jueves, 3 de octubre de 2019

Metamorfosis, Parte 3


Transformación
Pasan los meses y te siguen apurando:
—¿Qué pasa contigo?, tienes que apurarte, son tiempos difíciles. (Porque para los que corren todos los tiempos son difíciles aunque siempre haya comida en su mesa o una mano amiga que les acoja).
—Pero si estoy muy apurado; ¿no ven que he estado trabajando en mi esfera?
La has limpiado, la has pulido, le has hecho diseños calados en el cristal que refractan la luz hacia adentro en preciosos arcoiris de colores. Tesoros para la cercanía del que acoge la calidez del hogar, pero invisibles ante los ojos de los que aceleran su paso.
¿Preguntaban por los logros? Tu esfera huele a fresco, a magnolias, gardenias, jazmines y mirtos; a rosas fragantes, albahaca y menta; tiene algodones blandos para descansar, plumitas de ángeles que suenan cuando la brisa las hace flotar, y una velita de vida prendida que se refleja en las infinitas gotas de una cascada de amor.
Pero es que desde afuera todo se ve blanco, sellado a la vista de los que pasan por allí. ¿Se perdería tu transparencia? ¿Por qué ya no ven lo que haces? Pero si no has ocultado tus esfuerzos ¿cómo es que no los perciben? ¿Será que has enfermado? ¿O te has equivocado? 
Resulta que las esferas así están diseñadas: cuando se quedan quietas por un tiempo y los movimientos se realizan para mejorar lo de adentro (y no para avanzar afuera) el exterior se cubre de luz blanca y el interior se transforma en la intimidad.
La introspección en la quietud, seguida de la acción interna, da inicio a tu metamorfosis.
—¿Metamorfosis?—preguntarás—, sabía que no era hámster, sino humano, pero ¿acaso sacan alas las personas?
—Sí—te contestaré sin dudar—, “en la espera tus alas levantarás” (Isaías 40:31).

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