia afuera el cuerpo no lo hará.
Luego observas lo que ocurre adentro de aquel globo transparente; la esfera de energía que te rodea como la bola de un hamster. Si estás quieto, te da tiempo de limpiarlo con el pañuelo que traías en la mano y que ni siquiera habías notado; y te vas dando cuenta de que tu bola, perfectamente redonda, está hecha de un cristal hermoso y, entonces, empiezas a recordar cuando estabas diseñando tu propia carcaza guiado por las Manos Divinas Creadoras.

Si estás quieto por suficiente rato, te aseguro que te empezará a gustar tu cristal; descubrirás que no era como te lo imaginabas durante las carreras de trabajo diario; la propia esfera, por alguna razón, siempre resulta mejor de lo que recordabas cuando te atreves a sacar tiempo para observarla y cuidarla.
Es el primer descubrimiento maravilloso: Tu primer logro es tu hermosa esfera, la perfecta, única y genuina, la que el Creador hizo contigo, un logro compartido porque Dios así lo quiso.

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