Rutinas para afrontar
los duelos
Por María Antonieta
Campos Badilla
Las pérdidas afectivas
importantes suelen conllevar cambios de vida. Al mismo tiempo, los cambios
vitales, en general, también implican un proceso de duelo y, por lo tanto,
dolor, desasosiego, incertidumbre, enojo, ansiedad, temor, confusión; sobre
todo, nos demandan un gran gasto de energía en el esfuerzo por acomodarnos a
una nueva vida. Entiéndase por cambios vitales todos aquellos referidos a un
cambio en la rutina y estilo de vida; por ejemplo, un cambio de trabajo, una
pensión, una mudanza, un divorcio o ruptura amorosa, un matrimonio, tener
hijos, perder a alguien querido, etc.
Durante un duelo es importante
tomar tiempo para reconocer nuestras emociones porque estas tienden a ser
intensas, cambiantes y ambivalentes; podemos sentir alegría y tristeza, o enojo
y alivio a la vez; podemos pasar de la risa al llanto en un instante; podemos
sentir un intenso dolor físico de tanto dolor emocional.
Los duelos suelen resolverse con
el tiempo; pero se resuelven de forma más sencilla si sabemos qué está
ocurriendo dentro de nosotros y qué hacer.
Por ejemplo, las emociones se
resuelven sólo cuando les damos lugar para expresar el mensaje que nos traen:
nos dicen cómo ha impactado adentro aquello que ocurrió afuera. Entonces, es
importante darnos un tiempo para reconocer, sentir conscientemente y aceptar
las emociones por lo que se ha perdido.
También hay una parte de los
duelos que se resuelve con el accionar: Un tiempo diario para observar el
mundo, para ver lo bueno que hay en él, para dar gracias por eso que es bueno y
empezar a movilizarnos en ello. El movimiento también sana.
Entonces, no se trata sólo de
esperar, hay cosas que podemos hacer para estar mejor. Como en todo, el
equilibrio tiende a ser la clave.
Me gusta proponer a quienes
vienen a mi consulta que organicen su día en seis tiempos:
1. Un
tiempo dar gracias por lo nuevo al amanecer y para expresar nuestras
expectativas y emociones sobre el día que está por comenzar (de preferencia,
antes de desayunar).
2. Una
mañana activa, llena de movimiento: caminar, trabajar, crear, mover, ordenar,
limpiar; aquello que el día nos permita, lo que sea siempre y cuando implique
moverse, sin olvidar el consumo de una refrescante fruta a media mañana.
3. Un
momento para relajarnos al medio día (antes o después del almuerzo), para
volvernos conscientes de nosotros mismos, para sentir el entorno, el propio
cuerpo en ese entorno y la respiración. Un ratito para respirar despacio y
profundamente sin pensar en nada más que en cada inhalación y exhalación. Un
ratito para dejar que nuestras emociones se expresen dentro de nosotros mismos
con cada respiración.
4. En
la tarde, combinar el trabajo con la vida social; por ejemplo, programar
reuniones, escribir cartas, contestar correos, trabajar con algo de música,
acompañarnos de alguien a la hora de la merienda, o, por lo menos, chatear un
poco sin distraernos del todo del trabajo. Para mí esto es, convertir el
trabajo en algo que se hace como parte de nuestro rol en sociedad, es parte de
lo que da sentido a nuestras acciones y es lo que permite construir el sentido
de pertenencia en los grupos y equipos de trabajo: Somos seres sociales que
trabajan para mejorar la calidad de su vida en vinculación con otros, no somos
máquinas de producción: no hay que perder nuestro sentido existencial.
5. Media
hora antes que termine nuestro día laboral, recomiendo cerrar con un registro
de todo lo logrado (esto nos da satisfacciones que comienzan a llenar los
vacíos del cambio que experimentamos) y una lista de pendientes para el próximo
día laboral, una lista que se escribe y se entrega a la divinidad (a la fuerza
que mueve el universo). Se entrega para no llevarla a casa ni a otros lugares
en donde no debe andar. Al hacer esta entrega no tendrán que pasar la noche cargando
con el peso de solucionarlo todo desde su mente; se irán a casa con la
consciencia de que hay una fuerza mayor que tiene control de los tiempos y lo
sucesos.
6. Llega
la noche y es la hora de soltar el futuro y de reusarnos a pensar en él, de
centramos en el presente: (a) en lo que sentimos que no nos daña sino que nos
permite dimensionar las pérdidas sufridas y (b) en lo que podemos disfrutar y
que le puede aportar algo de sentido y gracia a nuestro diario vivir, por
ejemplo, el arte, la cultura, la recreación, la danza, el tiempo en familia,
las salidas con amigos, el amor y la pasión, acompañados de una cena ligera
pero sabrosa al paladar.
Simplemente se trata de que
organicemos nuestra agenda diaria en seis momentos que son fáciles de recordar.
Entonces, podemos sentir (llorar o enojarnos si es
necesario) y aceptar que hay algo que
nos hace falta y podemos hacer (mantenernos
activos); y en el camino también podemos reconocer: Con cada cambio vital
también vienen nuevas oportunidades, nuevas esperanzas, nuevos recursos que se amarran
con lo que no hemos perdido. Nos ayudará mucho reconocer y aceptar lo bueno que viene a nosotros, aceptar la mano
amiga, el cariño y cada pequeño deleite que nos traiga la vida.
Lo demás lo da el tiempo y el sueño, muchos días de ser
perseverantes en nuestra rutina, muchas noches de dormir bien (con o sin
ayuda); el tiempo y el sueño suelen resolver en nuestra mente aquello que no
podemos comprender o aceptar.