Transformación
Pasan los meses y te siguen
apurando:
—¿Qué pasa contigo?, tienes que
apurarte, son tiempos difíciles. (Porque para los que corren todos los tiempos
son difíciles aunque siempre haya comida en su mesa o una mano amiga que les
acoja).
—Pero si estoy muy apurado; ¿no
ven que he estado trabajando en mi esfera? He pasado con Cristo mis días, en silencio y en secreto escuchándole y transformándome.
Has limpiado la esfera que tú mismo constituyes, la has pulido,
le has hecho diseños calados en el cristal que refractan la luz hacia adentro
en preciosos arcoiris de colores, usando las palabras amorosas del Amado una y otra vez. Tesoros para la cercanía del que acoge la
calidez del hogar, pero invisibles ante los ojos de los que aceleran su paso.
¿Preguntaban por los logros? Tu
esfera huele a fresco, a magnolias, gardenias, jazmines y mirtos; a rosas
fragantes, albahaca y menta; tiene algodones blandos para descansar, plumitas
de ángeles que suenan cuando la brisa las hace flotar, y una velita de vida prendida
que se refleja en las infinitas gotas de una cascada de amor.
Pero es que desde afuera todo se
ve blanco, sellado a la vista de los que pasan por allí. ¿Se perdería tu
transparencia? ¿Por qué ya no ven lo que haces? Pero si no has ocultado tus
esfuerzos ¿cómo es que no los perciben? ¿Será que has enfermado? ¿O te has
equivocado?
Resulta
que las esferas así están diseñadas: cuando se quedan quietas por un tiempo y
los movimientos se realizan para mejorar lo de adentro (y no para avanzar afuera) el exterior se cubre de luz blanca y el interior se
transforma en la intimidad.
La introspección en la quietud, el sentarte con Cristo a mirarte como él te mira, es una acción interna que no puede verse desde afuera pero que da inicio a tu metamorfosis.
—¿Metamorfosis?—preguntarás—,
sabía que no era hámster, sino humano, pero ¿acaso sacan alas las personas?
—Sí—te contestaré sin dudar—, “en
la espera tus alas levantarás” (Isaías 40:31).
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