domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuento porque la vida es pública, simple y social; yo sé que no estoy sola

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
13 de diciembre de 2015


Cuento porque la vida es pública, simple y social; yo sé que no estoy sola

Por María Antonieta Campos Badilla


  A mis padres y hermanos por estar siempre a mi lado.
Y a mi esposo Édgar y a su hija Priscila, mis amados; los que llegaron a mi vida cuando yo ya sabía bailar en la pradera.



Ayer algunas amigas me preguntaban sobre mis publicaciones tan abiertas en las redes sociales y comentaban sobre lo importante que es saber que hay personas que están pasando por algo similar a lo que uno experimenta. A raíz de eso he pensado en contarles porqué es que cuento con tanta franqueza todo lo que me pasa.

Hay dos realidades que tuve que aprender mientras maduraba:

1.      La soledad es un engaño, una ilusión producto de la baja autoestima
2.      La vida es social, pública y simple

Advierto que a mí, particularmente, me costó mucho madurar. (Madurar es definir quién soy y sentirme feliz, satisfecha y segura con ello, tanto como para compartirme sanamente a los demás). Nunca fui una muchacha alocada, al contrario, podía ser bastante introvertida y, por lo mismo, no siempre tomé buenas decisiones cuando tuve la oportunidad de hacerme parte de un grupo más grande, que me diera lo que yo consideraba un mejor status social.

Mi familia tuvo siempre un estilo de vida tranquilo y valores fuertes. Tardé un tiempo en descubrir que cuando yo tomaba la clase de decisiones que no quería que ellos supieran, cuando yo quería defender a toda costa mi derecho a la intimidad y a la independencia, en esos momentos, de alguna manera me estaba engañando a mí y no a los demás: El hecho de creer que existe una vida privada ajena a las personas que siempre te han querido es un engaño a uno mismo. ¡Esas personas están ahí!, tan cerca de ti que si empujas ellos tienen que correrse con dolor. Si una persona sufre, las personas que la aman también sufren; y lo que hace sufrir es, por lo general, aquello que tenemos que ocultar, aquello por lo que tenemos que mentir.

Paradójicamente tendemos a mentir para no sentirnos solos. Pero la soledad es, en sí misma, un engaño a uno mismo, una ilusión, un producto de la baja autoestima. Cuando no tenemos pareja las personas pasamos mucho tiempo pensando en tener a alguien especial,  o amigos y amigas divertidos, en ser apreciadas y amadas socialmente. Cuesta mucho tiempo descubrir dos cosas: (1) Que uno ya es especial, maravilloso y suficiente sin necesitar pareja ni amigos, y (2) que aquellos que siempre han estado a nuestro lado son suficiente y, maravillosamente, más de lo que esperamos.

Después de un tiempo de buscar por aquí y por allá una compañía divertida que me hiciera sentir satisfecha con quien soy llegué a esa conclusión a la que llegamos todos al madurar (todos los que tuvimos el privilegio de madurar aunque fuera después de los 35 años): Me sirve más divertirme sola haciendo lo que es bueno para mí.

En el momento en el que concluí eso, como consecuencia natural, descubrí que no estoy sola, que nunca he estado sola, y que me puedo divertir con las personas que Dios puso cerca de mí: mi familia y los amigos de años, los no necesariamente fiesteros o divertidos, los que valoran más un rato sentados en un tranquilo café para poder escuchar con atención lo que yo tengo que decir.

Son las pocas personas que te acompañarían si estuvieras en un hospital. Y cuando digo acompañar, me refiero a visitarte todos los días y no sólo uno, te acompañarían a pesar de su cansancio, de que hayan tenido que trabajar o estudiar; son los que incluso estarían dispuestos a asistirte en las curaciones y a hacerte la comida o bañarte, los que cuando tengas que guardar cama por unas semanas se privarían a sí mismos de salir un día y otro y otro y más para estar contigo. Son esas personas que cuando no tienen mucho dinero hacen todo lo posible por darte lo mejor en vez de pedirte que los invites (esos son usualmente los papás), y esas personas que cuando tú no tienes dinero hacen lo posible para organizar tiempos bonitos en casa. Son las personas a las que puedes acudir cuando necesites que te lleven y te traigan repetidas veces. Son los que te ayudan a hacer tus trámites por primera vez y ponen su firma para respaldarte. Son las personas que llorarían amargamente si algo malo te pasara, los que no podrían reconstruir una vida igual de bonita si tú no estuvieras. ¡Esas personas están allí, junto a ti todo el tiempo! y, por lo tanto, tus decisiones les afectan directamente, todo el tiempo.

Cuando vives todas estas experiencias, cuando tienes que mirar a la gente que sí está a tu lado en el dolor, descubres que la soledad es un engaño, producto de una baja autoestima, te das cuenta de que tienes que tener algo muy bueno adentro, algo tan bueno que hay personas a tu lado a pesar de todo; te de das cuenta de que eres lo que Dios formó en ti y no producto de tu propio esfuerzo, y decides que eres suficiente para tu propio bienestar y para procurar la alegría y bienestar de los que te aman y están cerca. En ese momento descubres que aquellos que están tan juntitos se duelen cuando empujas pero bailan contigo cuando te meces con suavidad.

Eso fue lo que descubrí en mi camino y por eso voy contando con apertura lo que me pasa: No estoy sola, no me muevo sola ni aunque quiera, estoy tan acompañada que mi vida es pública, simple y natural, no me hace falta buscar amigos, ni pareja, ni aprobación, no necesito buscar nada ni ocultar nada, todo lo que necesito venía en el paquete desde el principio.

El amor de mi familia me ha hecho sentir como una flor hecha por Dios, rodeada de flores y en medio de una pradera. Las flores no hacen esfuerzos para ser admiradas ni para bailar ni para estar acompañadas, el viento las mueve y cuando lo hace se mecen las compañeras que están a su lado.

Todo lo que yo hago mueve a mi familia y a mis amigos, todo lo que hago es público y les afecta (lo quiera o no), ese es el precio de no vivir en soledad y debo decirlo: ¡soy muy feliz por eso!

Ellos, los más cercanos, los que di por obvios y garantizados, los que en mi inmadurez me parecieron insuficientes para que yo fuera completamente feliz, ellos fueron los que usó Dios para saberme amada, así que el día en que maduré decidí hacer mi vida pública, digna y hermosa para ellos, para que se sientan felices de bailar a mi lado. Esta fue mi decisión, este mi regalo para ellos: Si lo puedo contar, entonces puedo hacerlo, entonces estoy protegida de mil maneras y me siento digna de ellos. Y si lo hice y no era digno entonces enmiendo y cuento mi aprendizaje, porque la humildad me dignifica y refleja el gran amor incondicional que he recibido de aquellos que Dios puso a mi lado.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Mi Regalo de Cumpleaños: El Don del Perdón, de la Sanidad y de la Vida

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
16 de noviembre de 2015

Mi Regalo de Cumpleaños:
El Don del Perdón, de la Sanidad y de la Vida
Por María Antonieta Campos Badilla


Hoy es mi cumpleaños. Cuando niña mi mamá invitaba a mis fiestas a cuanto niño pobre conociera de los alrededores del barrio. Nos enseñó a compartir, a no pedir regalo, sino a pensar en que nosotros teníamos mucho para dar.
Claro que siempre recibía buenos presentes de mi familia y un trato especial de las amiguitas. Recuerdo con cariño a Michelle, la hija de una pareja misionera que en mis fiestas solía repetir, cada vez que empezaba un juego: “¡primero la cumpleañera!”; me hacía sentir importante. Esta regla que ella aplicaba era buena y justa porque todos los niños cumplen años una vez cada doce meses, y en ese ciclo a cada uno le tocaría ser el primero alguna vez. Así como ella, fui educada yo: Primero pensar en las necesidades de los demás para repartir lo que había entre todos. Así que hoy que es mi cumpleaños número 41, yo quiero darles este regalo, el mejor regalo que he recibido: el don del perdón, de la sanidad y de la vida.
En estas fechas, mis principios han sido puestos a prueba de nuevo. Esta vez no ha sido mi madre la de la idea, pero la vida se las ingenia siempre y he tenido que pensar mejor mis oraciones, mis peticiones, y ¿qué es lo que quiero que recibir como regalo de cumpleaños?
Bien, sin entrar en pormenores,  lo que pasa es que este año he tenido que agradecer con más claridad la vida. He encontrado paz en el versículo bíblico: “Porque ciertamente te libraré, y no caerás a espada; antes bien, tendrás tu vida por botín, porque confiaste en mí” (Jeremías 39:18).
Para encontrar el botín que busco, que al mismo tiempo es un regalo que ya fue otorgado, he tenido que volver a los principios que he aprendido en la vida. Yo los he aprendido en la Biblia, pero se pueden encontrar en cualquier lugar, porque son los principios que rigen la naturaleza y la vida. Usted los sabe también, “porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. (Mateo 7:8)
Me refiero a principios como los que he mencionado en otras ocasiones: La verdad liberta, la libertad trae justicia, la justicia trae paz, el amor hecha fuera el temor, lo que se siembra se cosecha, etc. Y uno de los principios más importantes para mi desarrollo espiritual ha sido el principio del perdón como herramienta liberadora y sanadora.  Si usted no cree en Cristo puede buscar este principio en cualquier otra religión,  y aún si se considera ateo puede encontrarlo en la psicología, en la metafísica y en cualquier otra postura que se refiera al bienestar integral humano.
No el perdón entendido como inclinarse y dejar que otros pasen por encima una y otra vez; nadie, ni la Biblia, dice que eso sea perdón.  Yo me refiero al perdón entendido como encontrar mi fortaleza, mi integridad y seguridad personal y, entonces,  soltar el pasado para que no sea una carga, dejar de arrastrar sentimientos y recuerdos que hacen daño, dejar ir de mi mente a aquellos que no me podrán herir nunca jamás, dejarlos ir con luz divina y bendición porque he descubierto que la luz que brilla en mí es mayor.
¡Ese perdón!
El perdón  me libera y le da vida a mi cuerpo, aligera mi espíritu y le deja alzar vuelo, es ungüento  a mi alma y refresca mis emociones.
El perdón encapsula el dolor del cuerpo y lo hace salir, por eso sana. Es el perdón el que cierra y cicatriza la llaga o me libera de ella, sobre todo cuando ese perdón está dirigido también a mí o a mis seres queridos. Y cuando ese perdón va acompañado de las manos de amor del que abraza, del que se alía con el enfermo y le toca  y declara al mundo que el amor ha vencido, entonces su poder se intensifica y el espíritu, el alma y el cuerpo toman vida: en ese orden.
Es por esto que digo que este principio se constituye en el camino de búsqueda de mi botín o regalo de cumpleaños. Es lo que he recibido de la vida y lo que ahora les comparto.
Cumplir años, significa eso: recordar que hubo un año más de vida. Yo no lo hubiera logrado sin el perdón, y sé que quienes viven junto a mí están en el mismo proceso.
El principio fundamental del cristianismo es que Jesús asumió las consecuencias de todo el mal cometido por el ser humano, y como él asumió la responsabilidad por amor, no hay culpa alguna que yo deba cargar; y como yo sé que no fui culpada de aquello que hice mal, entiendo que tampoco hay culpa para el prójimo transgresor. No me toca juzgar o culpar a nadie, ni siquiera a mí misma y por lo tanto vivo en libertad.
Este es mi credo y puede que el suyo sea diferente. Pero yo vivo en libertad y sin culpas por la eternidad, y deseo que usted se sienta igual.
Sé que esto es muy diferente a lo que diría cualquier grupo que quiera ejercer control social; es diferente, sí, pero es lo que he leído en la Biblia: Si ya se pagó la infracción, no hay culpa;  sólo queda un proceso continuo de desarrollo y sanidad, un proceso en el que se va sanando el pasado (creo que el mío y el de mis ancestros) como si se tratara de capas que se van desprendiendo poco a poco de la piel espiritual y que dejan surgir nuevas formas, mejores calidades de vida. El perdón separa las capas de dolor, tristeza, enojo, resentimiento, apegos, etc. que van saliendo como si nuestra piel fuera la de una cebolla, y cada capa se desprende con algo de dolor, una especie de “peeling” delicado, algunas veces tenue y otras veces profundo, y de cada una de ellas surge una nueva piel delicada, tersa y hermosa, ligera y suave. Un proceso de embellecimiento espiritual que casi siempre toca el alma y algunas veces alcanza el cuerpo.
Y en ese proceso (sea cual sea el  proceso que lleva una persona en su vida)  hay para todos momentos de dolor y tiempos de satisfacción de manera intermitente, y cada uno encuentra su ungüento de restauración en el perdón (en el perdón dotado de fe y esperanza), en la capacidad de soltar el pasado y desapegarse de toda idea rígida de lo que “debió haber sido” o “debería ser”, para aceptar que lo que ha sido puede dar un buen fruto, que lo que es traerá bendición y lo que venga será igualmente bueno, que siempre será bueno porque esa es la naturaleza de Dios, de la creación, de la madre tierra, del universo, de nuestra fuente y esencia.
Dios es bueno. Lo he afirmado con alguna frecuencia en estos días.
Mi vida ha tenido un proceso largo de sanidad, muchos momentos para perdonar y muchos más momentos gloriosos para resurgir.  Y les aseguro que de cada etapa en este proceso,  de cada “peeling”, he salido más fortalecida, más agradecida y más feliz. Me siento satisfecha con lo que Dios me ha dado.
Mi vida es mi botín, y en mi cumpleaños le deseo que su vida sea el suyo también.

¡Que tengan vida, y que la tengan en abundancia! (Juan 10:10).

lunes, 9 de noviembre de 2015

Autoestima

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
9 de noviembre de 2015

Autoestima
Por María Antonieta Campos Badilla

Algunas veces he publicado en redes sociales frases como “soy pequeña” o “me siento pequeña”. Nunca falta quien interprete que me falta autoestima y que debo hablar “en grande” sobre mí misma.
Al respecto se me ha ocurrido importante hacer una aclaración. Yo soy pequeña: mido menos de 1.5 metros, mucho menos que el promedio de mujeres de mi edad. Si yo creyera que decir que soy pequeña es tener baja autoestima, sería porque de fondo estaría operando la creencia errónea de que ser alto es mejor que ser pequeño. ¿Quién podría afirmar algo semejante? Ciertamente no lo harían quienes están seguros de que el valor del ser humano es incondicional: Es tan importante aquel que mide más de dos metros como el embrión más pequeño en el vientre de una madre.
Cuando digo soy pequeña sólo señalo mi tamaño en comparación con la inmensidad de la creación. Y, por supuesto que podría hacerlo al revés y sentirme grande; podría pensar que soy más alta que una hormiga, ¡gigante en comparación con ella! Pero, aun así pienso que cada hormiga tiene su lugar y su función importantes en el mundo. ¿No somos ambas parte de la creación? Ni la hormiga ni yo decidimos nacer; a ambas la vida nos fue otorgada como un regalo y, en este cuerpo, la vida es para ambas es un regalo temporal.
Entonces creo que no me falta autoestima, yo simplemente me conozco bien y creo que eso es fundamental para aceptarse y amarse.
Aquí les doy una breve descripción de mí si la quieren leer, para que luego cada uno piense en sí mismo y en cómo es. Es una descripción de cómo es mi cuerpo, cómo es mi carácter y de dónde viene aquello que se hace evidente en mí:
Yo soy una mujer pequeña, latinoamericana, con ascendencia española e indígena y, probablemente, con algunas otras mezclas más. Soy hija, nieta y bisnieta de mestizos.
Parece que, a diferencia de mi hermana, yo heredé todas las curvas posibles de mis ascendentes mujeres en una figura de poca altura. Tengo una bella figura que parece un reloj de arena pequeño y de curvas anchas bien marcadas y tuve que pasar algún tiempo tratando de entender por qué mi cuerpo es diferente a aquel que los medios de comunicación admiran, cómo es y qué es lo hermoso de él.
También tuve que entender que mi cabello no es el típico lacio oriental ni un abundante crespo sensual. Tengo el cabello “lacio arrepentido” como dirían las abuelas, esto es, medio ondulado en algunas partes, una especie de lacio despeinado que cuando quiere se acomoda muy bien. Después de muchos intentos y cambios en el salón de belleza, aprendí que este se muestra hermoso cuando lo dejo ser tal cual es: castaño, delgado, brillante, sedoso al tacto y necesita acondicionador.
Mi piel, no sé cuál es su color; es medio amarillento, ¿un oliva desteñido o un moreno muy pálido? ¡Yo qué sé! Es mi color, ¡tan único y tan bello como el de las otras personas!, no requiero clasificarlo. El único color que tengo bien definido es el de mis ojos; son color miel, grandes y almendrados. Soy eso, una mezcla de colores hermosos.
Volviendo a mis ojos, estos no son los típicos ojos pequeños indígenas, son definitivamente más grandes; pero sí son brillantes como la luna,  y de mirada profunda, como los de mi bisabuelo Manuel, quien decían que era un hombre indígena de Agua Caliente de Cartago. Creo que no heredé la piel de mi familia indígena, esa que no se mancha ni se arruga.
No, no todo en mí es indígena, aunque mi dedo meñique en las manos está levemente torcido hacia adentro; una característica típica del gen haplotipo A que es el de los indígenas de América Central. ¡Yo me siento muy orgullosa de esa sangre! También me siento muy orgullosa de las otras sangres que llevo dentro. Y más orgullosa me siento de haber heredado la vida de Cristo tras su muerte y resurrección.
En realidad me siento orgullosa de todo en mí, todo viene de algún lugar muy honroso, porque al ser humano Dios le dijo “has sido honorable y yo te he amado” (Isaías 43:4):
Tengo un lunar cerca de la boca que heredé de mi abuela, aunque el mío está bien pintadito y el de ella era blanco. Tengo las uñas de la tía abuela Estrella, de forma volada, fuertes y de un color blanco envidiable. Tengo los dedos hermosos de mi madre, la forma de su cara, la sensibilidad de su corazón y la pasión por enseñar. Tengo la sonrisa de mi padre, su caminar, su autoridad, su carácter fuerte y solidario, y su sentido de lealtad. Tengo la inteligencia sumada de todos mis ancestros, y tengo la creatividad a flor de piel y brotando constantemente como una fuente poderosa y sin fin. Así lo siento, y les confieso que mi inteligencia es un regalo que a veces uso bien y a veces no, y mi creatividad no es realmente mía sino que producto del amor de Dios brotando en mí.
Yo no soy perfecta, no, ni engreída, sólo me conozco y me quiero, trato de describírmelo todo, sea que otros lo consideren bueno o malo.
Sé que soy distraída, demasiado callada a veces, seria y huraña con quien apenas conozco, abierta y extrovertida cuando se me permite mostrar mi creatividad o hablar de la profundidad del ombligo (así le llamo a la acción de reflexionar sobre alma del ser humano).
No me gusta saludar de beso ni conversar mucho y eso no se parece mucho a mi cultura costarricense; pero me gusta que me abracen cuando me siento triste y a veces lamento que mucha gente no lo sepa.
Mi ubicación y coordinación espacial no son mis mejores habilidades, de hecho era de las que se escondían en las clases de educación física. Pero me encanta bailar y practico en mi casa un paso nuevo hasta que logro lo que quiero. Por otro lado, la memoria que requieren las ciencias sociales tampoco parece ser lo mío; pero la química, la física, la matemática y todo lo que requiere de lógica, esas sí podrían ser mis habilidades fuertes porque tenía excelentes notas en el colegio; ¡eso es!: yo soy muy lógica, sin embargo, no estudié ciencias exactas, estudié psicología y educación. Y de todo esto simplemente he aprendido que hago lo que me apasiona y no lo que me resulta fácil. Aunque no soy disciplinada parece que sí soy perseverante porque he logrado terminar de estudiar.
He estudiado por amor a mi familia. Ese es mi motor; ese es el conocimiento más valioso que tengo sobre mí, que yo actúo por amor, y entonces para actuar sobre algo, tengo que encontrar primero mi motivación de amor.
Conocerse a uno mismo—simplemente hacer el ejercicio de describirse, y decidir aceptar y amar todo lo que allí salga—puede hacer una gran diferencia en la forma en la que nos posicionamos ante el mundo. A veces, cuando pensamos en el ombligo, el universo se aclara.
Sé que soy pequeña por una simple razón: Es que así Dios me recuerda cada día, que lo que haya grande en mí, viene de Él, y es un regalo.
Él, Dios, me hizo como soy y mi única tarea en este mundo es SER.
Yo me conozco, me amo, me apruebo y me disfruto como soy. Y cuando lo hago me abro a conocer, amar, aprobar y disfrutar a los demás.
¿Ven?, cuando digo soy pequeña sólo digo quién soy. Porque la autoestima no se trata de decirse las cosas que todo el mundo considera “importantes”, autoestima significa decir tu realidad y amarla, y disfrutarla y lucirla, o callarla y sentirla sin tener que dar explicaciones por ella; lo que más te guste hacer.

Autoestima es ser quien eres, compartir de ti lo que quieres, autoestima es sólo amar.

martes, 20 de octubre de 2015

Solución de conflictos simple y natural

PSIQUE&SALUD
Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
20 de octubre de 2015

Solución de Conflictos Simple y Natural
Por María Antonieta Campos Badilla

“¡Todo es simple y natural!” me ha repetido mi mamá por años, y también “lo que ha de suceder sucede, decían los machiguengas”; estas eran las frases típicas que ella solía recordar de los libros que iba leyendo. Y yo hago lo mismo, colecciono frases que se van convirtiendo en principios en mi vida. Por ejemplo, cuando leo los libros de Louise Hay y hago sus ejercicios, me repito con frecuencia “todo está bien en mi mundo”.
Las tres frases resultan fácil de decir hasta que nos vemos en la necesidad de resolver conflictos de interacción social; entonces surgen muchas dudas con respecto a si debemos confrontar directa y fuertemente, debemos quedarnos callados(as) de forma permanente y evitar conflictos, debemos poner límites y alejarnos de forma definitiva, o alejarnos y después volver a resolver en calma, y ¿será que debemos hablar mucho o debo hablar poco?, y cuando hablamos ¿qué es lo que tenemos que decir?, ¿será que debemos expresar nuestras emociones, nuestros pensamientos e impresiones o simplemente lo que creemos que sucede?, y ¿en qué tono debemos hablar, con qué volumen, con qué tipo de palabras?... ¡Parece realmente complicado!
Algunas preguntas básicas recomiendan los expertos en resolución de conflictos, son preguntas para resolver antes de hablar y luego para expresarlas en una conversación sin decir o añadir nada más:
·         ¿Qué fue lo que pasó?
·         ¿Qué pensé?
·         ¿Cómo me sentí?
·         ¿Qué fue lo que hice?
·         ¿Qué pienso ahora?
·         ¿Cómo me siento ahora?
·         ¿Qué quisiera hacer, y qué quisiera que ocurriera ahora?
Partimos del supuesto de que si dos personas en un conflicto analizan estos elementos y los comunican con la disposición de escuchar al otro y se comprometen a hablar y a escuchar tratando de comprender, entonces, lograrán resolver su conflicto; sea esto volver a relacionarse con el mismo nivel de vinculación de antes, mejorar la vinculación, o alejarse afectivamente pero resguardando la paz personal y comunitaria.
Sin embargo, en la vida real este ejercicio resulta un poco o bastante más complejo que seguir los pasos de una receta. Resulta que en mi consultorio, con frecuencia,  las personas expresan cosas como:
·         “Es que yo no quiero ya conversar ni resolver nada con esa persona, aunque me toca convivir con ella”
·         “Nada va a cambiar, no vale la pena hacer el esfuerzo”
·         “Es que yo prefiero callarme porque, si no, lo que voy a decir me va a sacar de control”
·         “En el momento no sé cómo identificar lo que sentí, entonces no puedo decirlo; o lo digo mal y se entiende otra cosa, por eso mejor no digo nada”
·         “Yo no creo que yo tenga que enseñarle a la gente cómo vivir, ellos deberían saberlo, yo no quiero conversar y tener educar a alguien sobre cómo debería reaccionar en esta situación”
·         “Es que mis sentimientos o pensamientos son míos, no me gusta comunicarlos”
·         “Es que prefiero dejarlo así, alejarme y seguir con mi vida”
·         “Yo no puedo comunicarme en paz, el enojo, la ira, la frustración o el resentimiento van a salir a flote y no puedo controlarlos… voy a gritar… o me voy a poner a llorar”
·         “Yo no tengo por qué pensar en una forma de decir las cosas de manera agradable cuando me están agrediendo, esa persona merece todo mi enojo”
Si analizamos en frío  todos estos pensamientos podrían ser catalogados como “falta de asertividad”, muchos de ellos como “una actitud pasiva hacia la vida” otros como “reacciones agresivas que no solucionan nada”. Pero la realidad no es tan simple, no existe tal cosa como “pensamientos, frases o reacciones correctos o incorrectos”, sólo existe lo que funciona o no funciona: Para cada persona y cada situación hay un camino diferente.
Entonces, cuando tenemos un conflicto, ciertamente es necesario poder identificar ¿qué pasó?, ¿qué pensé?, ¿cómo me sentí?, ¿cómo reaccioné?, ¿me funcionó o no me funcionó?, ¿qué pienso ahora?, ¿cómo me siento ahora?, ¿qué quisiera hacer, y qué quisiera que ocurriera ahora?
Estas son preguntas necesarias para sentirnos dueños de nuestros pensamientos, sentimientos y reacciones ante el entorno, para volver a sentirnos en control en una situación que nos había descontrolado. Y es que lo único que se necesita para empoderarnos es saber que cada uno se pertenece sólo a sí mismo y a la fuerza creadora del universo, y que ningún elemento externo puede cambiar nuestra esencia. También repetía mi mamá con bastante frecuencia “nadie es víctima de nadie, cada quien es víctima de sí mismo”.
Después de responder estas preguntas, después de recordar quiénes somos, que somos nuestros y descendientes de la Divinidad Creadora, después de recordar qué nos da sentido, qué merecemos y qué queremos para nuestra vida, entonces y sólo entonces, será más fácil decidir cómo queremos reaccionar ante la situación que estamos viviendo, definiendo con más claridad qué es lo que nos puede funcionar para nuestros propósitos.
Y es importante notar, que entre las preguntas que arriba indico, estoy incluyendo  la palabra “ahora”, porque resulta que así como nuestra concepción de mundo va cambiando conforme pasa el tiempo, y así como nuestros propósitos evolucionan, así puede ser que lo que funciona en un momento y con una persona no funcione en otro momento con esa persona o con otras. De esta manera, el ejercicio de preguntarse es un ejercicio que se debe hacer constantemente, cada día, con cada conflicto interpersonal que se presente, o mientras un conflicto tarde en resolverse definitivamente a lo largo del tiempo, cuestionándonos una y otra vez si lo que estamos haciendo está funcionando.
Lo demás viene, lo que queramos y convenga hacer vendrá de manera simple y natural; y algunos encontrarán que en un momento lo que sirvió fue callar pero en otros sirvió más plantear sus puntos de forma determinante, con algunas personas funcionó alejarse y con otras abrir el corazón de par en par para resolver y vincularse fuertemente.
La Biblia dice: “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos.” (Romanos 12:18 NVI). Pues para mantener la paz exterior primero es necesario mantener la paz interior, es necesario identificar lo que pasa dentro de nosotros mismos, reconocerlo, darle lugar, definirlo y cuando lo creamos conveniente hablarlo. El lugar, el momento y la persona o ser con la que queremos hablarlo, así como el modo de hacerlo, se definirán después, de manera simple y natural, cuando ya hayamos redescubierto cuál es nuestro valor, nuestro sentido y nuestro lugar en el universo y que no hay nada ni nadie que pueda dañar la esencia divina que Dios nos ha dado. Cuando sabemos que nuestra esencia es divina y que está resguardada en el Eterno, no necesitamos dañar la esencia de nadie pues no sentimos más vulnerabilidad.
No hay que forzarse a hacer, simplemente hay que atreverse a ser, primero con nosotros mismos, y luego con nuestro entorno. “¡Todo es simple y natural!”


martes, 29 de septiembre de 2015

Conectarse con los sentidos: Comerse el Mundo con los Ojos

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
23 de setiembre de 2015

CONECTARSE CON LOS SENTIDOS
 V PARTE

Comerse el Mundo con los Ojos


Escuché muchas veces esta frase cuando estaba en la universidad: “Comerse el mundo con los ojos”. La decían mis profesores cada vez que querían referirse a una persona que miraba todo y que quería descubrirlo todo con su mirada, como los infantes cuando están tan pequeños que todo les parece nuevo y buscan explorar más y más aquello que se presenta ante ellos.
Cuando nos hacemos grandes a muchos se nos olvida cómo hacerlo, cómo observar lo que ocurre a nuestro alrededor sin que nuestros pensamientos y preocupaciones pongan un velo a nuestros ojos. Entonces necesitamos entrenarnos de nuevo para ver.
Hagamos ejercicios de observación, ejercicios que te vuelvan a conectar con la vida y te permitan ubicarte en el aquí y el ahora por medio de la vista. Aquí te propongo algunos:
1.       Cuanto te estés alistando saca un momento para observas tu armario, el lugar donde guardas la ropa, ¿cuenta cuántas blusas o camisas tienes? ¿qué tipo de prendas hay?, ¿cuántas telas? ¿podrías distinguir cuáles son calientes y cuáles son frescas sin tocarlas? ¿cuál es el color que más se repite?
2.       Al salir de tu casa observa en tu barrio, ¿cuántas casas tienen jardín?, ¿qué tipos de plantas hay?, ¿tienen acaso flores? Y las casas que no tienen jardín ¿qué tienen?
3.       Cuando vayas en el auto o en el bus y no seas tú el chofer, observar los árboles o los edificios, trata de contar cuántos tipos de verdes o grises puedes observar en el panorama o cuáles son las formas que más se repiten. Hazlo por lo menos durante tres minutos.
4.       Cuando subas las gradas observa la distancia que hay entre cada una de ellas, observa el material de que están hechas, observa los colores, observa si existe alguna combinación especial de materiales, si alguna textura te ayuda a no deslizarte, si alguna baranda te sirve para sostener tu brazo. Observa y al terminar haz un repaso de lo observado.
5.       Al sentarte en frente de tu escritorio, detente un momento, observa todo lo que está allí antes de encender tu computadora o antes de abrir tu agenda. Mira: ¿Cuántos lápices hay?, ¿cuántos adornos?, ¿cómo es la mesa?, ¿qué está más cerca y qué está más lejos?, ¿qué de lo que observas es lo que ocupas más durante el día?, ¿te gusta lo que ves?
6.       Antes de encender el televisor observa el lugar en donde te sientas, los objetos que hay a tu alrededor, ¿cuántos muebles hay?, ¿cuáles colores?, ¿cuántos adornos?, ¿cuántos desordenes? ¿Te gusta lo que ves?
7.       Si tienes un tiempo para sentarte frente al jardín de tu casa, o en un parque, observa, ¿qué ves frente a ti?, ¿cuántas plantas hay, de qué tipos, de qué colores, de qué tamaños?, ¿cuántas personas o animales ves y qué están haciendo?, ¿cómo se ve el cielo, está nublado, está soleado, lloverá, qué piensas de esto? ¿Cuánta luz hay?, ¿le agrada a tus ojos la cantidad de luz que hay?, ¿te gustaría más claridad o algo de oscuridad? Ahora cierra tus ojos, siéntelos, ¿cómo se sienten tus ojos?

Es mi deseo que cada persona que asista a nuestros programas de atención pueda aprender a ver el mundo de manera consciente. ¡Que teniendo ojos podamos ver!, y que si no podemos ver con claridad, entonces encontremos sanación para nuestra alma y luz para nuestra vista. Como cita el evangelio de Lucas (capítulo 24, verso 31): “Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron”.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Conectarse con los Sentidos, III Parte: Un Paladar Exquisito

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
4 de setiembre de 2015

CONECTARSE CON LOS SENTIDOS
III PARTE

Un Paladar Exquisito

Las abuelas decían que había personas con un buen paladar, refiriéndose a aquellas que disfrutaban del comer y se deleitaban con todos los sabores, y no sólo esto, sino que ante una comida elaborada eran capaces de distinguir los ingredientes utilizados por ellas en menor cantidad. También establecían una clara diferencia entre las personas agradecidas por la comida y las personas que se alimentaban con disgusto.

Dado el rol social relacionado con la unión familiar que para las generaciones atrás tenía la comida; estas abuelas sabían poner las reglas bien claras: había un tiempo para comer, se comía lo que había y se daba gracias por la comida.

He visto que quienes se estresan con más facilidad tienden a quejarse de que las comidas no les saben bien, a pesar de que en las generaciones actuales la disponibilidad y variedad de alimentos tiende a ser mucho mayor. Estas personas simplemente no disfrutan la comida, ¡nada les sabe bien! La alimentación se convierte para ellas en una obligación, en una tarea complicada, o en una forma de manejar su ansiedad, sin que por ello puedan decir que cuando comen están disfrutando verdaderamente del sabor.

Es paradójico que en una sociedad en donde se trabaja estimulando a los niños más pequeños para que aprendan a degustar, diferenciar y disfrutar los sabores, a los adultos se les pide en sus trabajos que no tomen más de media hora de almuerzo; tan pronto como terminen de tragar deberán dirigirse a sus escritorios para continuar con el proceso de producción económica. Aún los chefs que antes se dedicaban por horas a elaborar una receta, “chinéandola” y dándole tiempo para sacar lo mejor de sus sabores, ahora compiten en “reality shows” por presentar un platillo colorido en menos de media hora; deben tratar de combinar bien lo sabores, deben dar una buena presentación y, sobre todo, deben ser rápidos.

El paladar ha sido reprimido como ha sido reprimido todo aquello que no represente un crecimiento económico para alguien. Como se ha escrito en reflexiones anteriores, se vive para trabajar y no se trabaja para vivir.

Salomón escribió en el capítulo 9 de Eclesiastés (vrs. 7-9): Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol”.

Es decir, que la razón de trabajar no es otra que la de disponer de la comida, el vestido y los recursos de recreación necesarios para disfrutar con la familia.

Se debería comer en familia (“con la mujer que amas”), se debería asumir el tiempo de alimentación como un momento sagrado en el que hasta la actitud es sacra (“sean blancos tus vestidos”) porque ¡la comida es buena!, y se debería comer disfrutando (“con ungüento”), disfrutando de cada bocado, de cada sensación, de cada sabor… aún del precioso ratito de saciedad y satisfacción que queda después de terminar.

Pero cuando la sociedad ya nos ha convencido de que “el tiempo es oro”, de que comer despacio es desperdiciar ese tiempo, de que es mejor el movimiento constante que la quietud y el sabor, entonces es difícil cambiar nuestros mandatos más profundos e inconscientes para poder detenernos ante un platillo y respirar.

¿Respirar? Pero si estábamos hablando del paladar.

Sí, respirar. Así es como empieza una buena comida: respirando despacio para que nuestro corazón se apacigüe, inhalando el vapor de la comida caliente, la acidez de los cítricos, la diversidad de olores que se esparcen en nuestra mesa. Un buen porcentaje del sabor de nuestras comidas lo percibimos al inhalar; y es por esto que cuando las personas se resfrían el gusto de los alimentos disminuye.

¡Interesante!, ¿verdad? Nuevamente la conexión con nosotros mismos, en este caso, con nuestros sentidos, vuelve a facilitarse a partir de la respiración.

Habiendo respirado, relajado nuestro cuerpo y distinguidos los olores, podemos proceder a comer despacio. ¿Lo has intentado? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que lograste masticar y saborear despacio aunque el hambre y el tiempo disponible te dijeran que debías apurarte? Esto es comer conscientemente, no en modo automático.

Te aseguras de que todo lo que vas a ocupar está servido en la mesa y a la mano, te sientas, tu servilleta bien puesta en tu regazo, respiras, tomas los cubiertos despacio, observas tu plato, escoges el bocado inicial, lo partes en una porción pequeña, lo llevas a tu boca despacio y respirando de nuevo, lo colocas en tu boca y comienzas a masticar muy despacio.  La clave aquí está en que, en ese preciso momento, tu atención esté enfocada en el sabor, en separar los sabores, las texturas y aún la temperatura, distinguir los sabores, contarlos si quieres, ordenarlos, y volverlos a armar hasta que estés satisfecho de ese bocado, entonces, y sólo entonces, darte permiso de tragar.

Una nueva respiración lenta y profunda. Date un tiempo para conversar un poco, el tiempo de la comida es un momento especial para vincular afectivamente con los demás.

De nuevo, un bocado esta vez de otro tipo de alimento, otro sabor. ¿Sabías que los platillos de alta cocina se sirven en porciones pequeñas que alternan diferentes sabores? Eso es para que el paladar no se acostumbre, que no pierda el deleite que le da el asombro; al variar la percepción del sabor con cada bocado se asegura que el siguiente sea igual de intenso, igual de suculento.

¿Quieres mejorar tus oportunidades para deleitarte en el sabor de tus comidas? Escoge por lo menos dos sabores que te gusten mucho, prepara un plato fuerte que puedas alternar con otros sabores interesantes entre las guarniciones. Come despacio, alterna los sabores en los bocados que eliges, escoge dejar un bocado de tu sabor predilecto para el final, puede ser un pequeño postre, y recuerda: ¡no comas demasiado!

Todas las personas sabemos cuánto podemos comer y disfrutar, y a partir de qué punto ya estamos comiendo de más en una cantidad que nos hará sentir mal dentro de un rato. ¡No te sirvas de más, ni siquiera cocines de más! Escoge la sensación que quieres tener después de la comida: ¿saciedad o saturación? Si escoges la saciedad estarás conectándote de nuevo con tu paladar.

Al terminar de comer continúa respirando despacio, conversa, disfruta unos minutos con la gente alrededor, cuando tu cuerpo esté listo para seguir adelante con el día te lo hará saber sin cargas.

viernes, 28 de agosto de 2015

Conectarse con los Sentidos, II Parte: Sentir la Piel, Sentir tu Entorno

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
28 de agosto de 2015

CONECTARSE CON LOS SENTIDOS

II PARTE
Sentir la Piel, Sentir tu Entorno

¿Quieres ser consciente de los mensajes que tu cuerpo te da? ¿Quieres en verdad prestar atención a lo que dice tu cuerpo?

Sé que escuchas lo que dices, que observas lo que haces, que prestas especial atención a tus posturas, que no te gusta incomodarte sentándote en sillas que te causan dolor, que evitas el frío o el exceso de calor.

Ahora bien, ¿con cuanta frecuencia te dedicas a sentir tu piel? Te propongo un ejercicio:

1.       Siente tu piel  ahora mismo, respira despacio y enfócate en ella. ¿Cómo está? Está cómoda, suave, humectada, cómo está su temperatura, ¿le gusta a tu piel el contacto con tu entorno?, ¿se siente protegida o vulnerable?, ¿se siente libre o aprisionada?
2.       Respira despacio y siente tu piel. Ámala, dedícale un rato; ¡tu piel es un regalo!, es tan suave y noble como los pétalos de un lirio.
3.       Regálate por un momento, una caricia; un abrazo. Si puedes y quieres, saca un momento para humectar con crema las partes de tu piel más resecas. Abrígate si tienes frío, cámbiate la ropa por algo más cómodo si tienes la posibilidad de hacerlo.
4.       Quédate quieto(a) por sólo un momento, y enfoca tu atención amorosa en cada pedacito de piel. Respira despacio y disfruta este pequeño tiempo de contacto contigo mismo(a).
5.       Ahora que eres consciente de tu piel, comienza a disfrutar con ella de tu entorno. ¿Sientes la silla donde estás sentado?, ¿sientes el lugar donde reposan tus manos? ¿Cómo son?
6.       Comienza a encontrar y a diferenciar las sensaciones cálidas de las frías, las ásperas de las lisas, las suaves y flexibles de las rígidas y duras. ¿Dónde está cada una de esas sensaciones? Es tu piel la que te permite saberlo.
7.       Cierra los ojos, respira despacio y trata de sentir de una sola vez todas esas sensaciones de los objetos que están a tu alrededor, aún el aire tiene una temperatura, una humedad y una densidad que puedes sentir. ¡Siéntelo todo!
8.       Siente cada parte de tu piel en contacto con tu entorno, y al mismo tiempo trata de sentir tu piel envolviendo y conteniendo tu cuerpo con ternura. Ahí, donde tu piel delimita tu cuerpo, ahí empieza el viaje a la inmensidad de tu universo interno.

“Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. 
Sin embargo, os digo que ni aun el rey Salomón,
con todo su lujo, se vestía como uno de ellos”.

Lucas 12:28-29

martes, 25 de agosto de 2015

Conectarse con los Sentidos, I Parte: Escuchar el Silencio

Programa Manualidades y Arte para la Autoafirmación
TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
26 de agosto de 2015

TALLER: CONECTARSE CON LOS SENTIDOS

I PARTE

Escuchar el Silencio

La imposibilidad de tolerar el silencio es una de las dificultades más comunes para las personas con problemas de ansiedad. La mayoría de personas que le dan mucha importancia a la efectividad y que manejan altos nivel de estrés necesitan estar escuchando algo: su propia voz, la radio, la televisión, el barullo de las masas, cualquier cosa. El silencio y la quietud les desespera.

A muchas personas el silencio las obliga a escuchar sus propios pensamientos, y si su estilo cognitivo es el típico que recuerda todas las preocupaciones y riesgos posibles, entonces, es comprensible que las personas no deseen escuchar su voz interior. Esta se ha convertido en una voz engañosa: “Yo debería de…, ellos tendrían que…, y si tal cosa no sucede entonces podría pasar tal otra…” Los típicos pensamientos que evalúan negativamente a las personas y a las situaciones, pero que no les proveen una visión objetiva: “Yo preferiría…, a ellos les convendría…, existen muchas posibilidades, hay una gran variedad de oportunidades…”

En los procesos de terapia cognitivo-conductuales, las personas trabajan para cambiar sus pensamientos, flexibilizarse y aprender a ver el mundo con una amplia gama de interpretaciones más racionales.  Pero mientras estos estilos se modifican las personas necesitan urgentemente sentir que sus niveles de activación disminuyen; esto es, simplemente, relajarse para sentirse mejor.

Generalmente, estas terapias incluyen, además de los ejercicios de reestructuración cognitiva, entrenamientos en ejercicios de relajación y modificaciones en la rutina de manera que se incluyan tiempos cotidianos de reposo, quietud y contacto con las sensaciones internas.

Algunas personas tienden a abandonar sus procesos de terapia cuando sienten que no logran relajarse, y que ese tiempo de silencio los conduce a “pensar más”, preocuparse más y ponerse más ansiosos. Lamen
tablemente, estas personas pueden haber abandonado sus procesos sin saber qué fue lo que no funcionó y pueden haber perdido una oportunidad muy valiosa para comprender cómo están funcionando sus pensamientos y sus emociones. Comunicar al terapeuta lo que ocurre es importante para encontrar soluciones y alternativas.

Por otro lado, cuando el terapeuta ha logrado establecer un vínculo de mucha confianza con las personas que atiende, y si estas tienen una buena disposición a comunicarse para mejorar, entonces es común escuchar las frases: “no lo logro”, “no soporto el silencio”, “mejor conversemos”, “me da miedo cuando se apaga la televisión y la radio, cuando todos se callan y no hay nada que escuchar”.
Es importante revisar un concepto sencillo antes de iniciar un proceso de entrenamiento en relación. ¿Qué es y qué no es permanecer en silencio?

Permanecer en silencio no significa dejar de escuchar, ¡todo lo contrario!, permanecer en silencio es dejar de hablar (en voz alta y en nuestros pensamientos también), y enfocar nuestra atención en lo que ocurre alrededor; es enfocar nuestra atención en la gran variedad de sonidos de nuestro entorno y buscar activamente hasta descubrir los sonidos más lejanos y los más tenues cercanos: El viento, un grillo, el canto de un ave o el ladrido de un perro a lo lejos, el revoloteo de una palomilla, el sonido de tu propia respiración o el latir de nuestro corazón.

Disfrutar el silencio es, entonces, un proceso de escucha activo, que requiere simplemente la quietud de nuestro cuerpo para no estorbar nuestra propia búsqueda de información en el entorno, o en nuestro interior.

Si quieres iniciar un estilo de vida en el que te sientas capaz de controlar el nivel de activación (estrés) de tu propio cuerpo; te recomiendo realizar el siguiente ejercicio diariamente:

Sólo por cinco minutos apaga el radio, la televisión, tu teléfono; sólo por cinco minutos calla, respira despacio y enfócate en escuchar todo lo que puedas. Escucha lo más lejano; escucha lo más cercano y pequeño, escuchar tu propia respiración y escucha tu cuerpo.


El profeta Elías no encontró a Dios en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego; lo encontró en un viento “apacible y delicado”. (I Reyes 19:11 y 12)

domingo, 23 de agosto de 2015

Para poder Reposar

Psique&Salud
Educación para la Vida

TARDES DE MANUALIDADES Y CAFÉ
Guadalupe, 19 de agosto de 2014

Para poder Reposar
Por María Antonieta Campos

De todas las actividades que se hacen en los procesos terapéuticos, una de las que más dificultades parecen implicar para las personas que quieren mejorar sus estilos de vida, es la práctica cotidiana la relajación.

En la sesión de terapia, bajo la conducción del terapeuta lo hacen muy bien. Primero porque hay una voz externa que les va diciendo qué hacer y esto representa que el control de la situación es externo y por lo tanto no depende sólo de la fuerza de voluntad de quien está aprendiendo.  Luego porque hay un momento y un espacio bien estructurados para realizar el ejercicio; en este espacio se supone que sólo esto se puede hacer, para eso se sacó la cita.  Además, este espacio implica la posibilidad de garantizar privacidad total; nadie interrumpe abruptamente una sesión de terapia.  Y, finalmente, en la sesión de terapia hay seguridad garantizada; si por alguna casualidad sucede que en el ejercicio, al relajarse la persona, deja un poco de lado sus “defensas personales” y, en consecuencia, surgen inesperadamente algunas emociones, se sabe que el terapeuta está allí para ayudar.

Pero, ¿qué pasa en el hogar, cuando la persona debe relajarse por sus propios medios? Usualmente las personas encuentran difícil encontrar un espacio igualmente privado y un momento en el que nadie interrumpa; por lo general, las personas no quieren dar explicaciones a otros de qué es lo que se está haciendo.  Además, si cuentan con un estilo de vida que les permita reservar un lugar con suficiente privacidad, no siempre tienen una rutina que les permita apartar el momento. Si lo tuvieran, algunas personas pueden no recordar los pasos a seguir, aunque cuando ya se ha practicado varias veces en la terapia, es más fácil lograrlo en el hogar. Y entre las excusas más frecuentes que he escuchado están las frases: “no puedo estar quieto(a) y no puedo reposar”, y “me genera demasiada ansiedad”.

Estas últimas denotan claramente una carencia en las habilidades de autocontrol; y no es de extrañar, probablemente por ello es que se asiste a una terapia que implica el entrenamiento en técnicas de relajación.

Entre los factores que más generan ansiedad suelen encontrarse el silencio y la quietud.

En un mundo en el que desde antes de nacer se promueve la “estimulación constante”, nos acostumbramos al ruido, a la luz, al movimiento, a la interacción, a la manipulación de objetos.  Las imágenes y el sonido llegan a nosotros desde pequeños sin tener que hacer esfuerzos para buscar la información que sea de mayor interés. La televisión cambia sus escenas vertiginosamente, la internet está diseñada con cientos de botones con información disponible en una misma pantalla y estos están pensados para permanecer allí sólo unos segundos, las carreteras están llenas de vallas publicitarias, las calles están llenas de rótulos con más información de la que nuestros cerebros pueden procesar, y las tiendas tienen millones de ofertas de objetos que podemos manipular, comprar y tener a nuestro alcance, sea que los ocupemos o no.

Las escuelas han sido rediseñadas para enseñar con múltiples estímulos, los libros son mejor cotizados cuando ofrecen abundante información que cuando promueven el desarrollo de habilidades por medio del trabajo manual. Ser competitivo ha sido asociado con la palabra “multitasking” queriendo con ello significar erróneamente que se puede manejar una gran cantidad y variedad de información a la vez.  Así, quien se diga a sí mismo “multitasking” es más “competitivo”, quien sea más “competitivo” será considerado a su vez más “competente”.  Y sin embargo, la realidad es que ninguno de estos conceptos suele ser utilizado correctamente.

Lo que la sociedad prefiere en realidad es contar con personas capaces de resolver problemas con eficiencia. ¿Quién puede resolver problemas con eficiencia? Quien se puede concentrar en ellos, quien logra enfocarse en una tarea y utiliza todos los recursos que tiene para resolver esa tarea.
Enfocarse implica resolver una tarea a la vez; pero esto es precisamente lo que el estilo de estimulación feroz de nuestra sociedad tecnológica y global no promueve.

Cuando por alguna razón tenemos un destello de consciencia que nos dice que tenemos que estar quietos por un momento, que la quietud es necesaria para recuperarnos porque estamos cansados, abrumados, desconcentrados, estresados o sin esperanza, entonces pensamos en reposar.  Pero nuestro cerebro entonces parece no saber qué hacer con la quietud.

El cuerpo sabe estar quieto, porque le enseñamos a sentarse por horas desde que entramos al preescolar. Pero la mente no sabe; le hemos dicho que si quiere sobrevivir debe pensar, que si quiere tener éxito debe buscar información.  Buscar, clasificar, comparar, repetir, armar…  ¿Buscar qué? Buscar datos, cosas, y trabajar con ellos, los datos que nos provee la sociedad de consumo. Hacer, hacer, hacer… hacer cosas para consumir, hacer cosas.

Pero ya llegamos al punto en que descubrimos que tenemos que estar quietos; ya llegamos a ese punto en que ni siquiera por la noche nuestra mente se aquieta y tenemos que recurrir a alguna pastilla (aunque sea de homeopatía) para dormir.

¿Qué hacer cuando ni siquiera el entrenamiento de relajación que nos ha dado el psicólogo logramos aplicar en casa?

Este es el ejercicio que requiere menor fuerza de voluntad de todos los que conozco, esta es la orden que debemos programar en nuestro cerebro, este es el dato que debemos pedirle que busque: Debe realizar un nuevo trabajo, debe ser eficiente en él, debe concentrarse en una actividad en la que nunca se ha concentrado.  Su trabajo será uno que requiere tremenda valentía, si usted está convencido de que la vida es un esfuerzo, “que hay que ganársela”, que hay que trabajar duro, que hay que ser efectivo, entonces le recomiendo que trabaje en esto. Busque el siguiente dato, concéntrese en esto: Su respiración.

Instrucciones para Reposar

25 respiraciones al día.
El tiempo que tome inhalar y exhalar despacio tan sólo 25 veces,
25 veces sintiendo cómo tus pulmones se expanden y  luego cómo el aire sale naturalmente,
25 veces escuchando el sonido de tu propia respiración,
25 esfuerzos conscientes de disfrutar que estás vivo, sin pensar en nada más.

Este sencillo ejercicio es el primer paso para cambiar su vida, para volver a enfocarse en vivir y no en hacer, para darle a su cerebro la oportunidad de crear con voluntad en vez de repetir rutinas de consumo una y otra y otra vez.  Respirar es vida, es salud, es reposo, es paz, es concentración, es eficiencia, es energía y  descanso a la vez.

Sea honesto(a) con usted mismo(a), si se observa en sus tareas del día con consciencia, se dará cuenta que hasta respirar es algo que se deja de lado con frecuencia, que no se respira profundo, que no se respira con fluidez, que se entrecortan las inhalaciones con tal de cumplir las tareas que estamos ejecutando automáticamente.

Regálese este esfuerzo, deténgase y respire, y hágalo una vez al día. Cuando pueda haga pausas y repita el ejercicio.  Aumente la frecuencia de sus respiraciones conscientes y verá cómo pronto su cuerpo recupera el equilibrio.

Respirar es amarse a uno mismo.